La apuesta por llevar la gala de elección al, seguramente, escenario más grandioso que hay ahora mismo en toda España era un reto inmenso. Y como en todo estreno, se pueden extraer conclusiones y tomar notas para corregir en el futuro. La conclusión general es que las Fallas están capacitadas para albergar un evento de primera magnitud y que tienen la capacidad para hacerlo grande a base de disfrutarlo y de tocar la fibra sensible. Y en este caso, hubo en grandes dosis. Un acto al gusto del consumidor.
Es un acto muy encorsetado por los rituales y los tiempos, por lo que, básicamente, no cambia mucho en su esencia: un envoltorio artístico para el desfile de candidatas y la despedida de las falleras vigentes. Esto, unido al poder de convocatoria, generó momentos verdaderamente apoteósicos. Como ese arranque que merece capítulo aparte. Y otras cosas que son para hacérselas mirar: con tanto aforo nuevo, ¿por qué las candidatas no pueden ver el discurso de despedida desde la grada, como ocurría en la Fonteta? ¿No vale la pena sacrificar unos asientos, que después se pueden reutilizar? Es un contrasentido cuando el acto es un homenaje a ellas. Tampoco se usaron las filmaciones individuales realizadas durante las pruebas. En un escenario tan colosal, la pantalla gigante es esencial para poder ver actuación y desfile a dos tamaños.
¿Vale la pena el dispendio? Seguro que hay argumentos perfectamente sostenibles en los dos sentidos. Es mucho dinero, pero tampoco está la fiesta para desviarlo en otras cosas: a los artistas falleros para que se arruinen más, a la pirotecnia para poner lo que ya no cabe en la plaza… esto no es más que una modificación de crédito. Y a favor: que ahora mucho más pueblo, y muchos más invitados han vivido lo que antes solo podrían imaginar por televisión -que también se ve muy bien-.
Decíase que hay que dedicar los dispendios mejor en otras fiestas. Seguramente, el target conseguido por el Corpus con esos bailes de la Moma y de los Nanos mientras desfilaban las candidatas en tropel, mientras se entonaba el «Mi Tierra» hace más por la marca Festa Grossa que cualquier otra promoción.
Arrebato identitario
Ese arrebato identitario, echando toda la artillería pesada, supuso un inicio difícil de igualar: a ver qué es capaz de igualar vestuarios, costumbrismo, figuras, falleras y Nino Bravo. Un cóctel absolutamente letal para las glándulas lagrimales. Afloraron en el patio de butacas y en la pista, y por los gritos desaforados de entusiasmo. Que ya se había visto en el remate del primer número, cuando la Senyera hizo su aparición a los sones del Himno de España. Todo eso juega en terreno amigo.
Por supuesto que hay que corregir cosas en el futuro. Por ejemplo, la irregularidad del sonido, en el que directos y offs se solapaban -el directo de la orquesta luce y enriquece-. Y antes: que no haya animación fallera en el Ojo exterior o en las propias pantallas. Habrá un día que pensar en no romperle el espinazo al acto con el descanso. Y son tan colosales las dimensiones, que habrá que pensar en «llenar» aún más el terreno de juego, aunque la decoración del segundo acto permitió darle más concepto de escenario.
El que sirvió a todas para cruzar un puente que llevaría a la fama a 26 de ellas.