Esa fragilidad de Álvaro Pombo en el Premio Cervantes es una estampa lírica, una línea invisible que dibuja y escribe al caballero de triste figura al encuentro de la dignidad. Aunque está escribiendo una novela, y seguirá escribiendo hasta la última bocanada de aire, un hombre recibe el premio cimero de las letras en español y convierte el acto de recogerlo en una última lucha. Tanto que ni siquiera puede leerlo él. Escucho su discurso leído por Mario Crespo en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, pero estoy sólo dos bancos más atrás y no dejo de mirar a Álvaro Pombo, encogido en su silla de ruedas, examinándose las manos con una lenta extrañeza, como si estuviera siguiendo el ritmo de sus propias palabras tocándose los dedos, afinando las teclas de su piano. Las muñecas finísimas que parecen bailarle dentro de los puños anchos de la camisa, cerrados con gemelos brillantes. Está elegante Álvaro Pombo en su fragilidad, con el chaqué y el gorro de lana para protegerlo del frío que también nos estremece a los demás cuando se abre la puerta. Está apergaminado y quijotizado, y se lo dice el Rey en su discurso, como si el propio cuerpo de Álvaro Pombo se hubiera convertido en su escritura. No puedo dejar de contemplarlo mientras escucho a Mario Crespo reproducir su discurso, como si en cada gesto mínimo de Pombo se pudiera atisbar un guiño interior de su propia escritura, que no me parece de cristal, sino muy recia, divertida y honda, completamente Álvaro Pombo.
Pero, en realidad, no dejo de mirar a Álvaro Pombo mientras escucho a Mario Crespo porque algo en mí se subleva: un hombre llega a esa hora y tiene que dejar su voz en otro cuerpo, su timbre en otra voz. Es muy difícil que pueda volver a vivir una escena así, porque Álvaro Pombo nos está hablando de la fragilidad en Cervantes, que es hablarnos también de la fragilidad de los hombres, de la fragilidad en el Quijote y el licenciado Vidriera, de la fragilidad que espera y de la suya, tras haber consumado ese esfuerzo supremo para estar ahí, desde la fragilidad encarnada en él, que acaba siendo él.
Pombo nos dice que la fragilidad es el gran tema: ante la enfermedad, ante la soledad, ante las injusticias. Sin embargo, también matiza que una narrativa de la fragilidad no tiene por qué ser una narrativa fragilizada o rompible, porque puede ser tan inquebrantable como Don Quijote de la Mancha. «Ahora nadie se bate en duelo por su honor, ni por el honor de España, ni por el del tato. Nos hemos convertido en influencers y mercachifles». El miércoles, ya lejos de Alcalá de Henares, además de este suave abatimiento, sólo puedo pensar en esa fría belleza de haber visto a un escritor convertirse en palabras.
*Escritor
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