Hace 20 años por estas fechas, José Luis Rodríguez Zapatero aún no había sido investido como presidente del Gobierno. Ya había ganado las elecciones en una España golpeada por el 11M y, unos días después, inició el periplo que lo tuvo siete años y ocho meses en La Moncloa: desde la primavera de 2004 hasta los albores del invierno en 2011. Hay que remontarse al verano del 2000, a la campaña de aquellas primarias en las que dio la sorpresa al derrotar a José Bono, para encontrar su primera presencia en los recuerdos de los socialistas malagueños. «Ha venido uno de León», se escuchó en la sede provincial del partido con uno de esos comentarios que aún lo presentaban, prácticamente, como un desconocido. Como un diputado castellano que tenía un amigo malagueño, un escudero de Yunquera llamado José Andrés Torres Mora. Un par de veranos después, Zapatero volvió ya convertido en el ‘Quijote’ que batió a los molinos de Ferraz y paseó sus galones en la Feria de Málaga, incluso almorzó con muchos periodistas en Antonio Martín. Luego, se sucedieron inauguraciones -como la del AVE- y mítines. Y ahora, abrazado a su influyente retaguardia, viene a algún que otro mitin -en la antesala de las andaluzas estuvo en Vélez, dónde meses antes había presentado su libro- o a conferencias como la que este martes ha protagonizado en la Facultad de Económicas y Empresariales. En un Paraninfo de la Universidad de Málaga (UMA) que llenó su aforo con, al menos, medio millar de personas y dónde el público estudiantil convivía con el profesorado, miembros del equipo de Gobierno de la UMA y algunos políticos socialistas: entre ellos, Miguel Ángel Heredia -líder provincial durante su segunda legislatura como presidente y de vuelta a la universidad tras varias décadas en la política- o un fugaz Dani Pérez, actual secretario general del PSOE, que llegó al final del acto y abrió un paréntesis en el Pleno del Ayuntamiento de Málaga para saludar a aquel leonés con el que coincidió en el madrileño Congreso de los Diputados. A un Zapatero que, en su retorno a tierras malagueñas, también hizo bandera de la relación de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes, pidió un voto de confianza para Venezuela antes de sus elecciones de julio, defendió la declaración de un Estado Palestino y, sobre todo, proclamó que la de España es una democracia plena: “Nuestra democracia es verdad, intenté ser presidente del Gobierno y nadie me lo impidió”.
Tales temas de actualidad afloraron durante su ponencia y también antes, durante una atención a los medios de comunicación en la que se hizo el silencio -y tocó a su fin- cuando se le preguntó por la relación de la esposa de Sánchez, Begoña Gómez, con ciertas empresas. En ese momento, el expresidente prosiguió su camino hacia el salón de actos y comenzó su intervención haciendo gala de la admiración que profesa a la filósofa veleña María Zambrano: “Cada vez que vengo a Málaga, ahora se viene en alta velocidad, siento al bajarme en la estación una gran evocación al ver el nombre de María Zambrano allí, yo se lo puse y por decisiones como esa ha merecido la pena ser presidente del Gobierno”.
Zapatero también se mimetizó con el reciente aniversario de la UMA e intentó reconstruir la universidad de hace medio siglo: “Precisamente, pensaba cuando venía en el tren qué porcentaje de alumnas y profesoras había en la UMA cuando echó a andar”, apuntó y siguió reflexionando sobre conquistas históricas de la institución académica como la internacionalización: “Las universidades son las instituciones más longevas, las que junto a la Iglesia más han perdurado a lo largo de la historia; la clave de la pervivencia es que su tarea siempre ha sido a largo plazo, con una perspectiva amplia y estando dispuesta a cambiar de opinión y reconocer los errores que eso es, al fin y al cabo, la investigación”. Además, apeló a la necesidad de tener esa perspectiva amplia cuando se pensara en la democracia española y la historia reciente de este país.
Turno de preguntas
Convicciones de este tipo las fue empleando para ir preparándose el terreno a la hora de lanzar determinadas opiniones. Quedó especialmente de manifiesto en el coloquio con los asistentes. Quienes le hicieron las preguntas establecieron, sin buscarlo, un gran contraste. Inicialmente, un hombre se dirigió a él como ‘presidente’ y se emocionó hasta casi llegar a las lágrimas “sólo por tenerlo delante”. Luego, otro espectador le reprochó que decir que España es en estos momentos una democracia plena es un mal chiste y le preguntó qué le debe este Gobierno a Venezuela. A renglón seguido, un estudiante se mostró muy crítico con la amnistía, derrochó escepticismo sobre un hipotético reencuentro con Cataluña y lo interpeló sobre si Sánchez va a negociar un referéndum.
En ese punto, Zapatero dijo que siempre había estado en contra de un referéndum pero se mostró a favor de otras fórmulas y del papel que está jugando el Gobierno. “La amnistía va a ser un factor de reencuentro y conciliación, lo veo necesario después de lo que sucedió en 2017: entonces, el PSOE apoyó a Rajoy como siempre ha apoyado las grandes cuestiones pero ahora la situación allí es mucho más tranquila y dialogante, nadie apoyó la declaración de independencia porque la comunidad internacional no ve la rotura de un país”.
Incluso, tiró de su biografía para avalar el acercamiento del Gobierno de Sánchez: “Nací en Valladolid y viví en León toda mi vida, imagínense mi visión de la conformación del país. En mis años de juventud, del bachillerato, la lengua catalana ni existía, la mía era el castellano. La lengua materna siempre va a condicionar tu vida, hay que entenderlo. Sin singularidad, la democracia no es privilegio. Tenemos un modelo de financiación autonómica, basado en la democracia de la solidaridad; Siempre he estado en contra del referéndum, hay que llegar a acuerdos, que igual no son definitivos pero todo sea por un periodo de estabilidad. Quiero a Cataluña y quiero que España en democracia esté lo mejor posible. Lo del independentismo no es un tema que sean cuatro, pasó lo del 155, fueron a la cárcel y tienen mayoría absoluta en el parlamento, el independentismo existe, a ver qué pasa en las elecciones…”, concluyó.
Mientras salía y entraba a la cuestión catalana, Zapatero salpicó sus respuestas de algunas de sus experiencias como gobernante: “Recibí criticas muy duras cuando impulsé el matrimonio homosexual. No creía que había tantos obispos hasta que la Iglesia organizó aquella manifestación. Y, unos años después, un dirigente del PP se casa en Vitoria -Maroto que ahora está en el Senado- y allí estaba Rajoy bailando y celebrando el matrimonio homosexual, fue una gran satisfacción”.
Además, Zapatero insistió en que la separación de poderes es real y que el sistema democrático español goza de muy buena salud: “Lo importante de un país es cómo nos ven los demás. En el mundo, nuestro país está reconocido como un país democrático pleno, con separación de poderes; el 99,9% de los jueces no se deja influenciar por un político, como presidente jamás me tomé un café con un magistrado del Tribunal Supremo, quiero vivir en un país en el que haya sentencias del Tribunal Constitucional que incluso no me gusten, cuando hubo sentencias que no me gustaban jamás se me ocurrió deslegitimarlas”.
La vida como expresidente
En alguna concesión que le hizo al humor, Zapatero ilustró con una anécdota la certeza de que “resulta más agradable ser expresidente”. Y echó mano de una frase de su amigo el expresidente colombiano Ernesto Samper: “Ay, si se pudiera ser expresidente sin haber sido presidente”.
En distintos compases de su intervención recurrió a citas de María Zambrano, defendió que “cualquier tiempo pasado no es mejor, sino distinto”, abogó por el mérito de las universidades para ofrecer oportunidades a gente humilde y, como colofón a su visita, alabó al sistema educativo: “ Lo mejor que aprendemos en la vida se aprende en un aula donde prima la palabra, el conocimiento y la convivencia”.
Conferencia
Durante la hora y media en la que estuvo en la sala, nunca perdió de vista el título de su conferencia ‘La democracia como promesa abierta’. Abogó por la democracia “como cambio y contingencia, como proceso”. Y, a juego con su visión de la política actual, recalcó que “la salud de la democracia española va a depender más del orden internacional que de nuestras reglas internas”. “Si no interpretamos bien Occidente y sus democracias, podemos poner en riesgo nuestras democracias. No atisbo riesgos sustanciales en nuestras democracias a pesar de lo que se dice”, apuntó antes de aconsejar “mientras menos excesos, mejor” y regresar a María Zambrano: “Todo extremismo destruye lo que afirma”.
Asimismo, recordó que “en septiembre, en vísperas de las elecciones americanas, hay un debate convocado en Naciones Unidas sobre el futuro del mundo” y dijo que España debe gozar allí de protagonismo “como país que tiene una honda preocupación por la solución pacífica de los conflictos”. Sin mencionarlo, también estaba hablando de Cataluña o pudo servir de percha para recordar el fin del terrorismo etarra, en el que él jugó un papel esencial. “Tenemos la amenaza de que este siglo se parezca en cuanto a la convivencia pacífica al siglo XX y sería el peor destino para las democracias”, añadió para aludir a la reciente proliferación de conflictos bélicos.
Eso sí, antes del turno de preguntas, optó por despedirse con una oda al optimismo tomando como referencia el legado del Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman. “Los optimistas son felices y populares…”, iba leyendo hasta que introdujo el matiz de que no lo decía por el partido antagónico al PSOE. En su repertorio, hubo hasta este guiño envenenado al PP. Y, por instantes, dio la impresión de que seguía instalado en el ‘cuerpo a cuerpo’ político. En el estado de ánimo al que se abonó de forma determinante en la campaña de las últimas elecciones generales…