El uruguayo Santiago Sanguinetti (1985) está considerado como uno de los directores y dramaturgos contemporáneos que más han contribuido en las dos últimas décadas a la refrigeración de la escena Latinoamérica, junto a otros como Gabriel Calderón, Marianella Morena, David Gaitán, Sergio Blanco, Andrés Gallina, Patricio Abadi o Bernardo Cappa. En el marco de la 38º edición del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes que se desarrolla en Agüimes, tendrá lugar esta tarde sábado, día 18 de octubre, a las 19:00 horas, el estreno en España de su último montaje ‘Zombi Manifiesto‘, que coproduce la Sala Verdi de Uruguay y el segundo mayor auditorio de Galicia, el Pazo da Cultura de Narón, con el patrocinio del Instituto Nacional de las Artes Escénicas del Uruguay.
Sobre las tablas del Auditorio de Agüimes la Compañía Abuela Katiusha propone esta singular farsa sobre la impunidad dirigida y escrita por Sanguinetti, con la que obtuvo el pasado año el Premio Nacional de Literatura en su país, siete años después de alcanzar el mismo reconocimiento por su aclamado texto ‘El gato de Schrödinger’. Curiosamente será la primera vez en sus 38 ediciones celebradas hasta la fecha que este director esté presente en un festival que desde sus inicios se propuso convertirse en plataforma y punto de encuentro, entre otras dramaturgias, de la latinoamericana.
Sanguinetti explica que las once escenas que conforman su montaje ‘Zombi Manifiesto‘ se alinean con las once tesis sobre Feuerbach que postulaban que ya no alcanza con interpretar de diversas maneras el mundo, porque de lo que se trata es de transformarlo. «Me gusta pensar que la obra es una suerte de materialización de los dos epígrafes que le dieron origen. Uno se inspira en la aseveración de Walter Benjamin que avanzó que ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer, y el otro en una idea que Marx reformula a partir de Hegel, quien era de la opinión de que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces, máxima a la que el filósofo y político comunista agrega una apreciación: la historia ocurre dos veces, primero como tragedia, después como farsa».
El director de ‘Zombi Manifiesto, Santiago Sanguinetti / La Provincia
Farsa ficcionada
Estrenada el año pasado en Montevideo con motivo de los 50 años del golpe militar acaecido en 1973, la obra se abrocha al curso de la sangre que bombean las últimas entregas teatrales de Sanguinetti en las que no solo explora los alcances de la comedia, sino que reflexiona críticamente y desde el escenario, sin caer en lugares comunes, sobre situaciones de la coyuntura histórico-política de su país. Porque a cincuenta años del golpe de Estado en Uruguay, el teatro sigue siendo arena de debate.
Sanguinetti toma distancia para ser realmente crítico con la situación sobre la que reflexiona a través de la comedia y la farsa ficcionada. «Al usar estas formas de abordaje, intento promover el debate de los asuntos públicos por medio del cuestionamiento de las certezas. Me gusta ir al teatro a recibir un golpe en forma de pregunta, además de vivir una experiencia irrepetible de conmoción estética. ‘Zombi Manifiesto‘ es continuación y profundización de una línea de trabajo que se vuelve cada vez más radical. Escribir teatro ayuda a pensar dialécticamente, intentando analizar y defender puntos de vista contradictorios antes de llegar a una conclusión. Y ese pensar dialéctico es una manera de garantizar el humanismo en tiempos de mercados. «Para escribir buen teatro hay que acostumbrarse a no hacer afirmaciones categóricas», escribió el dramaturgo argentino Rafael Spregelburd. Estoy muy de acuerdo con eso», asevera Sanguinetti.
En las dramaturgias del director uruguayo las contradicciones resignifican su obra, plagada de yuxtaposiciones, elementos disonantes y el uso recurrente de elementos de la cultura popular, como pueden ser, en este caso, los zombis. Según Sanguinetti, ‘Zombi Manifiesto‘, en el contexto de su larga trayectoria como director y activista del teatro, representa «un paso más en una línea de investigación escénica que podría definirse como ‘Teatro político clase zeta‘. Creo que lo ridículo tiene el potencial suficiente para ser considerado una estrategia subversiva de composición escénica con miras a denunciar el estado del mundo. Al mismo tiempo, es una forma de favorecer el despliegue histriónico de los actores y actrices de un elenco».
Cuando se le pregunta que si sería capaz de definir el teatro que hace como teatro de resistencia no tarda en afirmar que sí, «en tanto vuelve sobre las grandes preguntas que se hicieron algunos de los pensadores y pensadoras más relevantes del cambio social como Bakunin, Marx, Nietzsche, y también filósofos totales como Hegel o Kant, o revolucionarios como Lenin, Trotsky, Mariátegui o Rosa Luxemburgo. Ponerlos en escena es un acto de memoria, y por tanto un acto de resistencia», proclama.
No cree Sanguinetti que el teatro haga más livianas las intenciones del despropósito del terror y el dolor. «Muchas de las sensaciones menos livianas y más duras las he sentido en el teatro. No creo que se trate de un tema de liviandad sino de recibir el dolor y el impacto de forma colectiva y grupal, repartiendo le emoción entre la audiencia, por decirlo de algún modo, colectivizando la pena y la alegría. Esa es una posibilidad que el teatro ofrece, en tanto arte de presencialidad colectiva. Trabajo por y para un espectador dialéctico, humano, y que disfrute al enfrentarse a preguntas incómodas, nunca a problemas resueltos».
Vive entre Montevideo y Berlín. Europa y América del Sur con todos los universos, emblemas y dimensiones particulares de cada geografía y civilización obligan por sí mismos al dramaturgo a plantear una reflexión. «Las dificultades económicas del sur le dan al teatro una vitalidad y una urgencia difícilmente hallables en otras zonas –en América Latina se hace teatro con las horas de descanso, después de una jornada laboral que muchas veces nada tiene que ver con el arte, con hambre de trascendencia vital, y la visceralidad de las propuestas, a nivel actoral y dramatúrgico, tienen que ver con esa hambre–. La noción brechtiana de arte para el cambio social está presente y es fuerte en nuestro continente. En Alemania, por su parte, percibo un compromiso de los espectadores hacia los eventos escénicos, hacia las instituciones teatrales, que son parte indispensable de su vida. La política se sube al escenario en Berlín, y las salas se transforman en lugares desde los cuales se piensa políticamente la vida. Vivir en Berlín es estar en contacto con las cicatrices del siglo XX, y pensar el teatro hoy, con esas cicatrices a la vista, es fascinante y removedor», concluye.