El miedo fue la gran ocupación de la vida de Paul Naschy, un tipo culto y singular considerado el introductor del cine de terror en nuestro país a finales de los sesenta. Alguna vez comentó que la primera película de ‘miedo’ que vio, a los seis años, era en realidad apta para todos los públicos, ‘Blancanieves y los siete enanitos’: “Fue en el cine Palacio de la Música. Me llevó mi madre. Iba con pantaloncitos tiroleses y cuando salió la bruja malvada me hice pis». También contaba a quien quisiera escucharlo que se enamoró del cine tras una proyección de ‘Frankenstein y el Hombre Lobo’ (1943), y que de niño recorrió el Madrid más siniestro de la posguerra de la mano de su tío materno: «Íbamos a los cementerios y me obligaba a reflexionar sobre la muerte. Tenía una latencia romántica muy fuerte y me regalaba libros de Bécquer y Espronceda. Me llevaba a la Ciudad Universitaria. Aquel paisaje lleno de trincheras, nidos de ametralladoras y edificios agujereados como un queso gruyère se me quedó grabado en la memoria».
Hijo de un conocido peletero, el madrileño fue campeón de España de halterofilia, estudiante de Arquitectura y Ciencias Exactas y dibujante antes de meterse en el cine, su auténtica vocación. A principios de los sesenta fue extra en filmes como ‘Rey de reyes’ (1961) o ’55 días en Pekín’, ambas de Nicholas Ray. Y desde que en 1967 consiguió que unos productores le compraran el guion de su primera película (‘La marca del hombre lobo’, que como varias de sus películas se puede ver en FlixOlé), que además protagoniza, se convirtió por méritos propios en el rey del fantaterror español. Un subgénero con cierto componente erótico y violencia explícita que vivió una época de esplendor entre finales de los sesenta y principios de los ochenta. “Creo que puedo asegurar que el cine de terror en España ha nacido conmigo y ha muerto conmigo”, aseguró Naschy a un periodista en 1978. “Es una tontería ser modesto cuando se habla con sinceridad. Al cine de terror lo ha matado ahora el sexo, y antes el vacío de la crítica y la incomprensión generalizada”.
Cuando su interlocutor le preguntó por el motivo de esa incomprensión, el actor-director-guionista, cuyo verdadero nombre era Jacinto Molina (Madrid, 1934), mencionó que todo se debía a motivos culturalistas: “A mí se me considera un bicho raro. Tal vez por los papeles que he desempeñado. Ellos me han hecho el vacío, los críticos y en general los intelectuales, los españoles, naturalmente, pues tengo más de diez premios internacionales, aunque en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges también me han concedido algunos premios. Yo he hecho toda la galería del cine de terror, desde Drácula a Jack el Destripador, pasando por el hombre lobo, al que, en diferentes películas, he interpretado siete u ocho veces”.
Las películas del que fuera uno de los más famosos intérpretes del licántropo solían ser denostadas por la crítica nacional, pero el susodicho encontró el aplauso por parte de la crítica francesa, inglesa y, sobre todo, alemana. Y llegó a ser venerado en países como Japón, donde pasó varios años viviendo y trabajando, y Estados Unidos, donde para muchos aficionados al cine fantástico y de terror estaba a la altura de estrellas como Boris Karloff, Bela Lugosi o Peter Cushing. “A mí me ha llamado Alan Parker para trabajar en su película Evita, y tuve que decir que no porque no estaba preparado para cantar ópera. Y me llamó Spielberg y no pude acudir porque estaba recién operado del corazón”, se sinceró Naschy en una entrevista con ‘Interviú’.
“El público fue a ver las películas de Paul en España, especialmente en los años setenta, y fueron películas muy rentables internacionalmente”, comenta a El Periódico de España el cineasta y escritor Víctor Matellano. “Y los nuevos públicos de ahora ven estas películas con mucho interés. Respecto a la crítica española, la de la época, no le trató ni mejor ni peor que a otros cineastas españoles que se dedicaron al cine de género, o también a la comedia; las cosas son aquí así. Lo peor vino en los años noventa, cuando algunos se empeñaron a fondo para intentar desprestigiarle”.
Naschy ha sido un verdadero referente para gente como Matellano, que de hecho le acaba de rendir homenaje con un documental titulado ‘Llámame Paul’ (2024), que se estrenará en cines próximamente. “Tuve la enorme suerte de conocer a Paul, de ser su amigo y de compartir proyectos con él, tanto de tipo literario como teatral”, señala. “Paul merece siempre ser reconocido por su labor, por su enorme aportación. Y le planteé a su hijo Sergio la posibilidad de un nuevo proyecto que mostrase los aspectos más íntimos de Naschy. Era absolutamente necesario hacerlo con él. El documental se centra en cómo afectan los primeros años de la vida de un creador a su creación. Ese momento de la permeabilidad de un niño para lo bueno y para lo malo. Paul fue un niño de la guerra y la posguerra y vivió cosas impactantes”.
Trabajador incansable, Naschy participó como actor en más de cien películas, además de dirigir y firmar el guion de unas cuantas. Entre las más taquilleras se encuentran ‘La noche de Walpurgis’ (1971) y ‘El jorobado de la Morgue’ (1972), aunque cabe decir que otras, como ‘Inquisición’ (1976) o ‘El huerto del francés’ (1977), resultan más personales y están mejor valoradas. Por cierto que ese último filme, coprotagonizado por María José Cantudo y Ágata Lys, y que se basa en un oscuro episodio de la crónica negra española del siglo XIX, era uno de los preferidos del madrileño. El Festival de Cine de Sitges estrenó en 2020 una copia restaurada.
«En los ochenta, con las dañinas subvenciones a fondo perdido, tuve unos años de parón. Ahora sólo me retiraría la salud», señaló Naschy en el estreno de ‘School killer’ en 2001, mismo año en que le concedieron la medalla de oro de las Bellas Artes. Y en noviembre de 2009, a los 75 años, falleció como consecuencia de un cáncer de próstata —algún tiempo después se hizo público que fue víctima de una negligencia médica, y que el urólogo que le trataba fue condenado a pagar 43 mil euros a su viuda Elvira Primavera e hijos por no haber realizado al actor “pruebas imprescindibles” para su diagnóstico—.
“Paul se marchó rodeado de amor de los suyos, de su familia y de sus amigos”, apostilla Matellano. “A pesar de su enfermedad, se encontraba en un momento feliz, porque estaba a punto de estrenar grandes trabajos y la reivindicación era muy alta, lo comprobaba en publicaciones y en el calor de los fans en las convenciones. Si Jacinto siguiese entre nosotros, seguiría luchando, escribiendo sin parar, soñando con nuevos proyectos, y estoy seguro de que muchos cineastas estaríamos contando con él para nuestros trabajos. El cine fantástico sigue dando muchas alegrías en este país, y él estaría de lleno en ello”.