De repente, hurgas en tu bolso y no encuentras el móvil. Unos calores intensos te empiezan a subir por el cuerpo, mientras comienzas a experimentar una gran sensación de agobio. Todos la hemos tenido alguna vez. Un aluvión de pensamientos te inundan la mente: tarjetas de crédito digitales, los contactos de la agenda, las conversaciones privadas de WhatsApp, fotos de tus hijos, de tu pareja…El teléfono móvil se ha convertido actualmente en el cofre de un valioso tesoro y contiene, casi literalmente, toda nuestra vida.
Por ello, el robo de terminales telefónicos se ha convertido en un pequeño drama personal que, además, está en auge. Y es que, según datos aportados a Mediterráneo por el Ministerio del Interior, el pasado año 2023 se sustrajeron en la la Comunitat Valenciana nada menos que 23.045 teléfonos (9.178 en los primeros seis meses de este ejercicio), lo que en Castellón se traduciría en unos 2.500, atendiendo a su peso poblacional en relación a la cifra autonómica global.
Dicho de otro modo, cada semana se roban, de media, 480 smartphones en la Comunitat y unos 52, en Castellón.
Si bien en el conjunto de la Comunitat no han experimentado variaciones significativas los robos con violencia (+1,1%) ni los hurtos (-1%) este año en comparación con el anterior, en la provincia de Castellón los primeros sí han aumentado un 17,3% –mientras que los hurtos han bajado en un 3,5%–, según cifras ministeriales de criminalidad.
Lugares masificados
Los delincuentes suelen actuar aprovechando un descuido y en zonas concurridas, como puntos turísticos o aglomeraciones, cuando hay masificaciones como conciertos, festivales de música como el FIB, Rototom o el Arenal Sound o fiestas como las de la Magdalena o Fallas. Por ello, tanto la Policía Nacional, como la Guardia Civil o las Policías Locales establecen dispositivos específicos para atrapar a los ladrones de móviles. Y es que los cacos se aprovechan especialmente de un despiste para llevarse el teléfono en zonas de fiesta.
Si el delincuente actúa solo, como hacen el 50% de ellos, puede acumular varios teléfonos antes de abandonar el lugar.
En ocasiones, sin embargo, el robo no les sale como esperan, como se demostró la pasada Magdalena en la plaza de las Aulas cuando la víctima de un hurto al descuido fue un policía nacional fuera de servicio, que pudo percatarse de lo ocurrido y se quedó con la apariencia física del ladrón. Tras seguirlo y en colaboración con otros agentes, localizaron al caco y recuperaron el terminal, así como otros dos teléfonos móviles robados.
Tras las sustracciones, los ladrones apagan el smartphone y lo revenden a grupos organizados de receptación, que compran estos objetos robados. Todos los modelos tienen salida, aunque los más antiguos apenas valen unos diez euros, mientras que los de última generación pueden llegar hasta los 400. Lo habitual es que se formateen y se revendan sin datos del anterior dueño, aunque en ocasiones hay mafias que se hacen pasar por la operadora ante la víctima para conseguir sus claves.
¿Penas más elevadas?
Fiscalías, como por ejemplo la de Barcelona, apoyan que los robos de teléfonos móviles sean considerados «hurtos cualificados» y se agrave la condena a los autores de estos delitos. Argumenta que el contenido del móvil «tiene un valor práctico superior al material». Desde la Fiscalía de Castellón evitan pronunciarse al respecto. A preguntas de este periódico sobre su postura, desde el Ministerio Público castellonense respondieron que «no hay ninguna instrucción de Fiscalía, ni se ha elevado consulta al respecto».
El trauma del ‘smartphone’ robado
En todos los ámbitos sociales hay temas que llaman la atención de la opinión pública y acaparan titulares, logrando captar también la atención de los gobernantes. Así como ocurre en política o economía, los temas de seguridad se ponen «de moda» a temporadas. Desde hace algunos años, se habla de robos de relojes de lujo o de ocupaciones de primeras viviendas. No obstante, estos casos representan un porcentaje reducido de los hechos delictivos totales y tienen una afectación limitada: pocas personas poseen artículos de lujo, y son menos aún las que experimentan una ocupación ilegal de su vivienda habitual.
Por otro lado, existen delitos comunes que la mayoría de las personas normaliza, como los pequeños hurtos. Aunque estos actos pueden causar un daño temporal, la sociedad los considera casi inevitables en las grandes ciudades. Cada delito, ya sea contra el cuerpo, el espacio o los bienes de una persona, tiene un impacto individual que, sumado, genera consecuencias en la comunidad. Además, cuando estos delitos menores aumentan en frecuencia o afectan a la esfera personal, las repercusiones sociales son mayores, especialmente porque van minando la confianza en la convivencia ciudadana y la protección.
Hoy en día, los móviles son bienes costosos que contienen gran parte de nuestra vida personal y profesional: desde fotos y contactos hasta aplicaciones bancarias. Su pérdida no solo implica la sustracción de un objeto, sino también una invasión de nuestra intimidad, pues en ellos almacenamos recuerdos y comunicaciones privadas. Aunque muchos de estos datos pueden recuperarse en línea, la experiencia del robo, especialmente cuando se usa la fuerza, genera un impacto emocional. Al daño físico, se suma el trauma del asalto, y cuando lo robado contiene aspectos íntimos de nuestra vida, la percepción de inseguridad se acentúa. Estos delitos, aunque no representen grandes pérdidas económicas o daños físicos, dejan una huella profunda y contribuyen a una sensación general de vulnerabilidad.
Sonia Andolz, profesora de la Universitat de Barcelona
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