Singapur es uno de los países más limpios y ordenados del mundo, pero también uno de los más estrictos en materia de civismo. Entre sus normas más curiosas -y a la vez más famosas- se encuentra la prohibición de mascar chicle en la vía pública. Una medida que ha generado sorpresa entre los turistas durante décadas, y que aún hoy sigue plenamente vigente bajo la Regulation of Imports and Exports (Chewing Gum) Regulations, derivada de la Regulation of Imports and Exports Act (Cap. 272A).
Esta ley, aprobada en 1992, prohíbe la importación, venta y consumo de chicle, salvo en casos muy concretos. Las autoridades justificaron la medida para mantener la limpieza urbana, ya que el chicle pegado en aceras, autobuses o ascensores se había convertido en un problema de mantenimiento costoso. La sanción por incumplir la norma puede alcanzar los 2.000 dólares singapurenses -unos 1.350 euros-, además de posibles antecedentes por comportamiento antisocial.
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La excepción médica
Aunque la norma parece tajante, existe una excepción legal que permite mascar chicle sin temor a multa: los chicles con fines terapéuticos o medicinales, como los que ayudan a dejar de fumar o mejoran la salud dental. Estos productos están regulados y solo se pueden adquirir en farmacias, previa recomendación o receta médica.
Según las autoridades, esta excepción se incluyó tras las negociaciones comerciales con Estados Unidos en 2004, cuando empresas farmacéuticas como Wrigley presionaron para autorizar el uso de chicles medicinales. Desde entonces, se pueden vender bajo supervisión médica y en cantidades limitadas.
Para los viajeros, es importante saber que llevar chicle común en la maleta puede ser motivo de confiscación al entrar al país. En cambio, si se trata de un producto con nicotina o con beneficios odontológicos y se puede justificar su uso, no hay riesgo de sanción. Por eso, si planeas visitar Singapur, recuerda: mascar chicle solo está permitido por motivos médicos. En cualquier otro caso, podría salirte caro.