Si la quema de combustibles fósiles sigue escalando, la gran corriente del Atlántico (AMOC), motor climático global, podría entrar en un colapso funcional que provocaría un enfriamiento drástico en el noroeste de Europa: las temperaturas invernales en Londres podrían descender a −19,0 °C y en Oslo a −48,3 °C.
La ciencia del clima lleva décadas observando la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico (AMOC), el sistema de corrientes que transporta calor hacia el norte y ventila el océano profundo. Un nuevo estudio publicado en Environmental Research Letters ha hecho lo que hasta ahora faltaba: prolongar las simulaciones de los modelos climáticos más allá de 2100 para ver qué ocurre cuando el reloj sigue corriendo dos o tres siglos más. El resultado es la deriva persistente de un AMOC que no se apaga del todo, pero que pierde su motor profundo y deja de entregar el calor que hoy templa a Europa.
El colapso se desarrolla en dos actos. Primero, en las próximas décadas, la mezcla de agua profunda invernal en los mares marginales del Atlántico norte Labrador, Irminger y Nórdico, empieza a fallar. Una atmósfera más cálida extrae menos calor del océano, impidiendo que el agua superficial se hunda.
Este fallo inicial desencadena un segundo mecanismo: al debilitarse el AMOC, llega menos agua salada desde el sur. La superficie del Atlántico Norte se vuelve más dulce y ligera, lo que frena aún más la mezcla en un bucle que se autoalimenta. Según el estudio, el colapso de esta mezcla profunda es un preludio que antecede en unos 30 años al declive de la corriente.
Con este preludio en marcha, el segundo acto se extiende más allá de 2100. La circulación, que hoy alcanza kilómetros de profundidad, se vuelve superficial, con su máximo a menos de 200 metros y dominada por el viento. Por debajo, el transporte de calor hacia el norte casi desaparece.
El punto de no retorno
Los autores definen este «apagón» del Atlántico norte con dos señales: que el cinturón de agua profunda deje de moverse y que el flujo hacia el norte bajo la capa superficial sea casi nulo. Bajo este criterio, todos los modelos con altas emisiones cruzan el umbral después de 2100.
Algunos lo hacen incluso con emisiones intermedias y, en casos puntuales, bajas. Esto sugiere que el sistema podría haber pasado un punto de no retorno mucho antes de que se reduzcan las emisiones.
El proceso no es un desplome vertical —el IPCC reserva el término «abrupto» para transiciones de menos de 30 años—, sino una pendiente de 50 a 100 años hacia un estado climático radicalmente distinto y duradero.
Las implicaciones prácticas son contundentes. A 26°N, el transporte de calor hacia el norte cae al 20–40% de los valores actuales; al norte de 45°N, el océano deja de entregar calor a la atmósfera de forma neta, y en varios modelos esa transferencia desaparece casi por completo.
El resultado, si no lo compensa el calentamiento global bajo escenarios muy altos, es un enfriamiento acusado del Atlántico subpolar y del noroeste de Europa. Un estudio específico sobre este impacto, publicado en junio pasado, estima que las temperaturas invernales en Londres podrían descender hasta aproximadamente −19,0 °C y que Oslo podría experimentar extremos cercanos a −48,3 °C.
Este enfriamiento se debería a la pérdida de transporte de calor desde los trópicos y a la expansión del hielo marino hacia el sur, que podría llegar a las costas de Gran Bretaña y Escandinavia. El mensaje de fondo es termodinámica aplicada a un sistema con memoria extensa.
Referencia
Shutdown of northern Atlantic overturning after 2100 following deep mixing collapse in CMIP6 projections. Sybren Drijfhout et al. Environmental Research Letters, 20 094062. DOI:10.1088/1748-9326/adfa3b.
Las señales ya están aquí
El estudio conecta los modelos con la realidad actual. La red de boyas RAPID-MOCHA, que mide la corriente a 26,5°N desde 2004, ya registra un debilitamiento de ≈0,8 Sv (sverdrup) por década, lo que significa que AMOC está perdiendo un caudal de aproximadamente 800.000 metros cúbicos de agua por segundo, cada década.
Para ponerlo en perspectiva, el caudal total de la AMOC se estima entre 15 y 18 Sv, lo que equivale a la energía de 17 bombas atómicas como la de Hiroshima por segundo. Una pérdida de 0,8 Sv, aunque parezca un número pequeño, representa una desaceleración muy significativa de este sistema de corrientes oceánicas vital para la regulación del clima global.
Pero, aunque el registro es corto para una certeza estadística total, la tendencia es coherente con las simulaciones. En paralelo, las observaciones de la mezcla profunda en el Atlántico Norte también muestran un declive en los últimos 5 a 10 años, a pesar de la variabilidad natural.
Estos datos son consistentes con estudios como el publicado en Geophysical Research Letters, que modela los extremos invernales en Europa bajo un colapso del AMOC. Los impactos, además, serían globales: los cinturones de lluvia tropical se alterarían, se reduciría la capacidad del océano para absorber CO2 y la costa atlántica de EE. UU. sufriría un importante aumento del nivel del mar, mientras los ecosistemas marinos enfrentarían alteraciones generalizadas.
Un riesgo sistémico
Los modelos climáticos tienen sesgos conocidos —capas de mezcla demasiado profundas o la ausencia del deshielo de Groenlandia en proyecciones estándar—, pero esto no invalida el resultado central. De hecho, algunos de estos sesgos podrían estar infraestimando la vulnerabilidad real del sistema. La conclusión del nuevo estudio es prudente pero firme: el riesgo de colapso no es remoto ni teórico; es un riesgo sistémico que crece con cada décima de grado de calentamiento.
Debido a la inercia del océano, llegar a 2100 sin un colapso total no garantiza un siglo XXII tranquilo. El sistema podría haber cruzado ya un umbral que lo arrastre irreversiblemente. Por ello, los autores recomiendan revisar la categoría de «baja probabilidad» con la que el IPCC ha enmarcado este evento.
Este tono no es fatalista, sino operativo: reducir drásticamente las emisiones es la única posibilidad de no cruzar el punto de no retorno. El tiempo relevante es el de una generación, la que decidirá si el Atlántico sigue siendo el radiador de Europa o se convierte en una brisa superficial que apenas mueve calor.