Una clienta de la librería 80 Mundos, en una imagen de archivo. / Pilar Cortés
El pasado miércoles me pasé por la librería 80 Mundos para recoger un libro que les había encargado. Allí, además de curiosear por sus más de 300 m2 de estanterías, tuve la alegría de encontrarme con una colega y amiga de la universidad. Cuando salí, mientras me cruzaba con turistas tirando de maletas, meditaba acerca del alivio que suponía tener ese reducto de cultura en una ciudad cada vez más despersonalizada. Escribo «reducto» en singular porque todas las librerías importantes que había en Alicante en los años 80 y 90, como Laos, Set i Mig, Librería Internacional, Lux o Manantial, se han extinguido. Queda Raíces, que es sobre todo una librería de segunda mano, y está 80 Mundos, fundada en 1984 y más tarde convertida en todo un refugio para los amantes de la lectura. Hace unos pocos años, esta librería independiente fue objeto de un premio nacional a la mejor labor profesional en el ámbito del libro. Fue sin duda un galardón merecido. Los valientes libreros y libreras que la llevan adelante, además de ofrecernos todo tipo de tesoros en sus cuidados estantes, organizan presentaciones de libros, recitales de poesía, tertulias políticas, cuentacuentos para niños y talleres de escritura creativa. Es un lugar de descubrimiento y encuentro en la ciudad, una «trinchera», como explican en su página web, donde el fomento y el amor a la lectura y el intercambio de ideas se defienden.
Así que allí estaba yo, sorteando las maletas y terrazas que abarrotan Alicante. Salía reconfortada por ese atisbo de humanismo y gentileza que había sentido en mi paso por la librería. Y al llegar a casa, el mazazo: la noticia de que a 80 Mundos, tal como la conocemos hoy, le quedan pocos días. Tiene que abandonar su sede en la avenida del General Marvá porque el edificio donde se sitúa el local ha sido vendido entero para uso turístico. No sé quién lo habrá comprado, pero seguro que es gente insensible a las necesidades y querencias de los que aquí vivimos. Seguro que no sabe –o no le importa— que ese lugar es un espacio de alto valor, precisamente por lo que tiene de defensa de la cultura culta. Por favor, que los gobernantes hagan algo. La desaparición de 80 Mundos no significaría solo la pérdida de un lugar único, sino también la constatación de que en Alicante los ciudadanos estamos desprotegidos, que no hay árbol de las letras que nos cobije, y que la ciudad entera se ha vendido al mejor postor. n