El presidente de la sala de lo penal del Supremo mostraba un humor excelente, al bromear en público con su condena al fiscal general del Estado todavía no divulgada. Fue acompañado en el jolgorio por los abogados que llevan a cabo la acusación, y la jarana se extiende a una sentencia plagada de chascarrillos de sabiduría popular. El tono verbenero aspira a endulzar los términos grandilocuentes que prodigan los cinco a dos para exorcizar al Gran Satán, el desvalido Álvaro García Ortiz.
El caso particular más celebrado de la sentencia establece que «el conocimiento por muchos vecinos y compañeros de trabajo de que una persona padece una enfermedad de transmisión sexual no exonera de responsabilidad al médico que lo confirma». Elegir un ejemplo falso es la peor opción pedagógica. Los cinco a dos deben explicar qué debe hacer el médico a quien un paciente acusa falsamente y con publicidad de haberle contagiado una enfermedad de transmisión sexual en su consulta, un comportamiento que supondría el final de su carrera. Tal vez en este caso se disculparía incluso un matizado exceso verbal del acusado mentirosamente.
La proverbial sabiduría jurídica de los cinco a dos no se propaga automáticamente a cuestiones de transmisión sexual, pero el ejemplo es tan desafortunado que ha facilitado que el cien por cien de las magistradas de la sala de lo penal consideren que el exfiscal general es inocente. Ana Ferrer y Susana Polo refrendan que «no consta que el médico del ejemplo hubiera sido públicamente atacado por cometer algún tipo de delito». En realidad, el quinteto estaba tan convencido de la inexpugnabilidad del fallo avanzado que se ha limitado a interpretar una célebre escena de Lewis Carroll. Los Humpty Dumpty togados mantienen que «cuando yo uso una palabra, significa exactamente lo que yo elijo que signifique, ni más ni menos». Alicia replica que «la cuestión es si puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes». Humpty Dumpty la corta con un supremo «la cuestión es quién manda aquí, eso es todo».
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