Hace muchos años leí a un crítico musical que “después de Bach, en música, todo era cosmética”. Por supuesto que la cita tiene su parte de boutade. Pero hay que reconocer que cada vez que volvemos a gozar en vivo o en directo de una de las obras mayores del genio de Leipzig, en cierto modo hay que dar la razón al aserto. Volvió a suceder este mes de marzo en el ADDA, cuando coincidiendo con el 300 aniversario de su estreno volvió a interpretarse ‘La pasión según San Juan’. Fue una velada que nos transportó a la gloria, a nuestra dimensión transcendente. Cada cual que la llame como quiera, según sea creyente o agnóstico, aunque uno siempre recuerda las palabras del sabio, por viejo, José Sacristán, cuando contaba cómo a pesar de ser ateo, sus reencuentros con Bach le ponían contra las cuerdas en cuestiones de espiritualidad.
La cuestión es que ahora que el ADDA como auditorio ha entrado en su edad adulta y su programación camina felizmente a velocidad de crucero, una ciudad de la envergadura de Alicante, la décima de España, y capital de la cuarta provincia, debería programar de forma habitual, dentro de su programación anual, un oratorio como mínimo.
Es algo que hizo nuestro vecino Palau de la Música de València desde el año de su fundación, y por partida doble. Tomó sana la costumbre de contratar ‘El Mesías’ de Haendel por Navidad y una Pasión de Bach por Cuaresma, agotando las localidades desde la primera temporada, y de esto hace ya más de tres décadas.
Comprendo que los repertorios por descubrir son amplísimos, pero sería fantástico mantener estos referentes barrocos, del mismo modo que gozamos del ciclo ‘Almantiga’. Estaríamos más cerca del cielo.