Torre Pacheco, en Murcia, se ha convertido en el símbolo de la fractura social que atraviesa España. La localidad ha pasado de ser un municipio agrícola a convertirse en un campo, pero de batalla, donde contienden la xenofobia y la irresponsabilidad política frente a la tolerancia y la sana convivencia. No importa si las proclamas radicales y los discursos fanáticos incendian las calles; lo importante es arañar votos en el caladero del miedo. Se impone el relato del hombre del saco, que apedrea los cristales del respeto y la aquiescencia. Como síntoma, Torre Pacheco alerta de lo que se nos viene encima cuando la irracionalidad inflamada se impone a la sensatez.
El cambio climático político empeora ante el uso partidista de conflictos como el que asola a la localidad murciana. Contemplar en canales de televisión a radicales de extrema derecha organizando safaris urbanos a la caza de inmigrantes, más que un reportaje televisivo parece un videojuego de apología de la violencia.
Pero el verdadero duelo no se libra en las calles, sino en los despachos y las sedes: Vox, fiel a su guion, ha decidido que cada suceso violento es una oportunidad para hacer patria, aunque haya que incendiarla primero. A la muchachada de Abascal le encanta hacer prácticas de tiro dialéctico en “prime time”. También es cierto que los mismos que, a la izquierda del PSOE, reclaman a los jueces la ilegalización de Vox, se pasean del brazo de Otegi por el hemiciclo, blanqueando a los herederos de la peor violencia que este país soportó durante décadas. Un espectáculo, en fin, repugnante.
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