Son pocos los negocios que consiguen perdurar en el tiempo durante más de dos siglos. Uno de estos es la Botería Mairal en Sariñena que empezó con la fabricación de botas de vino en el s. XIX y, tras varias generaciones, ha mantenido su trabajo artesano.
Según cuenta Ismael Pérez, actual propietario junto con su mujer Alba Riero, “los orígenes de la botería se remontan a 1898”. Por aquel entonces, Nicolás Mairal volvió de la guerra de Cuba y se quedó en Huesca aprendiendo el oficio de botero. “Cuando aprendió se fue a Sariñena donde se asentó porque había mucho olivo y empezó el negocio de la botería”, explica Pérez.
Él y su mujer son la cuarta generación de la empresa que fue pasando de padres a hijos. “Yo soy de la provincia de Cuenca y acabé estudiando en Huesca, donde conocí a Alba. Entonces, su tío iba a cerrar la tienda porque no tuvo hijos y no tenía relevo, pero nos propuso que nos quedáramos con el negocio y como siempre nos ha gustado trabajar con las manos y nos parecía una cosa bonita, lo cogimos”, narra el propietario. Su mujer ya conocía el oficio porque durante el verano ayudaba a su tío, pero Pérez tuvo que aprender el arte de las botas de cero. “Tuve que echar muchas horas con el tío y cometer muchas equivocaciones”, confiesa el artesano.
El proceso de fabricación
Es un trabajo largo y laborioso porque hacen prácticamente todo el proceso de fabricación de la bota, excepto curtir la piel. Todo empieza cuando reciben la piel del curtidor. Lo primero que hacen es cortar el pelo hasta dejar una pequeña capa, le dan la pez (mezcla de resina de pino con aceite de oliva que impermeabiliza la bota e impide que salga el líquido) y luego la cortan y la echan al agua. Vuelven a cortar la piel, le dan forma y le dan tres cosidos. Se da la vuelta y se deja secar. “Una vez seca lo que hacemos es introducir la pez, la restregamos bien y luego le metemos agua caliente a 150 grados de temperatura”, continúa Pérez. Lo siguiente que toca es poner el brocal, es decir, la parte por donde se llena la bota y se bebe. “Tras embrocalar la bota queda atarla, poner el collarejo, ponerla en agua caliente para que la pez se ablande y tras secarla se encordona con el cordón bandolera para ponerla al hombro colgado”, finaliza el fabricante.
Ismael Pérez, propietario junto a su mujer Alba Riero de Botas Mairal, trabajando en el taller de Sariñena (Huesca) / Servicio Especial
Este proceso es común a todos los tipos de bota que Pérez fabrica, pero aun así ofrece dos tipos de acabado. “Las hacemos de forma tradicional, que es recta, y ahora más moderna, que tiene forma curva y que también se le pude llamar de riñón”, explica Pérez. Además, una vez terminada la bota se puede personalizar.
El propietario detalla que al año pueden vender en torno a 10.000 y 12.000 botas sobre todo a nivel nacional aunque tienen algún cliente que las exporta al extranjero. Pérez afirma que “la bota más vendida es la más tradicional de tamaño de litro y medio, de piel de cabra con interior de pez”.
Uno de los últimos acontecimientos que vivió la botería es que uno de sus productos llegó a manos de Rafa Nadal. “Fue a través de unas chicas de Zaragoza que buscan llevar al bota de vino y han creado packs muy chulos y colaboraron con Beso Beach en una fiesta para apoyar la lucha contra el ELA y unos de los invitados era él”, relata Pérez.
Para él, la bota tiene un gran valor. “Es compartir y formar parte de un momento de festejar. Se usa en las fiestas, al ir con una cuadrilla al campo. La bota no la utilizas solo, la bota se emplea para pasarla y echar un trago” afirma el propietario del negocio.