Esta misma madrugada, horas después de que el Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal reconocieran al Estado de Palestina, una docena de vehículos blindados israelíes irrumpieron a las bravas en el campus de la Universidad de Birzeit, la más prestigiosa de los territorios ocupados palestinos, situada a las afueras de Ramala. Los soldados arrestaron a varios guardas de seguridad, dañaron el mobiliario del campus y dejaron un reguero de octavillas a su paso. «La actividad de las organizaciones estudiantiles es actividad terrorista«, decía uno de los pasquines a modo de amenaza. El incidente sirve para ilustrar la disonancia que existe entre los reconocimientos diplomáticos de estos días y la realidad sobre el terreno. El Estado palestino no existe en la práctica, y la poca viabilidad que pueda quedarle está siendo destruida metódicamente por el Gobierno ultranacionalista de Binyamín Netanyahu.
«La esperanza de los dos Estados se está diluyendo, pero no podemos dejar que se apague», reconoció el domingo el primer ministro británico, Keith Starmer. «Hoy revivimos la esperanza en la paz y la solución de dos Estados». Otros países seguirán su estela esta semana. También Francia, Bélgica, Malta, San Marino y Andorra reconocerán este lunes a Palestina. Pero ese gesto no pasará de un mero brindis al sol a menos que vaya acompañado de medidas concretas para alterar el ‘statu quo’. «Puede que no tenga un efecto inmediato en términos prácticos, pero podría servir para que la comunidad internacional se tome en serio la búsqueda de soluciones», asegura a este diario el profesor de Estudios Internacionales de la Universidad de Birzeit y exministro palestino, Ghassan Khatib. «Eso pasa por imponer sanciones a Israel para que detenga el genocidio en Gaza y frene la expansion de los asentamientos en Cisjordania».
Esos dos territorios conforman junto a Jerusalén Este los territorios ocupados palestinos, la cartografía sobre la que debería levantarse un día el Estado palestino. Pero hoy no son más que tres cantones inconexos, rodeados de muros, vallas y alambradas y sin ninguno de los elementos básicos de la soberanía nacional. Ni control de fronteras ni control del espacio aéreo y marítimo. Los palestinos ni siquiera tienen jurisdicción sobre sus recursos naturales, nacionalizados por Israel o controlados por sus militares, lo que ha contribuido a hacer de su economía una economía cautiva del Estado judío. A modo de ejemplo, gran parte de la electricidad y el agua que consumen se la compran a compañías israelíes, a pesar de que se generan en gran medida de sus propios recursos, particularmente el agua.
La muerte de Oslo
Los Acuerdos de Oslo (1993) trataron de acabar con la lógica de la ocupación. De ellos nació la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que debía encargarse de levantar las instituciones del futuro Estado, llamado a declararse cinco años después. Pero la derecha israelí y los atentados de Hamás acabaron hundiendo Oslo. Lo que eran arreglos transitorios acabaron convirtiéndose en permanentes para desgracia de los palestinos. Eso hizo, por ejemplo, que la ANP no tenga hoy ninguna jurisdicción sobre el 62% de Cisjordania, donde solo impera la ley militar israelí. Para cavar un pozo, arreglar una fachada, abrir un negocio o poder viajar, cualquier palestino necesita allí el permiso de los militares, permisos que raramente se conceden.
Pero hay otros obstáculos en el camino, agravados por las políticas de Netanyahu en los últimos años. «No habrá Estado palestino», reiteró el domingo el primer ministro israelí tras afirmar que el reconocimiento de Palestina «es un premio al terrorismo». Fundamentalmente, la presencia masiva de colonos en Cisjordania y Jerusalén Este, donde viven más de 700.000 israelíes de forma ilegal.
Desde el inicio de la guerra en Gaza, los planes para levantar nuevas colonias se han acelerado. El año pasado se aprobaron casi 30.000 nuevas viviendas, un 250% más que cinco años antes. Y este año se aprobó el proyecto E1, que dividirá Cisjordania en dos impidiendo prácticamente su continuidad territorial. Entre medio Israel ha llenado el territorio de puestos de control militar y barreras de distinta índole para restringir los movimientos. Ha cerrado los accesos a decenas de pueblos y aldeas, mientras los colonos más radicales asaltan con total impunidad a los palestinos para tratar de quedarse con sus tierras. En mayo había 849 de esas barreras, según cifras de Naciones Unidas.
Acoso y derribo de la ANP
«El propósito de todo esto es dificultar al máximo la vida de los palestinos para que se marchen. Israel quiere la tierra, pero no quiere a su población», dice el profesor Khatib. Sus ministros lo repiten casi todos los días con otras palabras. Y ahora hablan también sin tapujos de anexionarse formalmente parte de Cisjordania y desmantelar a la ANP, lo que acabaría definitivamente con la ilusión del Estado palestino. «Nuestra verdadera respuesta debería ser disolver la Autoridad Palestina y aplicar nuestra soberanía a Judea y Samaria», dijo el domingo el ministro de Economia, Nir Barkat. Judea y Samaria es el nombre bíblico que Israel utiliza para referirse a la Cisjordania ocupada. Antes de hacerlo, informa la prensa israelí, buscará el consentimiento de EEUU esta semana, durante la estancia de Netanyahu en Nueva York, donde asistirá al debate en la Asamblea General de la ONU.
Aunque Israel no acabe disolviendo formalmente la ANP, es posible que esta no sobreviva a la campaña de acoso y derribo a la que está siendo sometida. Entre otras cosas, Israel lleva meses sin transferir al Gobierno de Mahmud Abás los impuestos aduaneros que recauda en su nombre, a pesar de que está obligado a hacerlo. «La ANP está al borde de la bancarrota. Esas transferencias representaban dos tercios de sus ingresos. Ramala lleva dos años sin poder pagar los salarios completos a sus funcionarios y cuerpos de seguridad o financiar debidamente la Sanidad o la Educación», explica Khatib. Si a esas penurias se añade el hecho de que Israel ha cerrado su mercado laboral a los cerca de los 200.000 palestinos que solía emplear, la tormenta es casi perfecta.
En Israel no todo el mundo concuerda con la operación de derribo de la ANP. Según publica la prensa israelí, el Shin Bet (Servicio de Seguridad Interna) advirtió hace unos días a Netanyahu que la ANP está al borde del colapso financiero, una situación que podría derivar en «el caos y el aumento de la violencia».
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