La dimisión de Juan García-Gallardo pilló por sorpresa a propios y extraños. Bien pudo parecer un movimiento precipitado, lo cual no es óbice para que esté plagada de motivos y sujeta a la lógica. Todo comenzó a gestarse el pasado viernes, cuando Vox anunció la purga de dos de sus procuradores en las Cortes de Castilla y León. Dos perfiles que en las últimas semanas teledirigieron sus misiles hacia la dirección nacional del partido, achacándoles falta de democracia interna y reclamándoles el regreso a la familia europea de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. Ante la insistencia de sendos diputados, el vicepresidente nacional de la fuerza ultraderechista, Ignacio Garriga, bajó su pulgar y los condenó al exilio, desatando una profunda crisis interna.
García-Gallardo se sentía guardia pretoriana de la dirección. Siempre alineado a las consignas provenientes de Madrid. Sin embargo, en tan sólo 72 horas, todo cambió. La sintonía con la cúpula se tornó en una agria carta de despedida entre un mar de reproches al entorno de Santiago Abascal por impedir la “pluralidad de liderazgos y carismas”, así como ocupar “cada vez más espacios en detrimento de los demás” y una carencia de “ética” que al ya ex portavoz de Vox en las Cortes castellano y leonesas le parecía preocupante.
Meloni, el detonante
El detonante de tan apresurada decisión fue -como casi siempre- la decisión de la dirección de purgar a dos de sus procuradores en las Cortes regionales para acallar sus denuncias sobre la falta de democracia interna en el partido que dirige Santiago Abascal. Ambos afeaban a la cúpula la adhesión al grupo europeo de Viktor Orban, por lo que reclamaban un reingreso en la familia que lidera el partido de Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, en la Eurocámara. Tal decisión se adopta en el Consejo de Dirección del Grupo Parlamentario en Castilla y León. Un órgano al que pertenecía el propio García-Gallardo, pero que recibió la orden directa de Garriga para segar la vida política de los díscolos Ana Rosa Hernando y Javier Bernardo Teira.
La mano derecha de Santiago Abascal conminó a Gallardo a expulsar a los dos críticos, recordándole que, en calidad de portavoz del grupo parlamentario, debía adoptar tal decisión. Según apuntan medios de comunicación como El Mundo, el líder territorial no se opuso a la directriz proveniente de Madrid. Su silencio, no obstante, provocó una segunda conversación al respecto. El intercambio de opiniones fue más tenso que esa primera llamada matutina, pues “entre gritos y amenazas”, Garriga aseguró que o bien firmaba la purga de sus dos procuradores o le reemplazarían como portavoz.
La amenaza fue la gota que colmó el vaso para Gallardo, que se movió en silencio en las horas sucesivas. Entrado el fin de semana, el todavía portavoz parlamentario gestionaba la situación cómo buenamente podía, estudiando todas y cada una de las aristas y salidas a la crisis. Tenía tiempo hasta este lunes, fecha en la que debía accionar el botón de “eyectar” a través de un escrito dirigido a la Mesa de las Cortes. Esas 72 horas le permitieron articular un argumentario contestatario que acabaría en la renuncia a todos sus cargos. Para ello, se puso en contacto con antiguos miembros del Comité Ejecutivo Nacional del partido, que a la postre es su órgano de dirección. Según El Mundo, algunos de estos rostros de Vox llevaban “meses hablando” con el ex dirigente regional y deslizan que la decisión no sólo se explica con arreglo a una nueva purga intestina, sino también a una “acumulación de motivos”.
El relato de Bambú
En la dirección nacional se enfundan en la capa de Capitán A Posteriori y aseguran en privado que la crisis en Castilla y León se veía venir desde antes del verano pasado, cuando Vox rompió su pacto regional con el Partido Popular. Según la versión oficialista, el ambiente se enrareció en la delegación tras abandonar la Junta porque a García-Gallardo le costó la adaptación a su rol de portavoz parlamentario raso. Incluso aluden -sin explicar cuáles- “calentones incontrolables” y un trato “brusco” hacia sus compañeros de bancada. En definitiva, tensión máxima en el grupo.
En la explicación que ofrecen desde Bambú es que Gallardo se aislaba paulatinamente, quedándose tan sólo con sus dos principales valedores: los diputados purgados, Ana Rosa Hernando y Javier Bernardo. Revelan que el portavoz pidió una reconfiguración del grupo en torno a estos, pero se corría el riesgo a generar una crisis interna y la dirección nacional frenó el intento, instando a Gallardo a que esperara a la confección de la candidatura para las elecciones regionales de 2026. Un momento propicio para esbozar un retoque de semejante calado. Sin embargo, el consejo de la guardia pretoriana de Abascal no aplacó el distanciamiento. De hecho, lo acentuó hasta el punto de que la cúpula acusa a los procuradores expulsados de iniciar una campaña de desprestigio contra Vox ante los medios y en redes sociales. Operación que, por otro lado, el exdirigente autonómico no afeó.
Así las cosas, estaba previsto que el exportavoz atendiera a los medios de comunicación el lunes a las 10:15 horas, toda vez que registrara el escrito que comunicaba a la Mesa de las Cortes la expulsión de Hernando y Bernardo. No obstante, Vox desconvocó la comparecencia porque Gallardo se negó a firmar dicho documento y, por tanto, dimitía de todos sus cargos al no seguir la consigna de la dirección. Anunció su renuncia a Madrid poco antes de difundir la carta en sus redes sociales y deja de nuevo en entredicho a la cúpula de Abascal, que vuelve a ser el motivo de dimisión de uno de los pesos pesados de la formación.