Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Alicante, ha centrado su actividad en la docencia y la gestión académica. Estudió por las tardes tras cargar y descargar camiones en jornadas matinales. Ahí lleva 42 cursos el profesor «Muñaqui», entre estudiantes dedicados a entender el comportamiento y la estructura de las sociedades humanas. Disfruta de la investigación sobre los movimientos en la vida de las personas y como experto en técnicas estadísticas. Su trayectoria profesional y humana han convertido a este indagador social en un referente en el campus alicantino y en más lugares.
Antonio Muñoz González (Alicante, 1960) nació en una vivienda integrada en un taller dedicado a tratar piedras artificiales que regentaba su padre, Antonio, que arribó desde Castillejo de Martín Viejo, un pueblo castellano más cercano a Portugal que a Salamanca, como su madre, Poli, que lo parió en una pequeña sala de un espacio tan industrial como artesano situado en la barriada de La Florida. El progenitor abandonó pobres tierras de cultivo de trigo, maíz y girasoles custodiadas por matorrales y vientos tan fríos como secos y violentos. Compró un motocarro de segunda mano y ejerció de transportista de mercancías o de chatarra por las calles de una ciudad troceada barrio a barrio e inmersa en una vorágine inmobiliaria en las décadas de los años sesenta y setenta. Alicante crecía vertiginosamente por los cuatro costados, sobre todo debido al «boom» turístico de las zonas costeras. Luego el hombre trabajó como escayolista; algo más tarde abrió el taller para labrar pedruscos junto a sus tres hermanos, también llegados de un pueblo cercano a Ciudad Rodrigo.
Antonio Muñoz recibió las primeras lecciones en una pequeña aula de un colegio del barrio sin nombre, regido por un maestro llamado don David Noguera, recuerda. Cursó bachillerato en el recién inaugurado instituto de Babel, algo después llamado Figueras Pacheco. Antonio Muñoz se convirtió en esas dependencias en «Muñaqui», apodo heredado del cariño de sus amigos bachilleres y camaradas del tiempo que les tocó vivir de chavales. Superado el COU, dudó entre estudiar Ciencias Empresariales o Geografía e Historia. «Las matemáticas nunca se me han dado bien», explica. Optó por la segunda opción, siempre estudió en horario vespertino; se ganaba el jornal por las mañanas en una empresa transportista como peón en cargas lentas y descargas algo más rápidas. En tiempo preciso acabó la carrera, la licenciatura en Geografía en Historia. Tiene una hermana algo menor.
Siguió a trancas y barrancas: entre mercancías y sueños académicos con el título guardado en un cajón. En 1983 se presentó a un concurso público para una plaza de auxiliar administrativo en la Universidad de Alicante (UA). Y la consiguió. Pasó por muchos departamentos y despachos hasta lograr su trocito de espacio en la docencia. Realizó cursos de doctorado en el área de sociología del departamento de Ciencias Sociales y de la Educación. Colaboró en la creación del departamento y participó activamente en la elaboración de los planes de estudio y la implantación de la licenciatura en Sociología en la UA, codo a codo con profesores como José María Tortosa o Luis Poveda, entre otros. Tal vez por su amabilidad, consiguió el cariño y reconocimiento entre el colectivo universitario: profesores, alumnado y todo el personal que operaba en el campus.
También se integró en el equipo de redacción de la revista «Campus», que dirigió hasta su último número, en 1988, el catedrático de Sociología Benjamín Oltra, una publicación tan cultural como educativa, en la que participaron profesores de diversas áreas del conocimiento, como Pepe Asensi Sabater, Rosa Ballester, Eduardo Cadenas, Guillermo Carnero, Enrique Giménez, Vicente Gozálvez, Ignacio Jiménez Raneda, Ricardo Medina, Manuel Oliver Narbona, Juan Rico, Jesús Rodríguez Marín, Enrique Rubio, José María Tortosa y Paqui Milán, entre muchos más.
Cuenta con la admiración y cariño de compañeros y alumnos en estancias académicas y del entorno de sus propias andanzas. Explica en un artículo periodístico la catedrática de Comunicación y Publicidad, Marta Martín Llaguno, que «Muñaqui», entre muchas más aptitudes de la ciencia social, define con claridad las estrategias necesarias para granjearse el cariño de los demás. La profesora cita ejemplos concretos, casi profecías de Antonio Muñoz: los cazadores deben ser rápidos y precisos; los pescadores, entre cañas y anzuelos, siempre están cargados de paciencia; y los sembradores se dedican a esparcir semillas con cuidado en la tierra y dar tiempo al tiempo en espera de las azadas posibiliten la recolecta de los frutos.
«Muñaqui» tiene dos hijos: el mayor, David, de 34 años, que reside en Barcelona, y otro algo más travieso, de nombre Martín, que el chiquillo acaba de cumplir 14 primaveras. «Puede que sea una de las personas más amables y queridas en el campus universitario de San Vicente del Raspeig», asegura el catedrático medievalista José Vicente Cabezuelo: «Se trata de un maestro que nunca pierde la sonrisa».
Y ahí sigue «Muñaqui» explicando sus teorías, métodos y conocimientos sobre el comportamiento de las personas a chicos y chicas que decidieron formarse en el laberinto de la sociología o en las entrañas y los enigmas de la criminología.
Cada mañana desayuna, a eso de las nueve en punto, en una de las cafeterías del campus, siempre en la misma, con compañeros del recinto universitario, como Pep Rubio, dedicado a la promoción de empleo y la inclusión social en la Universidad de Alicante, que estuvo presente en la conversación que se transformó en este retrato urbano sobre el profesor «Muñaqui», un referente en el campus alicantino. Y allá por donde quiera que vaya. Algo peculiar. Un investigador, más bien un físico social, que aplica concienzudos métodos cualitativos de análisis para comprender la evolución de las personas en el tiempo. Y así poder explicar el resultado al alumnado en cualquier lugar del espacio universitario.
Así es más o menos el profesor «Muñaqui».
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