La intervención de Donald Trump ante la Asamblea General de la ONU se pareció mucho a la que un CEO haría ante la junta de accionistas de su empresa o a la que uno puede esperar de un Debate sobre el Estado de la Unión.
El presidente de Estados Unidos no escatimó en elogios a sí mismo y en críticas a su antecesor, como suele ser habitual, y presumió de que su país había pasado en ocho meses de ser «el hazmerreír» del mundo a vivir una «Edad de Oro» bajo su administración.
Trump dedicó los primeros quince minutos de intervención exclusivamente a cuestiones internas de su país, algo poco habitual en el contexto de una Asamblea General y solo luego se dedicó a analizar la situación mundial.
«Hace cinco años de mi última intervención aquí. Entonces, el mundo era un lugar pacífico y ahora, los disparos suenan por todos lados», afirmó el multimillonario neoyorquino. Sin embargo, no todo está perdido: él está dispuesto a asumir otra vez la responsabilidad de encargarse de que la paz reine en el planeta.
De hecho, presumió de haber parado siete guerras en ocho meses y esta vez, al menos, las detalló. También mencionó los Acuerdos de Abraham, con los que prácticamente cerró su anterior mandato y que supuso el reconocimiento oficial de Israel por parte de los Emiratos Árabes Unidos y Baréin.
Según Trump, eso hace que «todo el mundo» pida el Premio Nobel para él, aunque, en su modestia, se conforma con saber que millones de niños van a sobrevivir gracias a su diplomacia.
Para la ONU, solo tuvo palabras de desprecio. «No solo no han parado ellos las siete guerras, sino que ni siquiera nos han llamado para felicitarnos», afirmó. «Lo único que la ONU nos ha dado son unas escaleras mecánicas rotas y un teleprompter roto», dijo ante el jolgorio de su amplia delegación.
Ahora bien, ¿en qué parte tiene razón Trump y en qué no? ¿Es cierto que ha detenido siete guerras en estos ocho meses? ¿Hasta qué punto? Analicemos los conflictos uno a uno.
Camboya y Tailandia
Estos dos países del sudeste asiático llevan décadas enfrentados por la compleja división que la Francia colonial hizo de la península.
Ambos reclaman como propias las provincias de Surin, Sisaket y Ubon Ratchathani. La tensión ha ido aumentando desde los primeros incidentes armados de 2008 y culminaron en mayo y en julio de este año con combates en la frontera que derivaron en la muerte de varios civiles y en la amenaza de que el conflicto derivara en una guerra abierta.
Sin embargo, la sangre no llegó al río y en ello, efectivamente, tuvo mucho que ver la mediación estadounidense… pero no más que la mediación china o, sobre todo, la malaya. Al fin y al cabo, el alto el fuego se firmó en Malasia y su primer ministro, Anwar Ibrahim, fue el que más presionó para que se llegara a un acuerdo, en nombre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático.
Trump habló con los dos líderes enfrentados, es verdad, y el Departamento de Estado algo haría, pero presumir, como hizo desde el primer momento el presidente estadounidense, de haber parado él, en primera persona, el conflicto, parece mucho decir.
Kosovo y Serbia
Algo sabemos los europeos de los enfrentamientos en los Balcanes, y, especialmente, los que se vivieron en Serbia durante los años noventa y derivaron en la declaración unilateral de independencia de Kosovo, uno de los grandes aliados estadounidenses en la zona y cuya soberanía no está reconocida por España, entre otros países.
Obviamente, la tensión entre ambos países es enorme, desde el momento en el que Serbia considera que Kosovo es una provincia propia, y probablemente esté esperando el momento geopolítico oportuno para intentar recuperarla por la fuerza.
Las disputas de 2025 a las que se refiere Trump no pasaron de unas escaramuzas en la frontera que en ningún caso implicaron un despliegue militar, sino puramente policial.
¿Pudo el conflicto haber escalado de no haber mediado Estados Unidos? Tal vez.
También medió Rusia, aunque fuera para defender a los serbios. Incluso Albania, obviamente, tuvo su parte de responsabilidad en bajar el suflé.
Dicho esto, ni se puede decir que Trump parara ninguna guerra ni se puede decir que el conflicto no siga latente. Simplemente, se evitó una escalada puntual y se hizo, como es habitual, entre varios agentes.
Congo y Ruanda
El 27 de julio, Trump invitó a los ministros de Asuntos Exteriores de Ruanda y de la República Democrática del Congo para hacerles firmar un acuerdo de paz delante de las cámaras y apuntarse otro tanto diplomático.
Ambos países, que comparten una extensa frontera, llevan en guerra desde hace 31 años, cuando el genocidio de los hutus sobre los tutsis —más de seis millones de muertos en pocos meses— derivó en un conflicto con el Zaire del sangriento dictador Mobutu Sese Seko.
La foto se difundió y Trump presumió de un triunfo que, en la práctica, es inexistente. Congo y Ruanda siguen en guerra, con grupos paramilitares de cada país operando en cada lado de la frontera. Las matanzas siguieron en agosto y han seguido en septiembre, habitualmente perpetradas por el M23 o Movimiento 23 de marzo, apoyado por el Gobierno de Ruanda y que opera en Kivu del Norte, región congoleña, provocando cientos de miles de refugiados.
Más allá de la propaganda, la única que actúa sobre el terreno es precisamente la ONU, a través de ACNUR, que intenta ayudar a los refugiados de ambos países. Estados Unidos colaboraba a través del proyecto USAID, pero una de las primeras medidas de Trump al llegar al poder fue suspender su financiación.
India y Pakistán
El enfrentamiento entre estas dos potencias nucleares está activo desde que Gran Bretaña concediera la independencia a los dos Estados —uno, hindú; el otro, musulmán— en 1947, al igual que hiciera, por cierto, con Palestina.
Ambos mantienen una relación ambigua con Estados Unidos, que utiliza a la India para contrarrestar la hegemonía china en el continente y a Pakistán para controlar los grupos terroristas islámicos que salen regularmente de Irán y Afganistán.
El último conflicto tuvo lugar entre el 7 y el 10 de mayo de 2025, cuando ambos países se acusaron de lanzar misiles contra las bases aéreas del vecino.
El secretario de Estado, Marco Rubio, y el vicepresidente, J.D. Vance, se involucraron personalmente en que las escaramuzas no fueran a más, pero, como declaró el ministro pakistaní de Asuntos Exteriores, Ishaq Dar, hasta 36 países ayudaron a que se firmara el alto el fuego. De hecho, la India siempre ha negado las afirmaciones de Trump y asegura que todo se solucionó entre los dos países, sin más.
Israel e Irán
Formalmente, Israel e Irán nunca han estado en guerra, aunque el odio entre ambos países sea extremo.
La preocupación israelí —y estadounidense— por la posibilidad de que Irán desarrollara su programa nuclear hasta el punto de poder fabricar una bomba atómica derivó en una serie de ataques que culminaron el 22 de junio con el bombardeo de Estados Unidos sobre las instalaciones nucleares iraníes, tras lo cual Irán atacó Catar y después aceptó un alto el fuego que fue refrendado por las autoridades israelíes el 24 de junio.
Pensar que ese alto el fuego es el final de una guerra es mucho pensar. Pensar que el mérito es de Trump por bombardear Irán tiene un punto irónico, aunque él insista en que «a la paz se llega por la fuerza».
Ahora bien, mientras no haya un cambio de régimen en Teherán, la posibilidad de que el programa se reactive y se utilice contra Israel siempre estará presente.
Egipto y Etiopía
Es complicado calificar de «guerra» lo que sucede entre Egipto y Etiopía. Es cierto que a Egipto no le hace ninguna gracia que Etiopía haya construido una presa en el río Nilo a su paso por Benishangul-Gumuz.
La llamada Presa del Renacimiento es un colosal proyecto hidroeléctrico financiado en su mayor parte por China, y que ha provocado protestas de Sudán y Egipto. Protestas en las que Estados Unidos lleva mediando desde 2019 para llegar a un acuerdo puramente económico entre las tres partes.
Trump pidió un «acuerdo justo» y Egipto aplaudió la petición, pero poco más se puede decir. Aún no se ha firmado nada al respecto y los etíopes, desde luego, niegan que Estados Unidos haya parado nada. Ni ha habido guerra como tal ni se puede hablar de un final de la disputa económica.
Armenia y Azerbaiyán
Los conflictos entre ambos países, con constantes pogromos y deportaciones forzosas ya desde los extractores de la época soviética, normalmente eran resueltos por Rusia, que, generalmente, apoyaba a Armenia en sus disputas con los azeríes.
Sin embargo, después de que Rusia abandonara a sus tradicionales aliados en el Karabaj en la guerra de 2023, estos posaron sus ojos en Estados Unidos, que vieron una enorme oportunidad económica y comercial.
Así, el presidente Trump logró otra preciosa foto en la Casa Blanca con los líderes de ambos países el 8 de agosto de 2025… aunque, en realidad, las hostilidades habían cesado antes, gracias a la mediación también de Francia y Rusia. De hecho, más que una paz, lo que se firmó fue un acuerdo comercial para que Estados Unidos explotara el Corredor de Zangezur, que Washington rebautizó como la Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad. Casi nada.