Que España sea el país de Europa donde más pasa que la izquierda se reivindica «de izquierdas», y la derecha se autodefine como «centroderecha», indica algo. Más aún cuando las derechas se autoimponen apellidos como «liberal reformista». Y no digamos cuando levanta la mano al grito de «casa común».
Después de tres jornadas de Congreso Nacional del PP, uno sale sin ser capaz de concluir si eso son complejos o realismo. Pero da igual, en el fondo.
Porque en ambos casos supone, por un lado, asumir que “España es progresista”. O “socialdemócrata”, como se confesaba (entre risas, y con un “casi”, eso sí) más de uno de los aplaudidores de Alberto Núñez Feijóo este domingo.
Y por otro, exasperar a esos otros que, dentro de los más de 3.600 compromisarios e invitados, se levantaban de la silla a ovacionar los mensajes más duros del líder.
Es decir, a los que dicen que «hay que dar la batalla cultural». Y que se preguntaban, para sus adentros, por qué la concurrencia se levantaba con ellos. Y cuál es la razón de que los otros demostraran que, entre la masa, sí abandonan los «complejos».
Que fue la apelación al concepto de «familia» (aunque Feijóo añadiera «todas las familias»), o la llamada a «frenar la inmigración ilegal» (incluso si el jefe insistía en que «sí a la legal»), o la enésima reiteración del «veto a Bildu«, lo que los enardeció a todos de verdad, en el discurso final.
Todas estas reflexiones son producto de un XXI Congreso Nacional del PP que se cerró este domingo en Madrid con el partido en fila detrás de Feijóo. Sabiendo que es el líder que los llevará de vuelta a la Moncloa, y sobre todo, conscientes de que es el primero en mucho tiempo que ha sabido integrarlos a todos.
Con el discurso del sábado y con la intervención de este domingo. Porque con este gallego al frente, «nunca habría nacido Ciudadanos», a la izquierda, «ni se habrían escondido los de Vox», a la derecha.
La cita es algo tramposa, porque no es de este fin de semana, sino de cuando llegó Feijóo, en 2022. Pero tiene algo de verdad. Por un lado, porque es lo que se respiraba al acabar el cónclave. Y por otro, porque quien la pronunció no sólo entró a formar parte de su primer Comité de dirección, sino que sigue en él.
«Ha hecho un equipo perfecto», continúa. Y cuando el periodista le afea que hay demasiada euforia en cada esquina y en cada pasillo y que a lo mejor se ha intoxicado de la concentración de jarabe que parece haber tomado todo el mundo como catering, es cuando responde con más profundidad.
«Es perfecto porque es su equipo para gobernar ya». Oiga, señora fuente anónima del núcleo duro del líder, que aquí se busca la verdad, no me venda argumentario… y recuerde que el PP sigue en la oposición, que Sánchez dijo el sábado que todo bien y que piensa agotar el mandato.
Las ‘enigmas’ de Feijóo
«Que sí, que agotará el mandato si no termináis por encontrar y publicar lo que todos sospechamos», lo de la financiación ilegal, vamos (fuera de las comillas, por ser justos). «Pero eso no es gobernar…», y antes de que siga con lo de que no tiene mayoría, ni Presupuestos, ni decencia, recuperamos el hilo.
¿A qué se refiere este miembro (o miembra) con que es para gobernar ya? Bajo condición de anonimato, contesta: «Fíjate en quién está, en quién no está, y en quién repite». Es decir, quién está en el Comité de dirección, quién ha salido, y quién ocupa asientos en el Comité Ejecutivo.
Para resumirlo: el primero, el Comité de Dirección, es el que se reúne los lunes, el llamado núcleo duro. El segundo, el Comité Ejecutivo, es el que se junta «alrededor de una vez al mes».
El primero es el que tiene a lo que se llama (en el PP) los vicesecretarios, que llevan áreas políticas: algo así como un gobierno en la sombra. Pero no del todo, porque hay quienes «han salido» yendo al segundo, y quienes están en ambos foros.
«De unos y de los otros, puedes pensar que Feijóo los puede querer para su Consejo de Ministros». A los que ha sacado de las reuniones semanales y ha mantenido en las mensuales, para no perderlos de vista. A los que están en ambas, para que el día que sean ministros dejen de llevar áreas políticas en Génova, pero no queden fuera de las decisiones.
Esta especie de máquina enigma que nos descifra el juego de las sillas de este congreso, continúa leyendo códigos.
«Además, hay gente que ha salido del núcleo duro, simplemente, por el cambio de estatutos», porque tienen cargos orgánicos regionales, «y ahora tenemos que aprovechar esta potencia para que la velocidad de crucero sea imparable. Es decir, cada uno a una cosa, y todos a lo que le interesa al PP», ya que el jefe ha marcado el fondo y la forma.
Hagamos un inciso: «Las formas lo son todo para él», explica otro alto cargo. «En política, la única manera de ser creíble, que ya cuesta bastante en estos tiempos, es que cada uno haga lo que tiene que hacer. Y para eso, concentración».
Volvemos ahora a la fuente primigenia. «Hay otros que han salido aparentemente, pero sólo han perdido el nombre, no el cargo». ¿Cómo es eso? «Que seguirán haciendo lo que hacían, más allá de que algunas entradas hayan provocado salidas».
Pero, ¿no era que las formas lo eran todo? Entonces, ¿no importa el título? «Importa, vaya si importa», comenta un espontáneo, que lamenta el caso de algún perdedor. Pero «hay entradas que dan otras pistas, también por la forma».
Sigamos tirando de ese hilo, con este nuevo deshilador de madejas. «Mira, lo de Alberto Nadal, por ejemplo». Vaya, por fin alguien que va con nombres por delante. «Hasta diciembre, es muy posible que no pueda asumir la Vicesecretaría de Economía y Desarrollo sostenible», dadas sus responsabilidades en Banco Interamericano de Desarrollo».
Así que la entrada del gemelo Nadal que no fue ministro con Rajoy es para que Juan Bravo entienda que a este gallego le gusta el modelo de separar Economía de Hacienda. Dicen que Bravo prefiere todo junto, más para evitar peleas entre quien maneja el grifo de los ingresos y los gastos y quien marca las políticas que por ambición. Pero «recuerda, las formas».
Las formas y el liderazgo, reflexiona el periodista al salir de estos corrillos.
Porque una cosa es que todos coincidan en que «este Feijóo» ya ha podido armar su equipo, y en que la habilidad de «este Feijóo» integrando a todas las familias demuestra eso que decíamos al inicio, que con uno como él no se habrían roto las derechas en tres. Pero otra cosa es que la carrera no se le esté haciendo demasiado larga… por decir algo, a su edad.
Desgaste y degradación
Feijóo cumple 64 este septiembre, la edad que tenía Leopoldo Calvo Sotelo al heredar el cargo del dimitido Adolfo Suárez. Así, dando por hecho que las elecciones no las convocará Pedro Sánchez mañana, cuando llegue a la Moncloa (si lo hace), será el más viejo que lo haga en democracia. Y a alguno (o alguna) que aspirara, se le puede pasar el turno de la ambición personal.
No serían de extrañar, pues, algunas conspiraciones… si no fuera porque, de verdad, lo que sale del congreso de Madrid es el convencimiento de que «este Feijóo» ha aprendido la lección del 23-J. Ha hecho un equipo «sin cuotas territoriales ni de sensibilidades» y todos miran alrededor, concluyendo que la cosa funciona.
Y que la cosa es el proyecto, donde aunque «no todos pensamos lo mismo», admite un barón, «todos estamos a lo mismo».
Es más, la clave está en lo de “este Feijóo”, porque es éste y no el del congreso de Sevilla, el que ha hecho el partido que tenía en su cabeza.
El que ha dictado (sin necesidad de teledirigirla) la ponencia política. El que ha impuesto (sin que le hiciese falta callar a nadie) la reforma de los estatutos. Y el que ha repartido los cargos dejando algún cadáver por el camino que también aplaudía, porque por fin se ve el final del camino.
Depende de Sánchez cuándo acabe el largo y tortuoso camino, pero «puede ser ya» y hay que estar preparados. Además, la tracción con la que salen los peperos de Madrid les da unos cuantos decálogos que seguir —«no os obligaré a estudiarlo, pero os examinaré, tenedlo por seguro», advirtió en una de sus intervenciones desde el escenario—, un proyecto y un discurso claros.
Y además, un rival absolutamente demonizado que, encima, se dejó ver en directo, el mismo sábado, dando tumbos en «la acera de enfrente».
No hay mayor incentivo para las derechas que la «degradación sanchista». Ya sean de centro o conservadoras, ya liberales o socialcristianas, que sentirse todos juntos remando a ritmo y con un timonel indiscutible.
Porque esa es otra. El gallego llegó indiscutido como el único posible salvador de la debacle hace tres años. Pero no fue indiscutible, mucho menos tras la victoria por menos del 23-J. Ahora sí, se ha demostrado capaz de convencer a todos de que es “o Sánchez o él”.
Esa dicotomía binaria, que resumió el discurso de cierre, es la argamasa final.
Y ya nadie duda, ni siquiera el propio Sánchez, de su desgaste. “Es de ahí de donde podemos sacar lo que dijo Tellado”, apunta un cuadro medio entre los pasillos de Ifema. “Los 40 escaños más”. Para “el Gobierno en solitario” que Feijóo sí le reclama a los suyos como “único objetivo”.
Es decir, la mayoría absoluta que es lo único que ninguno se ha atrevido a pronunciar en estos tres días de Madrid. ¿Y por qué, entre tanta euforia, nadie dio ese paso? «Porque tenemos un plan, para llegar y para gobernar, no prisa», zanja un estratega mientras cierra carpetas. «Eso no se pide, eso se conquista».