Hemos visto casos que quedan lesionados para siempre

Al menos cuatro años. Este es el tiempo que han permanecido encerrados los tres menores en la ya conocida como ‘casa de los horrores’ de Oviedo. Cuando sus padres tomaron la decisión de aislarse del mundo exterior por la Covid-19, el mayor tenía seis años y los dos gemelos, cuatro. Por ello al salir de la vivienda, los menores presentaron problemas de coordinación. Los investigadores también aseguran que «estaban ajenos a todo contacto con la realidad».

«La ausencia de socialización es un hándicap terrible para estos niños», señala a EL ESPAÑOL la pediatra Belén Aguirrezabalaga. Aunque tenían edades a las que comienzan a relacionarse con sus iguales, cree que los problemas de estos menores van más allá de que no hayan podido socializar. Es probable que, habiendo estado encerrados durante tanto tiempo, presenten un déficit de vitamina D, «fundamental para el crecimiento y el desarrollo de los huesos».

Su desarrollo psicomotor también puede haberse visto afectado, puesto que a estas edades se recomienda realizar al menos una hora de ejercicio al día. Y a ser posible, como apunta Aguirrezabalaga, «al aire libre»: «Si se han movido en un entorno cerrado, no han tenido la oportunidad de desarrollar todo el sistema musculoesquelético, así como la coordinación, al 100%».

Los progenitores no sólo les marcaban los horarios para ir al baño, sino que también les obligaban a usar pañales porque «no sabían controlar esfínteres», aunque en sus informes médicos, que databan de 2019, no indicaban patologías. «Hacer que un niño de ocho o diez años lleve pañal es un retroceso en su desarrollo«, advierte Aguirrezabalaga, además de que lo considera «una absoluta crueldad».

Los agentes encontraron, en un armario de la casa, una gran cantidad de medicinas. A los niños les administraban medicación con THC como «tratamiento para el TDAH», aunque nunca les habían llevado al médico. Eran los propios padres los que «diagnosticaban y medicaban». Por esta falta de acceso a atención médica, es probable que los niños «estén sin vacunar«, con los riesgos que ello conlleva: un sistema inmune debilitado y más susceptibles a sufrir enfermedades una vez que retomen el contacto con el mundo exterior.

Sobrevivir a nivel mental

El hecho de que no estuvieran escolarizados en España también puede tener efectos a nivel cognitivo, como apunta Pedro Javier Rodríguez, pediatra, psicólogo y psiquiatra infanto-juvenil en el Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria de Tenerife y miembro de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría: «Si no se estimula la cognición mediante estrategias de aprendizaje, esta capacidad quedará deteriorada, pudiendo producir una discapacidad intelectual«.

El estado del desarrollo neurosensorial de los niños dependerá, sobre todo, de cómo hayan vivido durante sus tres primeros años de vida, ya que son fundamentales en este sentido, como indica Aguirrezabalaga. La pediatra confía en que, aunque tarden un tiempo, los tres pequeños se recuperen de las secuelas físicas por la plasticidad que se suele tener durante la infancia.

Entiende que lo más difícil de sanar serán las consecuencias psicológicas que puedan marcarles de por vida. «Hemos visto casos de malos tratos a niños que quedan lesionados para siempre». Quien habla en esta ocasión es el psicólogo forense Javier Urra, quien lleva más de 35 años atendiendo a menores que han pasado por situaciones complejas. Por ello también hay ocasiones en las que ha tratado con personas que terminan «sobreviviendo sin ninguna marca».

Las secuelas en este caso son «muy imprevisibles», y pueden llegar a causar «un estrés postraumático severo«. Aunque dependerá del temperamento, el carácter y la personalidad de los menores. Lo que sí tiene claro Urra es que no se puede dar por hecho que el trauma vaya a ser para siempre, pese a que «muy posiblemente los niños hayan normalizado» las conductas a las que les tenían sometidos sus padres.

Para evitar que los daños psicológicos se agraven, los niños van a requerir terapia. En ella no se debería «atacar a los padres» porque es probable que los niños tengan un sentimiento de adherencia a ellos. Sí que será necesario preguntarles, de manera indirecta, cuál era el comportamiento que tenían para tratar de conocer las causas de este secuestro, que pueden ir desde «trastornos mentales severos» hasta «problemas de adicción a las drogas» o «pensamientos fanáticos».

En este último caso, sería una combinación de patología mental y social: «Los padres piensan que la mejor manera para que sus hijos estén seguros es en casa, sin colegio y sin pediatra. Actúan como ‘defensa’ ante un mundo que consideran hostil, negativo y peligroso», argumenta Urra, que prefiere mostrarse prudente ante las posibles secuelas que va a dejar en los niños. Rodríguez, por su parte, sospecha que la recuperación será parcial, pero «es difícil que vaya a ser completa». 

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