Te miras, no te gustas. Te miran, no te gusta. Te agobias, y no te gusta. El verano tiene una doble cara para las personas que tienen un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), que afrontan estas vacaciones con miedo a perder el control sobre sus rutinas y a sentirse juzgadas. Es, tanto por los planes que implican -piscina y playa, comidas fuera, etc.- como por la presión social de exponer el cuerpo, una época de vulnerabilidad. Y tiene riesgos.
Lo explica Marta Santolaria, psicóloga de la asociación TCA Aragón: “Las altas temperaturas y los planes típicos de esta época implican más exposición corporal, y eso puede intensificar la ansiedad y la autocrítica en personas con un TCA o con una mala relación con su cuerpo. Además, es una estación en la que la presión social por cumplir ciertos estándares estéticos se percibe con más fuerza, y eso puede actuar como un desencadenante o un factor de mantenimiento del problema”.
A la exposición corporal se suman los cambios de rutina, que son clave para las personas con un trastorno alimentario porque aportan seguridad. “Durante el verano, los horarios cambian, las comidas fuera de casa son más frecuentes y se pierden hábitos que habían costado mucho instaurar. Esto puede generar ansiedad, sobre todo cuando el control sobre los alimentos o el entorno disminuye”, indica.
Edurne Larrarte, presidenta de Arbada (Asociación familiares de pacientes con anorexia y bulimia en Aragón), lo asemeja a la Navidad, otro momento también “conflictivo”. “En España, todo lo celebramos con comilonas y juntándonos con la familia», señala, y añade: «A lo mejor una persona no se cree capaz de comerse una paella tremenda, y como familia hay que respetar”. “Muchas veces se habla sin pensar e igual alguien le dice que está muy guapa y la persona, que está en un momento de bajón, le da la vuelta y empieza a pensar que ahora que está gorda la ven bien”, ejemplifica.
Ambas expertas insisten en la relevancia de acompañar durante esta etapa estival que es “de mayor vulnerabilidad”. “Es importante que las familias y el entorno comprendan que, aunque sea verano, la persona necesita seguir sintiéndose acompañada y cuidada”, afirma Santolaria. Más, todavía, en un momento en el que las redes sociales están repletas de contenidos relacionados con la comida y el aspecto físico. “El problema es la sobreexposición a mensajes que idealizan cuerpos irreales o conductas alimentarias poco saludables”, indica la psicóloga.
La nueva tendencia: la dieta de las princesas
Ejemplo de ello es la dieta de las princesas, una tendencia que de un tiempo a esta parte se ha extendido por las redes y que, como insiste Santolaria, “promueve conductas de riesgo gravísimas”. Esta consiste en seguir la alimentación de referentes infantiles como Blancanieves, que come cinco manzanas al día; Ariel, que al vivir en el mar solo bebe agua salada, o la Bella Durmiente, que duerme durante la mayor parte del día. “Este tipo de contenidos normaliza la restricción extrema y puede tener consecuencias muy graves en población vulnerable. Las redes sociales fomentan la comparación constante y, en personas con predisposición, esto puede acentuar la insatisfacción corporal y las conductas de riesgo”, remarca Santolaria.
La psicóloga aclara que las redes sociales no son malas por si mismas, pero pueden “ser un espacio muy dañino si se usan sin filtro”. Ejemplo de ello son otras tendencias, muy implementadas en las redes, como el realfooding o la vida fitness. “Cuidar la alimentación y hacer ejercicio son hábitos saludables, pero en el contexto de un TCA pueden convertirse en conductas rígidas y obsesivas”, asegura Santolaria.
Los TCA son más comunes, o al menos más diagnosticados, en chicas jóvenes. Sin embargo, la psicóloga apunta que cada vez se ven más casos en hombres y en adultos. “Muchas veces es un diagnóstico más tardío porque los prejuicios y estereotipos dificultan que se detecte a tiempo”, sostiene, y lo ejemplifica: “En hombres, por ejemplo, la presión puede centrarse más en la musculatura o en el porcentaje de grasa, y eso a veces pasa desapercibido para el entorno”. Según detalla Larrarte, en ellas es más común la anorexia (restricción de alimentos y miedo a engordar) o la bulimia (atracones seguidos de comportamientos compensatorios como el vómito); en ellos, la vigorexia (visión distorsionada de uno mismo que lleva a entrenar de forma obsesiva) o la ortorexia (preocupación por comer solo comida saludable).
Y para todos ellos faltan recursos. En estos momentos, Aragón cuenta con una unidad para menores de 18 años en el hospital Clínico y otra para mayores de edad en el Provincial. Pero, asegura Santolaria, no es suficiente. “En la infanto-juvenil sería fundamental contar con un hospital de día, algo que llevamos años reclamando. Como mínimo, haría falta un psicólogo más en consultas externas. A día de hoy existe un comedor de día para comer… ¡dos pacientes! Y se van alternando: lunes y miércoles una, martes y jueves otra”, denuncia.
Tampoco la de adultos, que el año pasado cerró en el mes de julio por falta de personal y reabrió un mes después tras las quejas de asociaciones como TCA Aragón, cubre todas las necesidades. “La unidad del Provincial cuenta con un hospital de día con seis plazas, pero todos los años cierra en agosto como si la enfermedad se fuera de vacaciones. Es inaceptable”, critica Santolaria. “Lo ideal sería que funcionara en dos turnos (mañana y tarde), porque ahora solo abre de 9.00 a 14.00 horas. Y en consultas externas de adultos, igual que en infanto-juvenil, al menos un psicólogo más. Ambas unidades cuentan con grandísimos profesionales, pero están desbordados por el aumento de casos”, sostiene.
Hay otras alternativas de tratamiento en centros privados pero, como recuerda la psicóloga, no todas las familias pueden permitírselas. “También es muy importante prevenir: programas en colegios, formación a docentes y campañas de sensibilización para que se detecte antes y se actúe más rápido”. Santolaria detalla que desde TCA Aragón ofrecen charlas de prevención en centros educativos y, desde Arbada, talleres preparativos para épocas de vulnerabilidad como el verano o la navidad.
Pero faltan más recursos. Porque, afirma Santolaria, sí es posible recuperarse de un TCA. “Lo digo como profesional y también como hermana de alguien que lo ha vivido: con tratamiento adecuado, apoyo y tiempo, se puede volver a tener una relación sana con la comida y con el cuerpo”, asegura. Lo fundamental: pedir ayuda a tiempo y saber que existe una salida. Porque el verano tiene una doble cara para las personas con TCA y no siempre se ve.
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