Pero sus fundadores, Reed Hastings y Marc Randolph, querían ir más allá. Consiguieron monitorizar el comportamiento de sus abonados y usar esa información para crear un ‘Netflix’ diferente para cada consumidor. Su éxito se basó en esa personalización y también en que por entonces permitían compartir una sola cuenta entre varias personas. Algo que hoy en día no es posible si no se paga un coste extra, pero que en aquel momento sirvió a la compañía para alimentar su ‘algoritmo’ y conocer mejor el gusto de los usuarios.
Con esta recopilación de datos masivos, son capaces de saber en tiempo real lo que ven, lo que buscan, cuándo y durante cuánto tiempo, todos sus suscriptores. Esto les ha permitido mejorar de manera constante su sistema de recomendaciones y les ha dado las claves para probar suerte con la producción audiovisual propia, haciendo contenidos a medida.
Primero empezaron con series y documentales, y después se atrevieron con el cine, provocando un terremoto que movió los cimientos del sector. “¿Qué va a pasar con el cine tradicional si los estrenos se pueden ver en Netflix?”, era la pregunta más repetida entre los distribuidores y exhibidores tradicionales, que se pusieron en pie de guerra. De hecho, sus quejas hicieron que el Festival de Cannes no exhibiera ninguna película producida por la plataforma durante dos años consecutivos, en 2018 y 2019.
Desde entonces ha llovido mucho y la lista de películas con el sello de Netflix ha crecido a una velocidad de vértigo. ‘El irlandés, ‘Historia de un matrimonio’, ‘El juicio de los 7 de Chicago’, ‘Los dos papas’, ‘La mujer más odiada de Estados Unidos’, ‘The Dirt’… la colección de títulos es interminable.