Cuando se piensa en combustibles fósiles, la imagen que suele venir a la mente es el momento en que se usan: la gasolina que alimenta un automóvil, el gas que calienta un hogar o el carbón que genera energía en una central. Sin embargo, un estudio mundial, realizado por la Alianza Global por el Clima y la Salud, formada por más de 200 organizaciones de profesionales sanitarios, ha documentado consecuencias negativas para la salud desde la extracción hasta el desecho de las energías ‘sucias’, que afectan a cada etapa de la vida. Y los efectos perviven durante años.
El informe, titulado ‘De la cuna a la tumba: los impactos de los combustibles fósiles en la salud y el imperativo de una transición justa’, proporciona el primer panorama completo a nivel mundial de los efectos en la salud que generan los combustibles fósiles en cada etapa del ciclo vital.
Reúne la evidencia científica disponible, recopila testimonios personales, ejemplos de impactos por incendios de yacimientos, explosiones de oleoductos, derrames de petróleo, etc., así como las opiniones de decenas de profesionales sanitarios que trabajan en primera línea, mostrando las interacciones multidimensionales entre las energías ‘sucias’, la salud y el bienestar social, especialmente para las comunidades más vulnerables del planeta. Estas son las principales conclusiones:
La exposición a combustibles fósiles está asociada a un mayor riesgo de bajo peso al nacer, cáncer infantil, asma, trastornos neurológicos, cardiovasculares o muerte prematura. Los niños son especialmente vulnerables si se ven afectados por los contaminantes derivados de la extracción y la combustión cuando sus órganos están en formación. Además, su ritmo respiratorio es más rápido y las vías respiratorias más estrechas, por lo que pueden sufrir una amplia gama de daños en múltiples sistemas del cuerpo. Por otro lado, las personas mayores son más vulnerables por la presencia de enfermedades crónicas y la exposición acumulada a lo largo de su vida.
Cada fase del ciclo de los combustibles libera contaminantes nocivos. Por ejemplo, la extracción libera metales, materiales radiactivos y partículas, lo que eleva las tasas de enfermedades respiratorias, cardiovasculares, cánceres y trastornos neurológicos en las poblaciones circundantes. La refinación y el procesamiento han demostrado emitir sustancias químicas cancerígenas como benceno, tolueno y compuestos orgánicos volátiles, lo que representa riesgos graves para los trabajadores y quienes habitan en las cercanías. El transporte y el almacenamiento implican riesgos de filtraciones y derrames de sustancias químicas, las cuales contaminan el aire y el agua y provocan efectos agudos y crónicos en la salud. La combustión, ya sea en centrales eléctricas, vehículos u hogares, genera emisiones de contaminantes, que provocan asma, enfermedades cardíacas, cerebrovasculares, cáncer y demencia. Y los residuos posteriores a la combustión (como las cenizas de carbón y la quema de gas) continúan exponiendo a las comunidades a metales pesados y toxinas, lo que contribuye a la degradación ambiental a largo plazo y a enfermedades crónicas, según el estudio.
El informe sostiene que «el daño de los combustibles fósiles no termina con la exposición», dado que muchos de los contaminantes permanecen en los suelos, el agua y en la cadena alimentaria durante décadas «o incluso siglos«, causando una exposición continua y multiplicando los riesgos para la salud de las generaciones futuras.
La investigación denuncia, a su vez, que los daños se concentran sobre todo en los grupos más desfavorecidos, como los pueblos indígenas, las minorías raciales, las poblaciones de bajos ingresos y los trabajadores migrantes, que «viven de manera desproporcionada cerca de infraestructuras contaminantes y enfrentan barreras sistémicas para acceder a servicios de salud, vivienda adecuada y un entorno seguro». El trabajo documenta casos de abusos sexuales, trata de personas y consumo de drogas entre los trabajadores de las industrias ‘sucias’, por lo que concluye que también producen un «daño social».
Frente a un problema de tal magnitud, la Alianza Global por el Clima y la Salud propone no solo detener la explotación y el desarrollo de combustibles fósiles, sino también los subsidios que reciben y redirigir las ayudas hacia los sistemas de salud. Asimismo, reclama establecer el principio de ‘quien contamina, paga’, haciendo responsables a las industrias del daño ambiental y sanitario, de forma que asuman los costes asociados. El informe aboga por un «liderazgo audaz de gobiernos, sociedad civil, empresas y comunidad sanitaria para llevar a cabo una rápida transición que abandone los combustibles y priorice la salud pública, la justicia social y la sostenibilidad ambiental». No obstante, los autores son conscientes de que las políticas climáticas se han centrado hasta ahora en las emisiones contaminantes y han «ignorado» los daños «multidimensionales» que los combustibles provocan en la salud. De ahí que lancen el informe, para remover conciencias y llamar a la acción.
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