El sol aprieta sobre la arena de la Costa Brava. Son las once de la mañana y cuatro veinteañeras, con toallas coloridas y altavoces portátiles, se han reunido para pasar el día junto al mar. La risa brota fácil entre chapuzones, selfis improvisados y coreografías de TikTok. Tras varios intentos para conseguir «la foto perfecta», una de ellas, Lucía revisa la imagen con gesto fruncido. «Me gusta, pero antes de subirla voy a editarla un poco», afirma. Su reacción, lejos de causar sorpresa, es asentida por el resto. En cuestión de segundos, todas editan sus respectivas fotografías para reducir su cintura, acentuar sus curvas, darle forma a su trasero y hasta ponerse abdominales. «¿Debería ponerme más tetas o es muy descarado? Yo creo que por una o dos tallas más no pasa nada», comentan entre risas. Su caso no es único. El ‘boom’ de una nueva generación de aplicaciones de retoque fotográfico impulsadas por inteligencia artificial está redoblando la presión estética entre los jóvenes y, según advierten los expertos, también está agudizando problemas de autoestima y autopercepción y, en algunos casos, hasta aumentando la dismorfia corporal.
Estas aplicaciones acumulan más de 20.000 descargas, cuestan hasta 10 euros a la semana y prometen «añadir abdominales solo con un clic»
El auge de la inteligencia artificial ha impulsado la creación de decenas de aplicaciones de retoque fotográfico que, a diferencia de Photoshop, solo requieren un clic para moldear el cuerpo de forma instantánea. Las más populares suman más de 20.000 descargas cada una y prometen desde añadir músculos hasta adelgazar la silueta «sin alterar el resto de la imagen», algo que, hasta ahora, delataba a quienes editaban sus fotografías. La mayoría de estas ‘apps’, de hecho, no se venden como herramientas para alterar fotografías sino como recursos para «mejorar las imágenes» y «sacar la mejor versión de ti». «No utilices filtros que distorsionan tu cara y te hacen irreconocible. «Usa la IA para que siempre te veas en tu mejor momento», afirma una plataforma. «Olvídate de gimnasios y saca a lucir tus músculos con un solo clic», añade otra. «Nadie notará que has editado tus fotos», zanja una tercera, cuya suscripción premium asciende a 9,99 euros a la semana o 520 euros al año.
Este fenómeno, advierten los expertos, amenaza con redoblar la presión estética y fomentar los problemas de autoestima entre sus usuarios. Por un lado, porque la popularización de estas herramientas hace que las fotografías al natural nunca estén a la altura de las editadas. Y por otro, porque los propios usuarios pueden acabar comparándose no solo con ‘influencers’ o celebridades, sino con versiones retocadas de sí mismos. Y al mirarse luego en el espejo, la distancia entre la imagen editada y la realidad puede generar rechazo o inseguridad. «Estos efectos pueden ser especialmente graves en adolescentes y jóvenes, ya que se encuentran en una etapa crucial para la construcción de su identidad y su autoestima. Pero este tipo de inseguridades pueden alcanzar a cualquiera», comenta Jaime Gutiérrez, responsable del área de Nuevas Tecnologías del Colegio Oficial de Psicólogos (COP).
El éxito de estas aplicaciones no solo se explica por el uso que hacen de ellas los propios usuarios. Según explica Gutiérrez, en realidad la clave está en cómo estas imágenes editadas son apoyadas por el resto de la comunidad. Mucho más que aquellas instantáneas al natural. «La avalancha de ‘likes’ que generan este tipo de fotos actúan como un refuerzo positivo que no solo valida sino que incentiva este tipo de prácticas. El resultado es un círculo vicioso en el que editar las fotos no solo se vuelve habitual, sino casi necesario para sentirse aceptado o valorado en el entorno digital«, comenta el especialista en una entrevista con EL PERIÓDICO.
«La avalancha de ‘likes’ que generan este tipo de fotos actúan como un refuerzo positivo que no solo valida sino que incentiva este tipo de prácticas»
Dismorfia corporal
Mario (nombre ficticio) está a punto de cumplir los 30 y, según explica, está en esa edad en la que sus fotografías ya reflejan alguna que otra línea de expresión. «Me descargué estas aplicaciones porque me salían muchos anuncios en Tiktok. Al principio solo las utilizaba para quitarme las arrugas de la frente y las ojeras. Luego, por probar, empecé a ponerme músculos y tableta. Ahora me cuesta ver una foto mía sin editar porque siento que no soy yo y que si la comparto los demás van a pensar mal de mí», comenta. Entre sus amigos, dice, el uso de estas aplicaciones es un secreto a voces. Aunque, al menos en su círculo, nadie lo reconoce. «Un amigo me enseñó su perfil de Tinder y reconocí los filtros que usó en casi todas sus fotos. Creo que tiene una ‘app’ de pago porque se veía muy realista. Eso sí, luego dice que no quiere quedar con nadie porque le da vergüenza que vean que no es el de las fotos», añade entre risas.
«Me cuesta ver una foto mía sin editar porque siento que no soy yo y que si la comparto los demás van a pensar mal de mi»
Solo hace falta abrir una aplicación como Instagram para ver que el uso de filtros y herramientas de retoque fotográfico ya se ha popularizado hasta tal punto que rara es la imagen que no luce editada. Sobre todo en el caso de las instantáneas de verano donde la gente posa en bañador o, en general, con ropa más reveladora. «El problema de fondo es que solo se está legitimando un tipo de canon de belleza. El de los cuerpos delgados y musculosos. Y esto, a la larga, puede generar problemas de autoestima entre quienes no se ven así», comenta la psicóloga Andrea Arroyo, especializada en trastornos de las conductas alimentarias, quien argumenta que, en los cuadros más graves, este tipo de técnicas de edición pueden incentivar casos tanto de anorexia como de vigorexia. «Redoblar la presión estética y los ideales de belleza irreales supone un riesgo para la salud mental a todas las edades pero, especialmente, entre las chicas más jóvenes», añade la especialista.
«Redoblar la presión estética y los ideales de belleza irrealistas suponen un riesgo para la salud mental a todas las edades pero, especialmente, entre las chicas más jóvenes»
Tanto Lucía como Mario afirman que utilizan estas aplicaciones casi que como un juego. «Igual que otros utilizan filtros», reivindican. Aún así, ambos reconocen que desde que empezaron a usarlas ya no logran verse del todo bien en imágenes sin editar. Este fenómeno, según explica Arroyo, puede definirse dentro del paraguas de los trastornos de dismorfia corporal. «Estas dinámicas fomentan una preocupación excesiva por supuestos defectos que, en realidad, o no existen o para el resto son prácticamente imperceptibles. Pero cuando un usuario se ha acostumbrado a verse a través de filtros y de fotos editadas, al ver una imagen al natural puede sentir un gran malestar porque se sienten expuestos y vulnerables», comenta la especialista. Sobre esto coinciden los dos jóvenes entrevistados, quienes reconocen que en alguna ocasión sí han sentido gran ansiedad al ver, por ejemplo, cómo algún amigo subía una imagen de ellos sin retoques.
«Una cosa es usar estas aplicaciones de forma puntual y con un objetivo casi lúdico y otra cosa muy distinta hacer un uso sistemático y que, de no ser así, se genere un malestar profundo»
La dictadura de los retoques fotográficos parece que, lejos de ser algo temporal, ha quedado para quedarse. Frente a esto, la psicóloga apuesta por «fomentar el pensamiento crítico» tanto entre quienes usan estas aplicaciones como entre quienes observan de forma pasiva el auge de este tipo de imágenes. «Una cosa es usar estas aplicaciones de forma puntual y con un objetivo casi lúdico y otra cosa muy distinta es hacer un uso sistemático y que, de no ser así, se genere un malestar profundo. La pregunta clave aquí es: ¿qué siento al editar una imagen? ¿Y qué pasa cuando no lo hago? Si la respuesta tiene que ver con sentimientos de angustia esto debería interpretarse como una señal de que su uso está resultando nocivo y que, por lo tanto, deberíamos reflexionar», comenta la especialista, quien sugiere trasladar este debate a los institutos, donde son muchos los jóvenes que están creciendo «normalizando» este tipo de herramientas.
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