La naturaleza está de fiesta en plena primavera; el libro también lo está e invade ilusionado el parque para acercarse a un público del que espera, al menos, interés por la lectura. La feria del libro es un punto de encuentro entre editores, autores y lectores, un espacio abrazado por floridos jardines donde convergen intereses compartidos, pero donde también el diálogo naufraga en un mar de silencios, cuando la apatía y la falta de interés alejan al público de la cultura en general y del libro en particular.
Cada día se lee menos. Eso es un hecho irrebatible, que nos cuesta mucho admitir a quienes crecimos con un libro en las manos en lugar de un dispositivo electrónico. Diríase que la lectura no está en modo alguno reñida con cualquier procedimiento o fórmula que la permita, pero, ciertamente, las redes sociales y el acceso inmediato a contenidos audiovisuales a ritmo de clic hacen muy difícil la dedicación a la lectura, a la reflexión serena, a la meditación y, en definitiva, a todo aquello que el mundo del libro representa y del que es símbolo feraz.
A pesar de todo, diversos y sesudos estudios científicos vienen a demostrar el importantísimo papel de la lectura en el desarrollo cognitivo y en el alivio de muchos trastornos emocionales, como la ansiedad, depresión y angustia vital. Y si los problemas anímicos son siempre muy graves, cuando afectan a los más jóvenes adquieren una dimensión especialmente nefasta. Los adolescentes leen hoy muy poco, a pesar de ser los más indicados para resolver con la ayuda de un libro muchos de los conflictos que les atañen. Y les serviría perfectamente incluso una buena y entretenida novela, porque en sus páginas pueden encontrar un fiel reflejo de lo que es la existencia y de cómo ayer otros resolvieron esos mismos problemas y cuestiones a los que ahora ellos han de enfrentarse.
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