Quizá fue la despedida a Montjuïc y los futbolistas del Barça, que dúda cabe, trataron de blandir el pañuelo con una alegría en el cuerpo. No lo consiguieron. No actuaron con displicencia pese a la falta de sustancia en juego. Simplemente, faltó la magia que el deportista extrae de la competición en ebullición. Aun así, valió la pena viajar hasta la montaña. Por todo lo que ofreció Lamine Yamal, quien reiteró que con un balón en los pies no necesita descanso, y por la fiesta post-partido para celebrar todo lo disfrutado este curso. El Villarreal, luchando por una plaza en la próxima Champions, impidió el festejo completo (2-3).
Hansi Flick, considerado hoy día poco menos que un mesías provisto de una linterna futbolística que guía y alumbra un porvenir celestial, no es hombre de veleidades y planteó el partido para competir, para que el juego no desentonara con el pasillo, los cánticos felices y la fiesta de después. Salvo De Jong, todos los titulares adentro. El ‘once’ con pleno de La Masia, quizá en San Mamés el próximo fin de semana.
Lamine Yamal festeja el gol como lo suele hacer Fermín, que anotó el 2-1 del Barça al Villarreal en Montjuïc. / Jordi Cotrina
Y para que todo se pareciera mucho a lo vivido en Montjuïc este año, el Barça encajó el gol madrugador en contra de cada partido. Ayoze, en un contragolpe que desbarató la línea adelantada, superó a Ter Stegen a los tres minutos. Uno de los aspectos a afinar de cara a la temporada que viene. Lo sabe todo el mundo. Abonarse a la épica de la remontada tiene su encanto, cierto, pero igual no hace falta salir siempre con las lagañas puestas.
Fermín y Lamine Yamal
La remontada de cada día pareció fraguarse antes de concluir la primera parte. Fermín sigue resarciéndose del gol que injustamente se le anuló contra el Madrid. Saltó con una marcha más que los demás, como si quisiera ganarse la titularidad del año que viene. Antes puso los cimientos Lamine Yamal con una acción que ya es marca de la casa, material para cómics, base para anuncios y guía para tutoriales: surfear sobre la línea del área grande y al detectar el hueco, armar la rosca con la izquierda hacia la escuadra. Tremendo. Empieza a ser como aquello que pasaba con Leo Messi: los defensas sabían que se iría por la izquierda, pero saber cómo pararle era otra cosa.

Los jugadores del Villarreal realizan el pasillo al Barça antes de empezar el encuentro en Montjuïc. / Jordi Cotrina
Lamine Yamal se puso en medio de la pista en la fiesta desde el principio. Ejecutó una sotana bellísima en un córner. Luego culebreó en el área, pasando entre dos defensas por donde casi no corría el aire, y estrelló el disparo en el larguero. Bellísimo también. Y marcó el golazo del 2-1. Su compromiso con el espectáculo es ahora mismo innegociable. Por eso, por sus jugadas, entre otras cosas, ha valido la pena subirse a Montjuïc todo este tiempo.
La segunda parte no discurrió como tantas veces en el estadio al que se supone ya no se va a volver. Discurrió en realidad en sentido contrario. Enseguida firmó el Villarreal el empate, a cargo de Comesaña. Y el volteo definitivo procedió de otra escena de fragilidad defensiva. Remató Buchanan a diez minutos de la conclusión. El remontador, remontado. Irrelevante.

Lamine Yamal exhibe el 304, el código postal del barrio de Rocafonda en Mataró tras firmar el 1-1 del Barça al Villarreal en Montjuïc. / Jordi Cotrina
Lo importante, la Copa que se levantó tras el cartel de campeones que visualizaba una temporada espectacular. Presumiblemente, el Camp Nou aguarda en septiembre la continuidad de la obra mágica creada este curso por Flick. O eso repite estos días Joan Laporta. Veremos.