La comunidad yazidí llora a sus muertos y busca a miles de desaparecidos. Han pasado diez años desde que los terroristas del autoproclamado Estado Islámico cometieron una de las mayores matanzas de civiles en Irak, calificada de genocidio por las Naciones Unidas. Fue en los primeros días del mes de agosto de 2014, cuando los extremistas islámicos arrasaron el distrito de Sinjar, patria chica de este pequeño grupo étnico religioso, situado en la provincia de Nínive, en el norte del país. Equipos de forenses de la ONU trabajan aún en la localización y exhumación de fosas comunes donde yacen los cuerpos de personas que fueron ejecutadas. La mayoría de los que lograron escapar de la barbarie viven desde entonces en campos de desplazados en la región autónoma del Kurdistán iraquí.

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