Cimafunk y su banda, La Tribu (compuesta por 7 músicos habaneros: percusionista, batería, guitarra y bajo eléctricos, teclados, trombón y saxo), trajeron su divertido funk afrocubano para abrir el sprint final del Jazz San Javier con las mejores vibraciones; una mezcla de ritmos afrocaribeños, mucho baile y , por supuesto, funk.
Nominado dos veces a los Grammy, ha recibido cantidad de elogios tras sus giras por EE. UU., Europa y America Latina, que le han llevado a ser considerado como uno de los más grandes showmen de la actualidad, que regala un espectáculo electrizante, una celebración del groove y una experiencia inolvidable.
Este era el último concierto de la gira europea. Todo fue terriblemente terrenal, pura exaltación de la fiesta y el ritmo. Los músicos cubanos salieron al escenario con aire taciturno y ganas de fiesta, aullando a la luna , con una música estimulantemente bailable y muy funk , dispuestos a no hacer prisioneros, y al poco todas las miradas convergían en el escenario y el público estaba en pie, moviendo el esqueleto, cautivo de su máquina de ritmo; se enroló con ellos en este viaje y se lo pasó en grande. Una orgía de ritmos calientes, un espectáculo desenfadado y vitalista, simple y honesto que, unido a las altas temperaturas, puso en combustión el auditorio con su ritmo machacón, en el que había dominio, sentimiento, alegría, colorido, aportando grandes vibraciones y energía, que no es grano de anís ni agua de borrajas.
Fue una conmoción
Tras una potente introducción, los metales saliendo desde bambalinas, irrumpió Cimafunk con sus grandes gafas de sol, pantalones de campana, como el ‘hombre de los caramelos’ al que cantaba Gurruchaga con la Orquesta Mondragón. “Caramelos para ti, caramelos para mí, caramelos con sabor a flow…”, envueltos en suculento hip hop y funk con destellos de guagancó y percusión cubana derivada hacia otras latitudes. “Yo lo que quiero es cocinarte”, entonaba en su segundo tema , plagado de gritos y contorsiones con referencias sexuales poco sutiles. Un concierto de Cimafunk es una celebración de la vida y una redefinición de la música cubana y de la identidad afrolatina. La mejor terapia pa tu cuerpa, ya tú sabes.
El discurso del caribeño se cimenta en el ritmo. Lo importante es el ritmo, compases avivados que recuerdan, salvando todas las distancias, a George Clinton, Bootsy Collins o, cómo no, al padrino James Brown. Quizá resulte exagerado, pero ese aliento de puro funk arrabalero de La Habana se siente durante muchos tramos. Y su carisma era eléctrico. El show recordaba las calles de La Habana llenas de música y baile.
Mediada la faena, Eric y los suyos, poseídos por la sabiduría de la sencillez, tenían armado un alboroto de entusiasmo en el graderío. Cimafunk canta con las tripas, y apenas se le oye, se le entiende; se transforma, baila con un swing cubano, es una fuerza de la naturaleza, un torbellino que lo arrasa todo a su paso con un directo poderoso, contundente, ritmico. Todo estaba ganado, pero el muy zorro no es de los que se duermen en el escenario, y fue encadenando un puñado de locuras rítmicas que encontraron su punto álgido en »Rómpelo» (“aquí cada uno a lo suyo, no te me vaya’ a acomplejá”)
Con La Tribu, desplegó Cimafunk un set hecho por y para el baile, que el público acompañó a cada paso y movimiento en temas como “Se acabó” (‘una canción para los abuelos’ -a algunos los vimos marcándose un desequilibrado twerking-) o “La Paciente” –introducida por un potente ritmo de bajo-, donde se transformó en el Dr Sex: ¿En qué tú andas, muchacha? Lo que necesitas no es una pastilla. Te tengo chicharrones, ven pa’ que adobes esta carne. ¡Aguaaaaa!. De su primer álbum, “Terapia”, tocó “Alabao” -lo del movimento muy lento me recordaba a King África-; se marcó un perreo de escándalo con la trombonista Hilaria Cacao, una de las ‘queens’ de la tribu. Y de su nuevo disco (que sale en agosto y contará con su mentor George Clinton entre otros ilustres invitados) adelantó “Playa noche”. Después del chou nos vamos pa la playa, dijo.
La noche se había puesto caliente con Cimafunk gritando ‘¡ponte la licra esa y goza, mami’. Hay algo salvaje en sus canciones, ricas en promiscuidades, que combinan sensualidad y pasiones animales primitivas. Pero no se puede comparar con Maluma o cualquier reguetonero procaz. Y tampoco nos pasemos de puritanos. En la mayoría de ellas bromea sobre la muerte y el sexo, burlándose de sus propios miedos y obsesiones, y jugando al contraste entre los problemas cotidianos y el vértigo de estos temas eternos. Al fin y al cabo, como decía Woody Allen, «solo exiten dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo, y la segunda no me acuerdo”.
¿Quién quiere subir conmigo? En la recta final sonó “Relajao”, con ritmo jungle, la más James Brown del repertorio; Eric se puso por un momento en las percusiones, hizo beat box como un buen rapero, e incluso dejaron unas notas de “El Cumbanchero”, compuesta en los años 40, reflejando los vibrantes ritmos latinos de aquella época.
Cerró el concierto “Me voy”. ‘Me voy pa mi casa, pero si tú quieres me voy pa’ la tuya’, con cita de “¿Qué será lo que quiere el negro?”. No tuvo que repetir “¿quién quiere subir aquí conmigo?” para que el escenario se llenara de gente perreando como si no hubiera un mañana. Es que Murcia tiene algo que me pica pica pica…
El único bis fue “Funk Aspirin”, que sonó un poco al crossover funk de RHCP y dedicó a O’Funkillo (“me di cuenta con ellos de que se podia cantar funky en español”), inspirado en el afrobeat de Fela Kuti y el pilón, un ritmo de carnaval afrocubano. Puritito ‘sex machine’ caribeño capaz de mantener la tensión hasta el final, si bien en lo suyo hay tanto o más del desvarío y la algarabía cósmica de George Clinton. Hay algo adictivo en su mezcla de funk afrocubano.