¿Con qué ánimo vuelve de Sudán?
Vengo con la sensación de que las necesidades son enormes. Tras dos años de guerra, trece millones de personas han tenido que dejar sus hogares, nueve millones de ellas como desplazadas internas, y la violencia directa contra la población continúa. Estamos hablando de cifras muy altas. Ahora mismo es la mayor emergencia humanitaria que existe en el mundo, pero no tiene mucha cabida mediática, y la comunidad internacional tampoco es que esté hablando mucho de este conflicto.
¿Sigue habiendo presencia humanitaria internacional?
Sí, pero está empezando a cundir el nerviosismo, sobre todo por la reducción de fondos del Gobierno de Estados Unidos, que a Médicos Sin Fronteras (MSF) no le afecta, pero a otras muchas organizaciones sí. Se está dejando de cubrir gran parte de las necesidades humanitarias que antes estaban cubiertas, y esto va a hacer que la situación se deteriore mucho más.
¿Qué necesidades?
Además de los nueve millones de desplazados internos, tenemos cuatro millones de refugiados alrededor de Sudán, en Chad, República Centroafricana o Sudán del Sur, países que no son nada estables. Tras sufrir la violencia directa, acusan la falta de refugio y las cifras de malnutrición son elevadas. Incluso hay zonas donde se está declarando la emergencia nutricional, una hambruna que hacía tiempo que no veíamos en un conflicto. El 70% de las infraestructuras sanitarias han sido destruidas, y el acceso a la salud no está cubierto, ni siquiera para las mujeres embarazadas o los niños desnutridos, con malaria o diarreas. Y ahora hay epidemias de cólera y sarampión.
¿Hay dificultades para el reparto de la ayuda humanitaria?
La ayuda humanitaria está llegando, pero no tan rápido como es necesario, porque tenemos muchas trabas burocráticas con los permisos de los envíos de los camiones por ambas partes en conflicto, el Gobierno sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR). Ese retraso hace que la situación empeore. Además, el interior del país tiene una geografía montañosa de muy difícil acceso.
Y pronto empezará la temporada de lluvias.
Sí, desde finales de mayo hasta septiembre. Supone un cambio enorme, pues los ríos crecen y muchas zonas se quedan aisladas. A eso hay que sumar que muchos puentes han sido destruidos en el conflicto. No solo será difícil que llegue la ayuda humanitaria, sino todos los insumos comerciales: productos de higiene, ropa, comida… También es la época en la que aumenta la malnutrición, pues se agotan las cosechas del año anterior, así que esperamos cuatro o cinco meses muy complicados para la población, y con epidemias de malaria, cólera…
¿Cómo se prepara MSF para el periodo de lluvias?
Entre abril y mayo, aprovechamos para aprovisionar todos nuestros proyectos para los próximos seis meses. Pero no todas las oenegés tienen nuestra infraestructura, y además están afectadas por los recortes de Estados Unidos.
¿Se ha convertido la población civil en objetivo de los ataques?
No se están respetando ni los campos de refugiados ni las estructuras médicas. Nosotros mismos, en estos dos años, contabilizamos ya 82 ataques a estructuras médicas apoyadas por MSF, vehículos e incluso personal sanitario.
¿Es la violencia sexual otra arma de guerra?
Sí, así lo hemos podido constatar en nuestro trabajo diario, y eso que los casos que nos llegan a MSF son solo la punta del iceberg. El estigma que sufren las víctimas en sus comunidades es el mayor obstáculo para que muchas mujeres y niñas pidan ayuda. Lo que sí sabemos es que el 70% los casos que hemos tratado han sido perpetrados por fuerzas armadas.
MSF coopera en Sudán desde 1979. ¿Cómo ha afectado la guerra a su actuación?
Una de nuestras fortalezas es que nos adaptamos muy rápido a los cambios de contexto en los países en donde operamos. Veníamos trabajando en estructuras hospitalarias, reforzando el sistema de salud gubernamental, pero, desde 2023, ha habido un cambio completo. Nos hemos enfocado sobre todo en los programas de emergencia, en toda la parte de cirugía traumatológica, pediatría, nutrición, maternidad, vacunación… Y dando respuesta a los brotes de cólera y sarampión que mencionaba antes. La violencia y el conflicto nos han llevado a ser mucho más reactivos y rápidos, y a tener que cambiar de zonas en función de los desplazamientos de la población y de la seguridad, porque debemos de asegurar que la situación es óptima para poder mantener las actividades.
¿Hasta que límite están dispuestos a aguantar?
Hay líneas rojas. Hay zonas, como el campo de refugiados de Zamzam, en Darfur Norte, con 500.000 personas que necesitan ayuda, que hemos tenido que dejar por los continuos ataques. Si no se respeta el espacio humanitario, hemos de parar y repensar nuestras intervenciones, y muchas veces nos toca tomar decisiones muy complicadas.