Sorprende la facilidad que tienen el colectivo arbitral y el federativo para enredar la normativa y perjudicarse a ellos mismos, a la imagen de la competición y a la posible sospecha de aquellos que se presupone deben impartir justicia en el deporte.
No es de recibo que en el fútbol profesionalizado de 2025 siga existiendo una ley que fomenta las suspicacias contra los propios colegiados. Una norma con la que se ha encontrado el Elche esta semana, pero que afecta y afectará, mientras no se cambie, a todo aquel que quiera ser partícipe de teorías conspiranoicas. Algo que en el mundo de hoy en día, por desgracia, cada vez va a más en lugar de a menos.
A los árbitros ya no solo se les presupone honradez, también profesionalidad. Para arbitrar a equipos que le caigan (o hayan caído) mejor o peor. Que estén más o menos cerca de su lugar de nacimiento. Deberían arbitrar los mejores en cada caso, sin descartar a un candidato por ser de Santander, de Elche, de Madrid o de Barcelona. En tiempos en los que aquellos que trabajan por un reglamento mejor nos confunden con lo que es o no mano, lo que es o no fuera de juego o lo que es un contacto punible o residual, sorprende que algo tan sencillo de solucionar como confiar en todos los árbitros para todos los partidos siga inalterable al paso del tiempo, alimentando las sospechas contra ellos mismos.
José Antonio López Toca, en una imagen de archivo / EFE
Porque un árbitro no debería escuchar a su hijo decirle que en el colegio le han dicho que su padre es un ladrón, pero tampoco que le diga si puede echar un cable al equipo de su ciudad. O que el lunes le reprochen no haberlo hecho. A los colegiados se les presupone profesionalidad. Como a los futbolistas de Elche y Burgos. Esa debe ser la mentalidad franjiverde para este fin de semana. Por mucho que quienes hacen las reglas no pongan todo el interés que deberían en preservar y fortalecer la integridad de sus jueces. Otra cosa sería llorar para tampoco mamar, créanme.
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