Con paso cauto y madrugador, poco después de las siete y media de la mañana de este Lunes de Carnaval se acercó al atrio del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma Milagros Padrón Martín, nacida en 1951 y vecina de la subida de El Puente. Divorciada y madre de tres hijos, era la primera que llegaba a coger sitio a las puertas de las Casas Consistoriales con el traje que se compró para la ocasión para ir de estreno. Asistente de hogar y luego cuidadora de personas mayores, Milagros seguía con atención el trajín de la media docena del personal municipal que habilitaba unas mesas y unos bancos que minutos después se convirtieron en el improvisado estudio de las emisoras de radio por las que fue alternando el alcalde, Asier Antona, a quien no le faltó ni el broche en la solapa de su chaqueta gracias a que mientras repasaba su agenda con los medios con la responsable de prensa, el jefe de Protocolo le colocaba la chapa de metracrilato que este año lleva la imagen, como ocurre con el cartel, de Antonio Abdo. El que fuera director de la escuela municipal de teatro en el pasado, junto a su esposa Pilar Rey, protagonizó muchas esperas en el atrio del ayuntamiento cuando entonces nadie iba por la mañana a los indianos porque se celebraba en forma de desfile por la tarde.
El fallecimiento el año pasado de Antonio Abdo no le impidió ver el éxito de la reformulación de esta celebración en la versión reciente que comenzó en 1966 y que ha transformado la cita con la tradición en el primer Carnaval de Día, lo que suscita un conflicto para puristas, aquellos que prefieren el desfile, en horario de tarde, a partir de las 17:00 horas, frente a quienes entienden que Los Indianos es hoy en día el acto de mayor relevancia en el calendario de actos del Lunes de Carnaval en Canarias, aunque sea a costa de menos tradición y más botellón.
Y es que la cita con Los Indianos tiene dos caras. Por la mañana, la protagonista es la Negra Tomasa, desde que a las diez de la mañana la van a buscar a su casa frente a la plaza de San Francisco para llevarla hasta el puerto, donde se recrea el desembarco y la llegada de aquellos palmeros que emigraron a Cuba y Venezuela y regresan con alhajas y dineros.
A sabiendas del éxito en el poder de convocatoria, el nuevo equipo de gobierno ha diversificado los escenarios y por tanto la música, y en su afán de no concentrar la actividad en la plaza de España –plaza de La Habana desde que se descubre la placa conmemorativa–, esta edición hasta se establecieron límites de control para que en todo momento reinara la seguridad a costa de que no todos pudieran concentrarse en la plaza de España; todo en función de la capacidad de aforo que se controlaba con drones y en coordinación con la Policía y la dirección técnica Manuel Asensio.
Pero limitar Los Indianos a esta descripción es como valorar una obra de arte por la moldura con el que está encuadernada.
El Lunes de Carnaval, al menos lo que se vive y disfruta por la mañana, mantiene esencia y tradición. Miles de personas que se gastan sus dineros en una vestimenta hasta el punto de que Los Indianos puede presumir de que no tiene público; todos los asistentes son protagonistas. Como dice Asier Antona, los palmeros no se disfrazan de indianos, sino que se visten de tradición.
Pero la cita se debate entre un espectáculo multitudinario –la capital palmera tiene 15.000 vecinos censados y ayer se congregaron en las calles del centro más de 60.000– o custodiar la tradición. Por la mañana, Santa Cruz de La Palma se transforma en La Habana, con los adoquines de la calle Real tapizados por polvos talcos, en un ambiente que en poco o nada se parece al que sucede a partir de las cuatro de la tarde, cuando parece imponerse más el botellón.
De ahí que incondicionales de aquella cita tradicional de Los Indianos, como Domingo –uno de los camareros del bar del aeropuerto– en poco o en nada se identifique con esta manifestación que se adueñó en la capital y que excluye la posibilidad de reivindicar las parrandas, eso sin obviar la zona de descanso en la que se ha convertido el Césped, donde se entremezcla nostalgia o agotamiento de quienes un día hicieron grande el Lunes de Carnaval en la capital palmera.
Las señas de identidad de una fiesta única
Pero Santa Cruz –de La Palma– atesora señas de identidad de una fiesta única y sensacional donde no tiene cambio el multicolor, ni los brillos o la purpurina. En Los Indianos se impone el blanco. O en su defecto el beige.
A los vecinos y a la mayoría de los visitantes de la mañana les acompaña la elegancia y el cuidado vestuario, y hasta en la calle Real y callejuelas que conectan con la avenida marítima reina el ambiente más familiar. No falta tampoco el ingenio, como la de los padres que habilitaron la tanqueta en forma de furgoneta de la Policía Nacional para pasear con su pequeño por O’Daly.
Recién llegado de Gran Canaria, Néstor se sumaba a la tasca La Tomasita, en la plaza de España, para echar una mano a un colega; a primera hora se podía todavía degustar algún bocadillo de pata, en diferentes variantes –queso balnco o alioli– que pasaba a la historia después de las once de la mañana, cuando la música reina en la plaza. Si novedosos fueron los controlores de acceso, insólito resultó que se respetara el minuto de silencio en homenaje por la muerte de los dos guardias civiles en la localidad gaditana de Barbate. En el atrio estaba el alcalde, la corporación y demás autoridades… pero lo llamativo fue el silencio que se hizo durante un minuto.
Tras este paréntesis, siguió la música en las escalinatas de la iglesia del Salvador, la misma por la que accedió la Negra Tomasa cuando se descubrió la placa que renombra la plaza en honor a La Habana y que fue testigo del traspié de Sosó que puso con el alma en vilo a más de uno.
Aunque no está incluida en la programación, sí figura como escenario la farmacia de Carmen Yelitza Hernández Pérez, al inicio de la calle Real, uno de los altares de obligada visita. Y no por adquirir tiritas o sueros –los productos más demandados un Lunes de Carnaval–, sino por la recoleta ambientación instalada a la entrada misma de la botica que invitaba al visitante a pasar, tomar algunas de las copas y brindar e inmortalizar el momento gracias precisamente a la propia farmacéutica que se prestaba a quitar las fotos a cuantos lo deseaban. Y es que ayer en esta farmacia el personal no prestaba su labor con bata de médico sino en traje de indianos.
La propia farmacéutica demostraba sus dotes artísticas, y no solo con el montaje de la escenografía instalada, sino con su diálogo, propio de una obra de teatro, tal vez que habrían firmado Antonio Abdo y Pilar Rey, cuando Carmen Yelitza se refería al perrito de peluche que estaba allí en un baúl porque había llegado mareado después de la travesía a Santa Cruz de La Palma, mientras mostraba un muñeco que encarnaba al niño que estaba durmiendo tras la mala travesía.
En una de estas se encontró con una amiga a la que saludó interesándose por cómo le había ido la travesía… Y en el bar de enfrente, junto a La Molina… el baile de la cucaracha, pero todavía se podía pasear por las calles, donde primaban padres con sus hijos… hasta que en un momento del paseo por la calle O’Daly se armaba una polvacera gracias a un cañón.
Hasta las tres o las cuatro de la tarde, Santa Cruz de La Palma reivindicaba ese espíritu familiar que caracteriza el Carnaval de Día, donde están prohibidos por bando municipal otros ritmos musicales que no sean latinos. Recuerde el lector que desde que desembarca la Negra Tomasa, la capital de la Isla Bonita cuelga el cartel de bienvenido a La Habana.
En el ánimo de cuantificar cuántas personas disfrutaron de Los Indianos, los residentes tienen en La Alameda el mejor indicador: ayer estaba a tope, lo que significa que Santa Cruz de La Palma había logrado un hito histórico. Y en estos Indianos hay tantas historias como personas lo han vivido desde que se adentraron desde el Césped para enfilar Pinar del Río –como se leía en una de las pancartas– y poner rumbo a la plaza de La Habana.
La farmacia de la calle Real se convirtió en un altar de obligada visita para inmortalizar la cita
Reencuentros
La capital palmera se convierte cada Lunes de Carnaval en punto de reencuentros, como el de Anselmo Aparicio con su compañero de clase a quien casi después de la primera comunión en el colegio La Salle de la otra Santa Cruz, la de Tenerife, no lo había vuelto a ver. Han transcurrido cuarenta años y fue precisamente en la tierra indiana donde se tropezaron y nada menos que dos veces el mismo día. Y no sería por falta de gente en las calles de La Habana palmera.
La llegada de la Negra Tomasa provoca delirio entre la población, que alcanza el clímax a ritmo de música latina. No importa si se demora el arranque, como ocurrió ayer; la cosa es que no pare. Y así se enlaza la mañana con la tarde. Pesa el cansancio en los más mañaneros y el temor, entre los puristas de la cita, de que con la llegada del barco de primera hora de la tarde la tradición se torne en botellón. Lo cierto es que en esos momentos las familias se retiran a sus hogares.
Hasta los taxis acaban tapizados en blanco, un sinónimo de que sin salir de la capital palmera también han emulado el espíritu indiano. Hagan números: una media de quince euros por viaje, y hacen cuarenta carreras... Es agosto en febrero. Hoy, Martes de Carnaval, es día de regreso a casa para muchos; para otros, la incursión en la tradición se completa con la visita al volcán, para lo que ya han reservado sus visitas guiadas.
El debate está servido en estos Indianos que despiertan pasiones y ya están pendientes de reservar alojamiento y pasaje de cara al año que viene o dar un paso atrás y quedarse con los desfiles de cuando la fiesta era vespertina. Eso sin ahondar en la duda de qué pasará el día que esta Negra Tomasa cambie de destino… Por ahora, Santa Cruz de La Palma es capital del Lunes de Carnaval en Canarias.