Lungisani se acerca al depósito de agua con paso titubeante. Luego, retira unas ramas, colocadas allí para que los animales no se acerquen, y maniobra la cisterna. El goteo apenas se oye. Lungisani lo confirma: «no hay suficiente agua para todas las aldeas, es poca«, afirma este hombre de 39 años, guardián del lugar, en el distrito de Bubi, oeste de Zimbabue. Hoy está particularmente apesadumbrado. Ha vuelto a oír de otra niña que ha quedado embarazada y se ha tenido que casar, y con su mujer han vuelto a hablar del tema. Su preocupación es por su única hija, una bebé que nació hace 10 meses, en plena sequía. Ahora vive con él en una especie de choza de lona plástica, construida sobre un suelo árido y rojizo. «También ella quizá acabe siendo una niña-esposa. ¿Qué puedo ofrecerle yo? No tengo nada, todo está seco«, afirma, mientras se le dibuja en la cara una mueca de tristeza y resignación.
En la cercana escuela primaria de Dromoland, la maestra Thadine Mpone, que desde hace 23 años se dedica a la enseñanza, también se echa la culpa. En su caso, la angustia la invade cada vez que recuerda que tan solo hace unos meses una de sus estudiantes dejó de venir a clase. Poco antes, la menor había quedado embarazada. Y a esta mujer de etnia ndebele le atormenta que no pudiera impedirlo. «Todo ha empeorado desde que las sequías no nos dan tregua y se suceden y alargan año tras año», dice.
El centro de Mpone se beneficia de una iniciativa de Mary’s Meals, una organización sin ánimo de lucro que entrega comida a dos millones de niños en Zimbabue, Zambia, Malaui y Mozambique, y que está intentando expandir sus programas. «Es una forma de incentivar que los niños acudan a clase, lo que también ayuda a prevenir los matrimonios infantiles, ya que si están en la escuela, no salen a buscar comida y se meten en problemas», afirma. Pero incluso aquí la situación es dura.
Desde hace meses, la escuela no recibe agua del cercano pozo de perforación comunal que, como otros en esta área, ha dejado de funcionar tras el paso de El Niño y la sequedad extrema del año pasado —que llegó después de cinco años de lluvias erráticas—, síntoma de la crisis climática, y que obligó al Gobierno local a declarar el estado de catástrofe. La falta de agua es tan extrema que las cocineras lavan las vasijas con una especie de engrudo humedecido con grava y tierra, y los niños a veces se pasan hasta ocho horas sin beber si no tienen a disposición la que les vende una cercana iglesia por 10 dólares al mes, cuenta Mpone.
Desamparadas
Abel Blessing Matsika es investigador en Harare y uno de los autores de Our Voices, Our Future (Nuestras voces, nuestro futuro), un estudio exhaustivo que ha establecido el nexo entre crisis climática, inseguridad alimentaria y matrimonio infantil en Zimbabue. La investigación, realizada con el apoyo de Plan Internacional y la Comisión para Mujeres Refugiadas, analizó el fenómeno en el distrito de Chiredzi de la provincia de Masvingo (sureste), una zona shona, el otro gran grupo étnico del país, y donde el porcentaje de niñas casadas antes de los 18 años es uno de los más altos del país, al oscilar entre el 41% y el 50%.
Alumnos de la escuela de primaria Gonye de Bubi, Zimbabue, en el recreo. / IRENE SAVIO
Matsika dice sin tapujos que los matrimonios infantiles se disparan con el clima extremo porque «o las niñas quedan desamparadas y salen a buscarse un marido para poder alimentarse, o directamente las familias las empujan a estos matrimonios con la esperanza de recibir dinero del esposo, a la vez de que así también disminuye la carga alimentaria de su hogar». La investigación de Matsika, según la cual el 34% de las mujeres de entre 20 y 24 años de Zimbabue han acabado casadas antes de los 18 años (mientras que los hombres apenas alcanzan el 2%), y que afecta especialmente a las zonas rurales, se basa también en estimaciones de Unicef. Una fuente, esta, que señala que el fenómeno ha crecido tres puntos en las dos últimas décadas.
El problema es la ganadería y la agricultura —que es el sustento del 70% de la población— y que, cuando hay clima extremo, languidecen y apenas sirven para alimentarse. «Tanto es así que se ha observado que hacia el final de las temporadas de cosecha los casos se disparan«, añade Clare Lofthouse, otra investigadora que participó en el estudio. Lofthouse subraya, en este sentido, algo que prácticamente todas las personas consultadas —tanto analistas, afectadas directas y jefes de comunidad— para este reportaje confirmaron: que la crisis climática afecta sobre todo a las mujeres. «Las historias varían según el caso, pero lo que también ocurre es que las menores son seducidas por mineros o personas que trabajan en otros países, y que tras dejarlas embarazadas o casarse con ellas, se van y las abandonan», cuenta, al reflexionar sobre este círculo de pobreza.
Círculo vicioso
Thembeline Moyo, que en sus días también se casó siendo menor de edad, reparte comida como voluntaria en la escuela Amazwamabili del distrito de Nkayi, también gracias a la iniciativa humanitaria de Mary’s Meals. «Es este un salvavidas«, asegura, al coincidir en que es un momento en el que, especialmente el mundo rural zimbabuense, observa cómo la crisis climática le hace cortes de manga. «Aquí se ha vivido durante generaciones de la tierra, pero las cosechas son cada vez peores por las sequías, lo que está dejando a muchas familias en un estado de fragilidad extrema», dice esta mujer de 46 años. «Eso es lo que expone particularmente a las niñas a la violencia de género, los embarazos y matrimonios precoces, ya que lo que queda de las familias, a veces tan solo sus abuelos, no logran mantener a todos sus miembros», afirma. «Es bastante peor que cuando yo era pequeña«, afirma.

Cartel llamando a la participación femenina en las elecciones en una carretera de Unguza. / IRENE SAVIO
Los matrimonios de menores de 18 años hoy son ilegales en Zimbabue. En 2022, el Gobierno local aprobó una nueva legislación que los ha tipificado como delito, lo que ha sido bien recibido por las organizaciones que luchan contra esta plaga. El tema está presente en el debate público en Zimbabue. El año pasado, por ejemplo, la ministra de Asuntos para la Mujer, Monica Mutsvangwa, incluso afirmó, durante una visita a una escuela, que «la crisis climática tiene un impacto negativo en las familias pero nadie debería casar a su hija para conseguir comida«, según relató la prensa local.
Otras organizaciones lo ven como un círculo vicioso que perpetúa la injusticia. Tan solo en junio pasado, Equality Now y Mujeres y Ley en África del Sur (WLSA, por sus siglas en inglés), han subrayado que «Zimbabue se encuentra entre los primeros 20 países de África con mayor prevalencia de matrimonios infantiles» y, aun reconociendo los avances legislativos del Gobierno, las dos organizaciones han instado a promover iniciativas también para las supervivientes de los matrimonios infantiles. Estas mujeres «enfrentan numerosas dificultades […] también el estigma, la baja aceptación por parte de sus propias familias, obstáculos para obtener los certificados de nacimiento para sus hijos, y para acceder a los servicios de salud materna, sexual y reproductiva, así como apoyo psicológico, que son inaccesibles o inasequibles», han considerado.
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