La puesta en escena que el pasado 2 de abril protagonizó Donald Trump en su primer Día de la Liberación no dejó indiferente a nadie. El presidente estadounidense dio un envalentonado discurso ante la atenta mirada de su público, que celebraba y sonreía nada más ver la tabla que sostenía. Una lámina negra, alta como el republicano, que recogía los «aranceles recíprocos» que Washington presentaba al mundo. Toda una declaración de intenciones de la que al final, entre idas, venidas, vaivenes, negociaciones y acuerdos, poco queda, pero que ha infundido un clima de guerra comercial que ya late más allá del país americano. Hasta la Unión Europea ha disparado ahora contra China —en sentido figurado— con un tarifazo del 50% que plantea imponer al acero extracomunitario a partir de junio de 2026 para blindar así su siderurgia. Un gravamen que duplicará al actual y que no se queda ahí: Bruselas, además, recortará a casi la mitad la partida que se librará del mismo. Una medida que no han tardado en aplaudir el sector productivo —con la subida, sus manufacturas y fundiciones serán mucho más competitivas— y contra la que ha cargado con igual intensidad la rama transformadora —que pagará ese precio—.
Se trata de un hachazo que esconde más problemas como el que podría afrontar la industria conservera de materializarse el impacto. Las fábricas de enlatado que se provean de envases producidos en el bloque comunitario con material procedente de terceros países tendrán que pagar este plus. Un extra que no abonarán los terceros países que exporten conservas como producto final, con el perjuicio que esto conllevará en el level playing field.
«Hay que revisar bien las derivadas que pueden esconder este tipo de medidas, de forma detallada», advierte en declaraciones a Faro de Vigo el secretario general de la organización empresarial Anfaco-Cytma, Roberto Alonso, haciendo hincapié en las «dudas» que genera el nuevo arancel propuesto por los Veintisiete y las «asimetrías» que pueden originarse en los acuerdos comerciales existentes. «Es una losa más a la hora de hablar de competitividad europea», reitera, explicando que muchos fabricantes utilizan acero europeo, pero otros ya no. «Depende de cada empresa, el acero es un recurso global», insiste, avanzando que la asociación abordará próximamente en una junta directiva este asunto, que se suma a otros frentes que ya tiene abiertos a nivel internacional como el Tratado de Libre Comercio (TLC) que la Unión Europea y Tailandia están negociando actualmente y que podría implicar la entrada masiva de conserva procesada en plantas que no cumplen con las «estrictas regulaciones» en materia laboral y sostenibilidad que sí acatan las europeas.
Fue lo que pasó ya con Vietnam, con un pacto en vigor desde agosto de 2020 que liberalizó la entrada en el mercado comunitario de 11.500 toneladas de enlatados de túnidos sin arancel (al 0%). El supuesto tailandés sería peor, teniendo en cuenta que el país asiático es el primer productor mundial de conservas y preparaciones de atún. Aglutina el 26% de la producción mundial y supera las 500.000 toneladas anuales.
Al arancel al acero y el TLC con Tailandia se suma otro impacto: la tarifa del 15% que Estados Unidos formalizó este verano para las exportaciones europeas, incluidas las conservas y los preparados de pescado. Anfaco-Cytma recordó hace solo unas semanas, en agosto, que el mercado yankee es el principal extracomunitario con un potencial de crecimiento superior a los dos dígitos: «Pese a suponer únicamente un 3% de la exportación del total de productos pesca y acuicultura de España, hay empresas con una exposición superior al 15% que deben encontrar respuesta en las medidas de apoyo que se implanten».
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