Mi gata se llama Baldufa. Apenas me deja acariciarla y solo en instantes de arrebato afectuoso se acerca y se incrusta contra mí para que le dé cariño. La maniobra dura escasos segundos: yo la masajeo, ella ronronea y en un visto y no visto hace un amago de atacarme y se larga, aparentemente indignada. Pero seguimos conviviendo. Yo la alimento y protejo, y ella, al principio, hace unos diez años, mantenía a raya a las cucarachas. Ahora ya no. Hace mucho tiempo que convivo con gatos y siempre eran mimosos y me acompañaban. Esta es la excepción, pero me ha tocado y me aguanto. También he tenido perras longevas y peludas que al morir me han dejado tan hecha polvo que me he vuelto egoísta y no quiero más.

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