Educadora social, especialista en violencia de género y autora de ‘Eso no es sexo’ (Crossbooks), Marina Marroquí recorre institutos para impartir talleres de prevención y detección de violencia machista. La activista alerta contra el sadismo del porno ‘online’ que llega a los menores sin necesidad de buscarlo y lanza un serio aviso a las familias: “Cada serie, cada videojuego y cada canción que oye tu hijo le hace entrar en la pornografía”. Marroquí atiende a EL PERIÓDICO en su despacho para hablar de cómo prevenir el ‘sexbullying’, término que acuñó para referirse al acoso escolar de cariz sexual, y otras formas de violencias.
–Afirma que otra educación sexual es urgente. ¿Cómo de urgente? Era urgente hace dos años. Ahora es inminente porque todo va muy rápido y estamos al borde de no poder salvar a toda una generación. Necesitan una educación sexual real y universal, no podemos depender de la suerte de que toque un profesor o una familia concienciada. Seguimos sin tener en los centros educativos una asignatura de igualdad y educación sexual. Es más, diría que ahora tienen menos educación sexual que la que tuvo mi generación. A nosotros, al menos, nos hablaron de enfermedades de transmisión sexual y nos enseñaron a poner un preservativo a un plátano. Para una sexualidad sana, la educación sexual tiene que ser real y basarse en el placer y la diversión, no en el miedo. El porno les llega a través de la diversión y la socialización.
«¿Cómo puede ser que los chavales encuentren placentero ver una violación múltiple?»
–¿Por qué sucede eso? La adolescencia no tiene la culpa, ellos y ellas están pagando el precio de una sociedad que sigue inmersa en absurdos debates morales a pesar de que el mundo avanza. Cada serie, cada videojuego, cada película y cada canción les hace entrar en la pornografía. La gran batalla está ahí, en la pornificación de la cultura. Cuando imparto talleres, siempre les digo lo mismo: vais a flipar cuando alguien os diga qué es el sexo de verdad porque el porno os ha hecho creer que el sexo es humillante y denigrante. Los adultos lo estamos haciendo mal. ¿Cómo puede ser que ellos encuentren placentero ver una violación múltiple?
–“Si metes a una chica en una sala vip te la tiras”, “en la calle una dama, pero pone cara de puta cuando me la mama” y “cuanto más me dices no, más intento enamorarte”. ¿Cómo les pedimos que sean conscientes de estas letras de canciones? Es imposible frenarlo si no despertamos una mentalidad crítica, algo que tienen que hacer las familias y el sistema educativo. Pero no lo hacemos. Queremos niños obedientes y adultos críticos, y es imposible. No han aprendido a contrastar información. Esto, con el porno, es una bomba de relojería que ya ha estallado. Tengo chavales majísimos que, al finalizar un taller, me dicen: ‘Yo pensaba que amaba intensamente y me he dado cuenta de que soy un celoso de mierda’. Y otros, igual de buenos y majos, que me confiesan que se van muy enfadados a casa porque su chica no les practica sexo oral.
«Llegamos tan tarde a la educación sexual que estamos al borde de no poder salvar a una generación»
–El porno les dice a las mujeres que venderse y sexualizarse es lo mismo que empoderarse. La sexualización y el porno es muy diferente si eres chico o chica. A los chicos les llega con una violencia muy extrema. Hay chavales que me dicen que agarran por el cuello y abofetean a sus parejas. Ellas, mientras, tienen que dejarse. El objetivo del porno son ahora las chicas.
–¿Con qué objetivo? Para recibir cada día 25 fotos de penes, normalizar la violencia y decirles que te empoderas si te acuestas con muchos y te escupen en los ojos. Tienen que hacer lo que ellos les pidan.
«Desde los 8 años hasta los 18, el porno que les llega es sádico y brutal»
–No cree en el porno feminista. El porno feminista y el porno de ficción. A ver, el porno no es ficción. La chica sufre, se desgarra o vomita en realidad. Hemos tolerado una violencia tan extrema hacia las mujeres que simplemente si retiramos la violencia física lo llamamos porno feminista. El porno feminista no existe porque es la cosificación de las mujeres para la excitación de los hombres. Puedes hablar de un porno menos violento, pero no feminista. No tengo nada en contra de que una directora haga un porno menos violento, pero con ese discurso solo conseguimos una cosa, que la sociedad diga “vale, no tengo que dar educación sexual y no legislo, que vean este vídeo y ya está”.
–También la generación EGB vio porno. ‘El butanero toca la puerta y no tengo para pagar’. Este porno ya no existe. Si los adolescentes vieran hoy ‘el butanero’ no tendrían ni una erección. Las nuevas generaciones no buscan el porno, el porno les encuentra y es imposible escapar. Desde los 8 años hasta los 18, el porno que les llega es sádico y brutal. Pero no pienses que tu hijo es un psicópata y un asesino.
«Siempre digo a los chavales que fliparán cuando descubran qué es el sexo de verdad porque el porno les ha hecho creer que el sexo es humillante»
–Los chavales, en realidad, no son conscientes de que están haciendo nada malo, ¿verdad? El problema es que ahora el porno llega no como excitador sino como socializador. Hay familias que me dicen ¿tengo un monstruo por hijo? Les digo que no. Pero lo que quiere la pornografía es generar hombres muy violentos. La violencia sexual es lo primero que se ve, pero la violencia se va a extrapolar a todos los ámbitos. Hay padres y madres que piensan que sus hijos están seguros porque juegan a la Play en su habitación en lugar de un parque. El primer contacto con el porno es la PlayStation. Pensáis que es el móvil, pero os olvidáis de la Play.
–¿La Play? Que esos padres escuchen a sus cariñosos hijos cuando les matan en el Fornite. Que vean cómo revientan el mando contra el suelo. Esa es la violencia que el porno quiere inocular. Pregúntale a tu hijo cómo es la zapatería del GTA y cómo termina la canción ‘Qué bonitos ojos tienes’. Las familias no saben que la zapatería del GTA es un prostíbulo donde te sale una lista de precios, violas a las mujeres y te llevas la recaudación. La media para jugar a ese juego son los 8 y los 10 años.
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