Un sarcasmo

Varios billetes sujetos con pinzas. / EP

Resulta que el papel moneda, más allá de su valor económico, contiene una narrativa a la que sus usuarios, por lo general, permanecemos ajenos. Yo veo un billete de cincuenta, por ejemplo, y lo primero que se me ocurre es calcular la cantidad de billetes de diez que caben en su interior. Y caben cinco: cinco billetes de diez caben en uno de cincuenta. Me resulta asombroso que, en un billete de veinte, por poner otro ejemplo, quepan dos de diez, o cuatro de cinco. Hace falta haber alcanzado un grado de abstracción considerable para aceptar esa entelequia. Parece mentira que nuestra capacidad para establecer símbolos coexista con la de fabricar la bomba atómica. Me pregunto si los directores de las fábricas de armamento han leído un solo poema a lo largo de su vida. Es imposible haber leído un poema, incluso un poema malo, y dedicarse al diseño de ametralladoras. Los pacifistas tendrían que apostarse a las puertas de estas industrias del acero agresivo y regalar ejemplares del Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, por citar un libro que nos cambió la vida. 

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