Daniel Iriarte (Zaragoza, 1980) es un periodista que un día dejó atrás destinos laborales de choque, como Estambul o El Cairo, mesas de edición u horarios intempestivos para centrarse en el análisis de desinformación para entidades públicas y privadas. Producto de ello es ‘Guerras cognitivas’ (Arpa, 2025), un ágil e inquietante ensayo sobre cómo «estados, espía, empresas y terroristas» pugnan por colonizar las mentes, librando en cada individuo, en esta era de confusión global, una batalla tan relevante como los combates en las llanuras de Ucrania o los bombardeos que asuelan Gaza.
Su libro me dejó preocupado…
Sí, acabé el libro en febrero, y ya está superado. Por ejemplo, existía la posibilidad de que, con la inteligencia artificial, el recabado de datos personalizados de cada ciudadano y el envío de mensajes a partir de ellos, que ya ocurrió en el Brexit con Cambridge Analytica, fuese más persuasivo y masivo. Hace un mes supimos que una empresa china hace ya estos perfilados y el envío de mensajes personalizados. De momento, solo en China, Taiwán y Hong Kong, para neutralizar debates contrarios al Partido Comunista.
¿Cómo puede defenderse una democracia?
Una pregunta difícil. Vemos una explotación masiva de las características de las sociedades abiertas por los adversarios de la democracia: la libertad de expresión, de prensa. Además, en la mayoría de las democracias, difundir desinformación no es delito. Y las iniciativas que se han puesto en marcha para verificar noticias o desmentir bulos no funcionan. Se tarda mucho más en desmentir un bulo que en generarlo.
Lo que más me gustó de su libro es el perfil psicológico de un extremista. Explica cómo la mente de un radical recibe la información…
Se llama David Saavedra, autor de ‘Memorias de un exnazi’, y hablaba del concepto de ‘burbuja cognitiva’. David es una persona que, además de haberse salido del movimiento nazi, ha reflexionado acerca de los procesos mentales en la radicalización. Cuenta que, cuando uno está dentro de este movimiento, su forma de razonar es una burbuja en la que solo entra lo que cuadra con su estantería mental; lo que no, se descarta, algo aplicable también a la ultraizquierda. Una vez que la ideología se convierte en elemento identitario, es mucho más difícil influir en el individuo. Lo compara con el enamoramiento.
¿El periodismo no da abasto?
No. Las organizaciones de verificación tampoco. ¿Qué es lo que está funcionando, más o menos? La alfabetización digital. Taiwán es un territorio con un gran problema con la desinformación china, que intenta siempre modificar la conciencia de los taiwaneses. Hay muchas iniciativas y canales de Whatsapp gubernamentales a los que uno puede dirigirse si uno ve una información sospechosa, y allí la verifican. Estas iniciativas hacen que la gente sea consciente de que parte de la información que circula puede ser desinformación. Funciona aún mejor en Finlandia, donde la formación a los niños comienza en edad muy temprana, y se les enseña a desconfiar de lo que les llega, cuestionar fuentes y narrativas. Finlandia es el país occidental con menor penetración de la desinformación rusa.
¿España y Europa mejoran?
Diría que no. Aunque depende de qué sector. Entre los chavales, hay una dicotomía. Por un lado, tienen una exposición mayor a las redes sociales que los adultos. Nosotros, en cambio, nos movemos en el debate entre verdad y mentira. Para los jóvenes, muchas veces, la verdad que me gusta es a la que me adhiero. Pero también hay un cinismo que no existe en generaciones posteriores: entienden que parte de lo que circula es falso. En lo demás, no sé qué decir. Veo a movimientos políticos que piensan que es un atajo para llegar al poder, y lo usan de manera impune y con cierto éxito.
Un ejemplo.
Las cuentas antiinmigración, que intentan amplificar incidentes en los que hayan participado inmigrantes, o atribuir falsamente a los inmigrantes episodios violentos. Logran crear un clima antiinmigración que ciertos partidos explotan.
El mejor desinformador del mundo, según su libro, es Rusia. ¿Cómo ha adquirido esa maestría?
Siempre han sido muy buenos en operaciones psicológicas. Ello muestra que no importan tanto los medios técnicos como dar con la tecla psicológica para que la manipulación funcione. Rusia solo ha adaptado los viejos métodos del KGB a los nuevos ecosistemas digitales.
¿Hay que aplicar medidas coercitivas contra los desinformadores?
No hay una noción universal de lo que es desinformación. Y este tipo de mecanismos se pueden prestar al abuso de un Gobierno. En el caso de personas al servicio de potencias extranjeras, sí se puede establecer algún tipo de restricción.
Habla de China y, en menor grado, Irán. ¿Occidente desinforma?
En el libro cuento la campaña estadounidense contra la vacuna china del covid. En la pandemia EEUU se dio cuenta de que China estaba ganando la batalla de la opinión pública con una vacuna no testeada. Elementos del Pentágono pensaron que había que contrarrestarlo y crearon enjambres de cuentas falsas que difundieron narrativas contra la vacuna china. Algunas eran legítimas, como la falta de tests. Otras no: En países musulmanes se dijo que tenía grasa de cerdo. Pero no hay equivalencia, ni en términos morales o en cantidad, entre democracias y autocracias. Las primeras responden ante una opinión pública a la que no le gusta este comportamiento.
¿Los radicalismos mienten siempre?
Diría que sí. El mundo es muy complejo para meterlo en una idea simple que pueda movilizar a las bases.
Para que las democracias sobrevivan, ¿deben hacer como Rumanía, es decir, suspender a veces elecciones?
Hay que ir caso por caso. Lo de Rumanía estaba claro: un candidato sin apoyo de repente se convierte en el más votado, gracias a Telegram y TikTok. Pero hay que recordar que una vez que el voto de protesta toma forma, es muy difícil devolver el genio a la botella. Va a haber casos con escenario no tan claro. Y toda medida pueden ser contraproducente. En Francia, Le Pen ha sido condenada por financiación irregular, delito probado. Pero su partido sigue líder.
Un consejo para los futuros periodistas.
El trabajo periodístico sigue siendo importante. Y la verdad también. Sigue habiendo sed de conocimiento fidedigno entre las audiencias, y la gente quiere poder fiarse de quién le informa.
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