Lamine Yamal
Ya puede abrir una cuenta corriente y sacarse el carné de conducir. Aunque ha tenido antes dinero que cuenta corriente propia. Y carné para qué. El éxito es que te lleven siempre. Lamine Yamal tiene sonrisa de niño, mirada de mito goleador, un talento tasable en euros (ya es el mejor pagado del Barça) pero difícilmente mesurable y un futuro esperanzador. No lo envidiamos por su capacidad para jugar al fútbol, si no por tener lo que todos quisiéramos: la vida por delante y solucionada. El mayor capital de Lamine es su futuro. Y especulando con él, la frase se abre paso en barras de bar, oficinas, estadios, emisoras o tertulias familiares: «Si no se tuerce…».
España es un país previsor y siempre pone una admonición o advertencia o precaución cuando habla de según qué cosas. Lamine Yamal es la nueva España, el revulsivo del barcelonismo, el orgullo de clase, el pobre condenado a pobre y a periferia que rompe las cadenas y toma el ascensor social. Ocupó brevemente también el trono de yerno ideal. Parece que a partir de su fiesta, vestido de gánster, la cosa va virando hacia amigo ideal.
El astro futbolero ingresó en la mayoría de edad con un fiestón que muchos no se pegan en su vida. Toda España asistió virtualmente al evento, del que solo han salido noticias pequeñas. Interrogado por posibles excesos -ahí estaba el tío al día siguiente fresco para el reconocimiento médico- dijo serio pero seguro que fuera del campo puede hacer lo que estime conveniente. No hemos llegado a ese contrato tácito que el barcelonismo firmó con gentes como Romario, contrato de una sola cláusula: vete de cachondeo todas las noches si quieres pero mete muchos goles. No es el caso. Lamine es un diamante en bruto con demasiados voluntarios para pulirlo.
Nacido en Esplugues de Llobregat y criado en el barrio de Rocafonda, en Mataró, es hijo de marroquí y guineana, tiene un hermano pequeño y un primo que ejerce a la vez de mejor amigo, chófer y confidente. Debutó con el Barcelona sin cumplir aún los 16 y casi con 17 vistió por primera vez la elástica de la Selección española. Ha sido el jugador más joven en disputar un partido de La Liga con el Barcelona, superando el récord de Vicenç Martínez, quien debutó con 16 años y 280 días el 19 de octubre de 1941. Lamine ya luce el histórico dorsal 10, el que llevaron Maradona o Messi. También Ansu Fati. Brevemente. Lamine Yamal tiene tanto éxito que pensamos en el bueno de Fati como un fracasado, y eso que está ganando un pastón en el Mónaco.
Nuestro héroe ha penetrado en el territorio leyenda sin cumplir los veinte y está destinado a ser el mejor vendedor de camisetas de la historia del barcelonismo. Se apresta a dejar goles, regates y lances futboleros que permanezcan mucho tiempo en nuestra retina y memoria. Lamine de mi vida. No sabemos si se corta el pelo al estilo de todos los adolescentes de ahora o son los adolescentes de ahora los que se peinan a lo Lamine. Es curioso que de entre lo mucho que pueda revolucionar nuestro protagonista, esté también y de qué manera, el gremio de los peluqueros.
Es mejor no hacerse muchas preguntas sobre él. La única es cómo demonios puede jugar también al fútbol. A Lamine Yamal hay que disfrutarlo más que explicarlo. Puede ser un ejemplo pero sobre todo es un ídolo. Tal vez un mito antes de tiempo. Su imagen puede ser incluso explotada políticamente, contra los ultras racistas y de vocación deportadora. Una prueba de su éxito es que ya ha estado tanto en lo de Pablo Motos como en lo de David Broncano. Solo hay que desearle lo mejor convencidos paradójicamente de que nuestros deseos no son órdenes ni le importan mucho a nadie. Lamine Yamal era hasta ayer nuestro niño. Un prodigio. Simpaticón, además. Hoy es un adulto que puede acceder a ese trono moral que un poco ostentaba Nadal o ‘quedarse’ en un Maradona. La cosa es que mientras nosotros especulamos él mete golazos y dribla a las mil maravillas. A los rivales e incluso a los halagos, que a veces tanto debilitan.