Pedro Sánchez ha sometido al PSOE a un estrés tan feroz que ya no tiene manual de resistencia a mano, ni camuflaje posible: ahora depende estrictamente de un balón de oxígeno bajo control de Puigdemont, Otegi y unos pocos más. El sabio Montesquieu decía que la corrupción de todo gobierno casi siempre comienza con la de sus principios.
Al presentarse a la elección como secretario general del PSOE en 2014 y 2017, Pedro Sánchez ganó con ventaja. Como ahora se sabe, Santos Cerdán y Koldo García recurrieron entonces a artimañas electorales propias de una maquinaria caciquil. Fueron tan solo dos votos o ¿es que fueron más? ¿Qué pasó con la urna escondida tras un plafón? Quizás se vaya sabiendo y aunque ambos procesos electorales internos sean ya agua pasada, es inevitable que quede bajo cero el grado de confianza en sí mismo que necesita un partido en el gobierno. Lo que se sabe es que Sánchez ha quitado toda importancia a esos pocos votos manipulados y que Eduardo Madina supo del apaño en su día y no quiso impugnar la votación para no dañar al PSOE. Se diría que era él quien preservaba la confianza necesaria y Sánchez la despreciaba. Era, finalmente, una cuestión de principios.
Al ilusionista Pedro Sánchez se le han extraviado la chistera y los conejos. Ya no puede sacar más palomas del cogote de La Moncloa. A partir de ahora, va a pisar las moquetas de Bruselas con el paso torcido de un ego malherido, más pendiente de unas y otras causas judiciales que de las cuestiones de Estado, si es que alguna vez les ha prestado la debida atención.
Las refriegas internas del PSOE han saltado al escenario principal, ya no son un murmullo entre bambalinas. Como pasó faltamente en los años treinta de modo casi salvaje, importarán más esas tensiones internas en el socialismo que los debates en el Congreso de los Diputados: lo que digan Junts o el PNV contará más que el discurso socialista. La estrategia que dibujó el PSOE incorporándose al sistema-centro de la transición democrática ha quedado pulverizada por Sánchez, sus socios de gobierno y sus apoyos parlamentarios, en realidad más consecuentes con sus objetivos políticos que el líder socialista.
Al PSOE no le será fácil sustraerse a la aparición de «influencers» y predicadores digitales, que intentarán echar sus redes en el vacío político que han generado sucesivos escándalos que al final, por mucho que se los considerase bulos, han salido de debajo la alfombra. Tendremos que estar más atentos a la peripecia judicial de Koldo García que a la eventualidad de un choque nuclear entre Irán e Israel o al sistema de poder en la Unión Europea, con una lamentable pérdida de peso de España.
Cuando Pedro Sánchez pidió perdón a los españoles el pasado jueves, no estaba trazando un cortafuegos sino dando paso a una guerra de trincheras en el PSOE. Ha sido una forma bastante soez de conmemorar los cuarenta años de la adhesión de España a la Comunidad Europea.
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