El discurso del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ante la Asamblea General de la ONU tuvo mucho de espectáculo y dejó poco lugar al optimismo.
De entrada, tuvo que retrasar su intervención cinco minutos por las protestas de decenas de delegados de diversos países, que abandonaron la sala cuando fue presentado. A partir de ahí, ante un público amable y agradecido, Bibi se creció: pausó las frases de manera que cupiera siempre un aplauso entre ellas y enfatizó cada afirmación como si se tratara de un mitin y no de una aparición institucional del más alto nivel.
Aparte, no tuvo la deferencia de dirigirse a la ONU como tal, sino que su discurso pareció siempre dirigido exclusivamente al público estadounidense.
Todo fueron elogios a Donald Trump y comparaciones con América. Todos los ejemplos buscaban que el ciudadano de a pie se identificara con la lucha del Estado israelí y no cayera en la propaganda de la «prensa occidental», como insistió varias veces el primer ministro.
Hubo tiempo incluso para un pequeño concurso en el que Netanyahu lanzaba una pregunta, daba cuatro opciones y la concurrencia gritaba las respuestas con un altísimo porcentaje de acierto: los malos siempre eran los mismos.
En cualquier caso, el discurso del primer ministro israelí tenía un objetivo claro: negar que se estuviera cometiendo un genocidio en Gaza.
Al contrario, dijo Netanyahu, Israel estaba ayudando a la población civil como ningún otro país haría en un conflicto de este tipo. El problema era que Hamás se quedaba con la comida y la bebida e impedía a los gazatíes el libre movimiento por la Franja para evitar los bombardeos.
Asimismo, había que justificar la continuidad de la masacre… y lo hizo apoyándose en las siguientes cinco frases.
«Tenemos que acabar el trabajo»
Es una expresión muy habitual del primer ministro, de varios miembros de su Gobierno y del Ejército israelí. El problema es que se lleva repitiendo ya más de un año. En otras palabras, que el trabajo no parece acabarse nunca. Siempre habrá un terrorista en algún túnel o algún colaborador en un hospital que sirva como excusa para bombardear todo un barrio y no dejar piedra sobre piedra.
Es cierto que Israel, en ocasiones, avisa con antelación a la población civil de sus ataques y es cierto que Hamás es una lacra que utiliza a esa misma población civil como «escudo humano».
Ahora bien, también es cierto que los avisos suelen llegar sin tiempo para preparar nada y en cualquier caso Netanyahu esconde una dura realidad: familias y familias llevan dos años teniendo que abandonar sus casas improvisadas para huir a una «zona segura» que a menudo ni siquiera lo es.
«Lo que estamos haciendo es derrocar el régimen de Hamás»
En un momento dado, tras narrar con detalle las atrocidades del 7 de octubre de 2023, Netanyahu se preguntó: «Si un grupo terrorista patrocinado por un régimen extranjero entrara en Estados Unidos, matara a 40.000 civiles y secuestrara a otros tantos, ¿acaso no derrocaría Estados Unidos ese régimen? Eso es lo que estamos haciendo nosotros en Gaza».
De nuevo, estamos ante una verdad a medias: efectivamente, Hamás controla Gaza desde la guerra civil de 2006 contra la Autoridad Palestina. Nadie pone el grito en el cielo porque se mate a Yahya Sinwar o a su hermano o a Ismail Haniyeh. Nadie pondría ninguna pega a una intervención militar que se limitara a ir a por los cabecillas y a desarticular las distintas milicias. Lo que se critica es la asimilación de la parte por el todo, lo cual quizá no sea un genocidio en sentido estricto, pero sí un crimen de guerra.
En otras palabras, el escándalo no es luchar contra Hamás ni contra su régimen asesino, algo que el propio Mahmud Abás reconoció el pasado jueves, sino convertir en terrorista de Hamás a todo aquel que vive bajo su régimen y hacerle responsable de ello.
«La Autoridad Palestina paga a los terroristas»
Como el consenso contra Hamás es amplísimo, Netanyahu necesitaba desacreditar también a la Autoridad Palestina. De lo contrario, se podría decir: «Bueno, pues que se restaure el orden anterior a 2006 y que se trabaje en pos de un Estado palestino controlado por la OLP, como se acordó en Oslo».
El primer ministro israelí presentó a la Autoridad Palestina como un grupo de corruptos —mucho hay ahí de cierto— que festejan los atentados contra Israel y que premian con dinero y reconocimiento a los terroristas.
«¿Se imaginan que pusieran en su frontera a un Estado controlado por Al Qaeda?», preguntó al público estadounidense para justificar su negativa a un Estado palestino. «Nunca lo toleraré», añadió, asegurando que hasta el 90% de los israelíes está en contra de dicho Estado.
La propia existencia de Palestina es, según Netanyahu, una amenaza para Israel. «No quieren un Estado palestino», aseguró, sin especificar el sujeto, «lo que no quieren es un Estado judío».
«El presidente Trump entiende esto mejor que nadie»
Las alabanzas a Trump fueron constantes. Porque sabe que le gustan y porque, en el fondo, la relación entre ambos no es tan buena como parece, así que hay que exagerar.
Trump se ha negado repetidas veces a reconocer un Estado palestino… pero también se ha negado a que Israel amplíe sus fronteras con la anexión de Cisjordania, algo que está en mente de los socios de Gobierno de Netanyahu.
En cualquier caso, a Trump le presentó como un ser de luz y le enfrentó así al resto de países occidentales, que no acaban de entender nada, que se venden a la propaganda palestina y que son cobardes que no se atreven a enfrentarse a la amenaza islamista y prefieren que Israel les haga el trabajo sucio para luego criticarlo.
El intento de separar a Estados Unidos de sus aliados, al menos en este aspecto, fue demasiado evidente. El asunto es que nada de lo que pueda decir Netanyahu va a sorprender a Trump a estas alturas y tal vez el discurso fuera dirigido al movimiento MAGA en su totalidad más que a su líder en concreto.
«Los líderes que reconocen el Estado palestino son iguales que los antisemitas de la Edad Media»
Todo país que ha reconocido recientemente el Estado palestino ha recibido su ración de insultos desde Tel Aviv que generalmente venían a caracterizarlos de antisemitas y filoterroristas.
Netanyahu aprovechó la oportunidad para decírselo a todos juntos entre grandes vítores de su delegación, comparando a los líderes de estos países —»Francia, Portugal, Reino Unido y otros»— con los antisemitas de la Edad Media que culpaban a los judíos de todos los males de la naturaleza.
«Este antisemitismo tiene consecuencias», dijo Netanyahu, responsabilizando a estos países y sus gobiernos del asesinato de varios judíos en los últimos meses. No parece una gran táctica para unir puentes con Occidente, pero hay que entender que el mensaje era más de consumo interno que otra cosa. Una manera de repetirle a su propio pueblo: «Todos están contra nosotros, como siempre» para que no se planteen qué está haciendo mal este Gobierno concreto en este momento concreto de la historia.