Después de su aterrizaje en la ciudad en la primavera de 2002, el grupo inversor que dirige los destinos del Real Zaragoza eligió a Jorge Mas para asumir la figura de presidente, aunque el peso del empresario estadounidense de origen cubano sea claramente minoritario en la distribución accionarial de la SAD. Desde entonces, Mas ha asumido su rol representativo de manera muy natural, todo el tiempo a distancia y con una presencia física en el territorio muy circunstancial.
A su llegada, como dicta cualquier lógica, Mas reclamó paciencia con el proyecto en su nombre y en el de sus compañeros, los que trabajan en el día del club sobre el terreno, con Raúl Sanllehí a la cabeza, los que lo sostienen financieramente y los que lo amparan de forma invisible. Nadie le discutió al presidente ese tiempo de gracia. Al fútbol casi siempre se lo comen los demonios, pero bien entendido es un proceso que requiere asentar unas bases con personalidad, afianzarlas y desarrollarlas para, al final del camino, recoger los frutos de la siembra.
Así es como pasó la primera temporada con la nueva propiedad al frente, con una clara hoja de ruta desde el punto de vista accionarial, institucional, económico e inmobiliario y mucho menos limpia en la esfera estrictamente deportiva. El club comenzó a zigzaguear, a ir ahora para aquí y luego para allí y a pegar volantazos. Esa línea de alta inestabilidad se ha mantenido en esta segunda campaña con los mismos problemas: muchos vaivenes, cambios de entrenadores, elecciones erróneas y, consecuentemente, malos resultados.
En su última visita en diciembre pasado, Jorge Mas cambió el tono de su discurso y pasó de pedir paciencia a meter prisa. El resumen de lo que dijo se puede sintetizar en estas dos frases: “Queremos llegar a Primera inmediatamente, este año” y “estoy muy optimista con la segunda vuelta, hay una gran oportunidad de acabar entre los seis primeros para pelear por el playoff y llegar a Primera”.
A Mas no hay que reprocharle su buena voluntad ni sus buenos deseos, como los de usted o los de cualquier zaragocista. Hoy es evidente que su valoración fue exageradamente alegre, como lo fueron las de tantos y tantos aficionados el verano pasado (que, eso sí, no son el presidente), muchos menos ya cuando el estadounidense se vino arriba antes de la Navidad y la temporada andaba torcida y con malas perspectivas. El periodo 2022-2024 quedará en la historia como una etapa fea y fallida.
Después de tres entrenadores que no funcionaron por diferentes motivos (Carcedo, Escribá y Velázquez), con casi dos campañas deportivas consumidas y el depósito de la paciencia colectiva más vacío que en 2022, el Real Zaragoza tomó la decisión que había eludido en otros momentos: fichar a Víctor Fernández, además de entrenador, un líder, un referente social y un extraordinario parapeto.
Fernández ha sido un ganador muchas veces, aunque algunas de sus últimas presencias en esta plaza quedaran lejos de aquellos magníficos 90. La propiedad que dirige la SAD también tiene esa genética, a pesar de que hasta ahora no lo haya parecido y con ella haya que ser debida y permanentemente prudente al tratarse de un grupo de inversión muy heterogéneo, internacionalizado y con poco arraigo territorial. Citando textualmente a Mas, incluso con estos dos años pésimos, la oportunidad de hacer cosas bonitas en el Real Zaragoza en el futuro sigue plenamente vigente.