En Moncloa consideran que varios de los aliados que se comprometieron en la cumbre de la OTAN a subir el gasto en defensa hasta el 5% del PIB “no lo harán”. “Eso es postureo, no nosotros”, contraponen fuentes del Ejecutivo para negar que buscasen premeditadamente la escenificación de un choque con EEUU para sacar cabeza tras el ‘caso Cerdán’. En lugar de optar por una patada hacia adelante hasta que dentro de cuatro años se revise el cumplimiento de los objetivos militares comprometidos, Sánchez mantuvo el pulso antes y después de la cumbre. Lo hizo pese a las advertencias a España con las que Donald Trump aterrizó en La Haya y que posteriormente convirtió en amenaza de guerra comercial.
Frente a ello, el jefe del Ejecutivo reivindicó la soberanía nacional y la defensa del interés general del país para enrocarse en el 2,1% de gasto, con la línea roja de mantener el Estado de bienestar. Una posición que ha servido para cohesionar a los socios en un momento crítico para su confianza en el Gobierno por la presunta corrupción en las filas socialistas y permitido a Sánchez recuperar en parte la iniciativa perdida y el control de la agenda, abriendo además un paréntesis en la profunda crisis del partido. El antagonismo con Trump, bestia negra de la izquierda, se ha celebrado por toda la izquierda política, incluido Podemos, aunque los morados mantienen que la firma de la declaración es una “traición” y que la posición de Sánchez es un trampantojo porque asume sobre el papel el 5%.
A la cumbre de OTAN Sánchez llegó con órdagos de ruptura por parte de sus socios si se multiplicaba el gasto en defensa, incluido IU dentro de la coalición, y salió con algo más de estabilidad en su frágil mayoría. Al menos, a la espera de cómo evolucionan las investigaciones por la ‘trama Koldo’ y de los efectos para la gobernabilidad si se revelan nuevos implicados. Buscado o no, su oposición a la subida del gasto militar y el choque con EEUU ha servido de pegamento tanto en el arco izquierdo del Congreso como internamente.
“Siempre es bueno cabrear a un fascista neoliberal como Trump”, aplaudía el portavoz de ERC, Gabriel Rufián. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, por su parte, volvía a empotrarse con la hoja de ruta del presidente del Gobierno destacando que «España no es vasalla del señor Trump, lo que hemos hecho y vamos a seguir haciendo es defender la soberanía de nuestro país”.
El cambio de rasante lo protagonizó principalmente IU, con una identidad fundacional antiotanista, al pasar de atornillar a Sánchez por la subida del gasto en defensa a hacer “un llamamiento a la movilización social y política para defender la soberanía de España y el derecho de los pueblos a decidir su propio destino” por las “amenazas vertidas por el presidente de EEUU, Donald Trump, contra el Estado español durante la cumbre de la OTAN en La Haya”. Los morados, por su parte, condenaron las amenazas de Trump de hacer “pagar el doble” a España a través de aranceles, algo que hizo también el PP, pero pidiendo una respuesta contundente en forma de salida de la Alianza Atlántica y revocando la autorización para el uso de las bases de Rota y Morón.
Sánchez también ha pasado de su aislamiento en La Moncloa, sin actos públicos, a recuperar su exposición mediática, con el foco centrado en la agenda internacional. El mismo marco que se rodeará desde este domingo en Sevilla, coincidiendo con la cumbre de la ONU para la ayuda al desarrollo. El mensaje que se manda es de determinación y un giro en la agenda social, al anteponer la soberanía para preservar el Estado de bienestar, que tratará de transmitir en su comparecencia el próximo 9 de julio en el Congreso por la presunta corrupción en la cúpula del PSOE.
Ni choque ni seguidismo, soberanía
Tras el envite del presidente norteamericano a España, algo que no descartaban los colaboradores del presidente del Gobierno porque “es Trump, esto podía pasar”, en el Ejecutivo hacen equilibrios para intentar rebajar el choque sin modular su mensaje de fondo. Tras la reunión del Consejo Europeo el pasado jueves en Bruselas, Sánchez defendía que su intención era “tender puentes, no romperlos”, pero al mismo tiempo avisaba que su voluntad se centrará en defender “el interés general de nuestro país”. Como guiño a la retórica de sus socios del arco progresista y profundizando su antagonismo con la oposición, añadía que su compromiso atlantista o europeísta “no implica el seguidismo ciego que otros en nuestro país proponen, es defender lo justo”. Esto, “enviar tropas” a la defensa del flanco este por la amenaza rusa, “pero también no recortar en pensiones”.
El mismo equilibrio que tratan de hacer ministros socialistas. “No vamos a pelearnos con Trump”, aseguraba este jueves uno de los miembros del núcleo del jefe del Ejecutivo para acto seguido remarcar que “somos soberanos” y que no variarán una decisión que “tiene que ver con una posición política”.
Si en el Ejecutivo intentan alejar una intencionalidad estratégica detrás del choque con EEUU, entre los dirigentes socialistas abundan las voces que reconocen su utilidad ante la difícil coyuntura que atraviesan. A las puertas de la cumbre de la OTAN, el secretario de Estado, Marco Rubia, vinculaba la posición de Sánchez a que “tiene grandes desafíos internos”. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, hacía una lectura similar: “Si el señor Sánchez tiene interés electoral de enfrentarse a Trump y que paguen los sectores productivos, tenemos que denunciarlo». Entre la huida hacia adelante o el golpe de efecto, Sánchez gana tiempo en la política doméstica, a falta de dilucidarse las imprevisibles consecuencias en política externa.
Suscríbete para seguir leyendo