Un año después, la dimisión forzada de Mazón es el síntoma más letal de la carencia de liderazgo de Feijóo. Es indiscutible que la marcha del presidente valenciano no es consecuencia del golpe de autoridad del líder de su partido, sino de la lucha y la perseverancia de las decenas de miles de valencianos que durante un año han llenado las calles con su dolor y su indignación. Una marea humana que se sintió abandonada en su momento más crítico y que, doce meses después, ha sufrido la vergüenza de un presidente que se ha mantenido en el poder a pesar de las mentiras, las contradicciones, la ineficacia y la indolencia con las que actuó. Mazón no estuvo a la altura en el momento de la tragedia, no lo ha estado durante este año de prórroga -ni siquiera ha sido capaz de recibir a los familiares de las víctimas- y tampoco ha sido capaz de estar a la altura en el momento de la despedida: ha dedicado más minutos a hablar de sí mismo como víctima y a culpar al Gobierno español que a asumir su responsabilidad. Encima, no convoca elecciones y se queda como presidente en funciones para controlar la transición pactada con Vox, de forma que alarga la ignominia de su presidencia.
Aun así, finalmente se va. Pero no se va porque quiere, ni tampoco porque lo han querido los suyos. Se va porque 229 muertos y miles de damnificados no le han permitido continuar. Los últimos días, con la indignación en el funeral de Estado y con el vídeo de Utiel que se ha hecho público -donde queda claro que conoció la magnitud de la catástrofe y continuó comiendo-, su permanencia era tan abominable que ha caído por pura podredumbre. En este caso, si dimitir acostumbra a ser un verbo sanador para un político, hacerlo a destiempo, forzado por la rabia ciudadana y de mala manera, solo sirve para hundirlo todavía más. No será olvidado como un mal político cualquiera. Será recordado como un político indigno.
Pero si la presencia de Mazón ha marcado un año vergonzante en la Generalitat Valenciana, la ausencia de Feijóo ha dejado al líder del PP como el rey desnudo. No solo no ha mostrado capacidad de gestión en la crisis política más grave de su liderazgo, sino que ha demostrado una evidente falta de autoridad. Tomar una decisión tan trascendente, tarde y forzado por las circunstancias, no es liderar, es intentar la táctica del escapismo, en general demoledora si no resulta eficaz. Y dado que no lo ha sido, porque todo un año no ha silenciado el grito de la dana, el efecto Mazón ha rebotado inevitablemente en el líder que lo ha mantenido en el cargo. El espejo de Mazón, para decirlo con licencia literaria, es como el del esperpento valleinclanesco: deforma todo lo que se proyecta.
Es el escándalo Mazón, pero no solo es Mazón, porque Feijóo acumula otras quiebras estratégicas. El caso más reciente es el del show en el Senado, donde Sánchez tenía que ser crucificado y, al contrario, salió vivo y se burló hasta de su sombra. También es significativa la incapacidad de Feijóo de aprovechar la debilidad política de Sánchez, ahora que Junts lo ha dejado en minoría parlamentaria, lo que evidencia la carencia de habilidad de Feijóo para tejer alianzas. El retrato de todo ello refuerza la debilidad de su liderazgo. La prueba del algodón la da la actualidad más rabiosa: justo en el momento en que se vive la insólita situación de un fiscal general sentado en la silla de los acusados, y Sánchez sufre la crisis política más importante de su mandato, Feijóo está envuelto en las miserias de Mazón. Es decir, no solo no sabe aprovechar la crisis de su adversario político, sometido a una tormenta perfecta de líos judiciales y familiares, sino que tiene trabajo para mantener su propia credibilidad.
Todo ello no impedirá que gane las elecciones cuando se convoquen, pero no será porque su liderazgo haya crecido y se haya fortificado, sino por el liderazgo de Abascal, que disfruta de un crecimiento sostenido. Y esta es la cuestión: que el probable éxito electoral de Feijóo no se fundamenta en la fuerza de su liderazgo, sino en el crecimiento exitoso del espectro electoral que comparte con Abascal. Es el líder hipotético del PP, pero no parece que sea el líder de la derecha española. Demasiados errores, demasiada soledad y poca autoridad: un cóctel corrosivo para un liderazgo.
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