Ningún castigo suena ajustado para un fanático de Coldplay, aunque dejarle sin trabajo pueda parecer excesivo a primera vista. Andy Byron es el máximo ejecutivo de una empresa de Inteligencia Artificial, pese a lo cual asiste a un concierto de la banda británica, se abraza delante de 65 mil personas a su amor secreto, ignora que ha entregado sus derechos de imagen al pagar más de cien dólares por acceder al estadio, y desafía la legislación woke que prohíbe mantener relaciones dentro de la empresa nada menos que con la jefa de personal de su compañía. De remate, se esconde como una comadreja cuando su imagen es ofrecida a todo el recinto por el ojo gigante del Jumbotron. Qué podría salir mal.
El romance de Byron con la encargada de prohibir romances en su empresa es la noticia más importante del verano, porque disuelve las mentiras flagrantes de las sociedades ricas. Abrazarte a la persona que tienes al lado no es el peor efecto secundario de un concierto de Coldplay, que puede cursar con reacciones metabólicas más desagradables, pero nadie ignora que el ejecutivo imperial jamás hubiera cometido lo que considera un error de saber que iba a divulgarse. Al devolverlo a la realidad, se avergüenza de su sentimiento y vuelve a fingirse inmutable. La única persona cabal del concierto es la joven que grabó el vídeo acusatorio, para moralizar el abrazo millonario en que «les servirá a ambos para clarificar sus relaciones respectivas». Lo que ocurre en Coldplay no se queda en Coldplay.
La mejor coartada de los enamorados, que han perdido su trabajo abrazados a una canción de Coldplay, sería esgrimir que los efluvios soporíferos de la panda de Chris Martin les impulsaron a un contacto físico que nunca habían ensayado antes. En otros tiempos, hablaríamos del chasco entre carcajadas, pero alguien barajará hoy incluso si hubo delito. Puedes enamorarte de quien quieras, siempre que te enamores de quien te ordenen. Y pese al estallido, también ese amor divulgado al planeta entero tendrá fin. Los involucrados caerán en otros brazos, atrapados en su pasión compartida por la música de ascensor.
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