Tras los corrales de su casa en Cabeza del Buey, en la comarca extremeña de La Serena, resuena a mediodía un sonido metálico peculiar. No se trata del ganado, sino de una labor tan inusual como arraigada a la tradición pastoril: la afinación de cencerros. El responsable de este «concierto» es Julián Romero, un vecino jubilado que ha encontrado en este arte ancestral una forma de mantener viva el alma de su pasión y la memoria de un modo de vida.
En detalle, Julián Romero afinando un cencerro. / Juan José Benítez
Julián no eligió al azar esta afición. «He nacido y me he criado entre ovejas», afirma con orgullo este hombre que dedicó toda su vida al pastoreo. Aunque ya no guía rebaños por los llanos de La Serena, el «mundo de la oveja es mi vida», confiesa con una sonrisa. Su amor por estos animales va de la mano de un profundo respeto por las antiguas tradiciones pastoriles, como los chozos de piedra, las majadas y, por supuesto, el inconfundible sonido del cencerro al atardecer.
El objetivo es conseguir ese sonido grave, limpio y profundo que permite al pastor identificar y localizar a sus ovejas a distancia
Su fama ya ha trascendido los límites de Cabeza del Buey; le llegan encargos de toda La Serena incluso de comarcas vecinas
La importancia de un «sonido ronco»
La afinación de cencerros, un saber que se creía perdido, es fundamental para Julián. «Si el cencerro no tiene la voz ronca, el sonido no llega lejos y no sirve», explica. El objetivo es conseguir ese sonido grave, limpio y profundo que permite al pastor identificar y localizar a sus ovejas a distancia.
Su taller es sencillo: una silla, el pico donde apoya el cencerro y un martillo con el que, con paciencia y un oído experto, golpea suavemente la base metálica en círculos. Entre golpe y golpe, el sonido se transforma hasta alcanzar el tono deseado. La precisión de Julián es tal que, en una exhibición ante estudiantes de arquitectura alemanes, uno de ellos, músico, grabó la sesión y comprobó que el pastor había subido exactamente un tono al cencerro solo con los golpes. A veces, la mejora pasa por sustituir el badajo (lengüeta), que encarga en madera de encina, o el collar de piel.

Julián Romero afina un cencerro / Juan José Benítez
Rescatando el patrimonio cultural
Gracias a su dedicación, muchos han redescubierto la importancia de esta labor y otros saberes antiguos que son parte del patrimonio cultural y la identidad de la comarca. Entre ellos, la costumbre de «pintar mansos», que consiste en realizar cortes geométricos en la lana del carnero castrado que guía al rebaño en los pasos difíciles, un gesto cargado de simbolismo.
Julián Romero no cobra por afinar cencerros, salvo el coste de las piezas nuevas, si las hay. Lo hace por «puro gusto», por mantener viva una tradición que se niega a dejar morir. Su fama ya ha trascendido los límites de Cabeza del Buey; le llegan encargos de toda La Serena e incluso de comarcas vecinas de Córdoba (Los Pedroches) y Ciudad Real.
En su taller improvisado, entre el brillo del metal y el eco de los cencerros, Julián Romero, el último afinador de La Serena, rescata un saber ancestral. Con cada golpe de martillo, el eco del viejo pastor resuena, manteniendo vivo un mundo que hizo de la paciencia, el oído y el respeto por los animales un verdadero arte.
*Esta entrañable historia nos la ha trasmitido con mucho entusiasmo y cariño Juan José Benítez Ruiz-Moyano, historiador y amante de la naturaleza y de su tierra, La Serena.