La meditación del Viernes Santo

Un
saludo muy especial y fraterno en este Viernes Santo.
Hoy la Iglesia
nos invita a contemplar la Cruz.
Es la Cruz que nos hace,
precisamente, más hermanos unos de otros, más cercanos y solidarios
de toda la humanidad. En medio de esta realidad de desvinculación
social en la que vivimos, necesitamos a alguien que nos congregue,
nos reúna, Cristo en la Cruz.

Así
nos lo expresa perfectamente la oración universal con la que
oraremos en la liturgia de este día. Porque Jesús acoge en su Cruz
el dolor de toda la humanidad caída y sufriente.
Porque la respuesta
ante este misterio del dolor y de la Cruz presente en nuestro mundo
es, precisamente, el Crucificado.

Jesús
se une misteriosamente a través de su Cruz con los sufrimientos e
injusticias de nuestro mundo inicuo. Dolores y cruces que no podemos
ocultar, sino que tenemos que seguir señalando y levantando
para que
nos hagan más humanos y nos descubramos en el camino de la entrega y
de la solidaridad.

En
la Cruz de Cristo encontramos la denuncia de la injusticia, la
solidaridad con los que sufren, la esperanza de un mundo nuevo. Su
costado abierto nos recuerda que el amor de Dios no se queda en el
templo sino que sale a las calles, a los hospitales, a las cárceles,
a los campos de refugiados.

Cristo
crucificado asume el dolor de los crucificados de nuestro tiempo,
todos ellos con un rostro concreto, de los enfermos y moribundos, de
los migrantes que sufren en las fronteras, de las víctimas de todas
las guerras, de los empobrecidos de nuestro mundo, de los hambrientos
que mueren por la injusticia, de las víctimas de la trata, de las
personas sin hogar, de los que no tienen trabajo o lo realizan en
condiciones indignas, de las personas que están en situación de
soledad no deseada. En fin, en la Cruz de Jesús Él asume
misteriosamente tu dolor, el dolor de la humanidad.

Lo
acoge, lo acompaña, lo redime, lo ofrece. Esta Cruz de Jesús que,
por cierto, nunca podemos separarla de su vida. Su muerte es la
consecuencia de su existencia, no es un hecho aislado, sino resultado
de su ofrenda al Padre y a su pueblo.

De
esta manera sella con su muerte el núcleo de su existencia. San
Francisco de Sales se preguntaba en uno de sus sermones si no podría
habernos redimido de otra manera, el que todo lo puede por su poder,
y llega a la siguiente conclusión. Claro que podría haberlo hecho,
pero no quiso renunciar a su muerte en Cruz porque lo que era
suficiente para nuestra salvación no era suficiente para satisfacer
su amor. En definitiva, es lo que decimos a la persona a la que
verdaderamente amamos, te quiero tanto que moriría por ti. Por eso
hoy podemos celebrar la muerte de Jesús. ¿Por eso tendría sentido
celebrar una muerte si no fuera salvadora y signo de algo más
grande? De ahí que una consecuencia que nos invita a descubrir este
santo es que, si ha muerto por nuestro amor, deberíamos morir
también por él, y si no podemos morir de amor, al menos que no
vivamos sino sólo para él.

Así
se entiende mejor la muerte de los mártires, y por eso en este día
tenemos un recuerdo muy especial por los cristianos perseguidos,
hombres y mujeres, hermanos nuestros, que sufren persecución por su
fe y que no renuncian a ella porque no pueden traicionar el amor
grande experimentado en sus vidas.
Toda una lección. El texto del
Evangelio de Juan, que leeremos en La Pasión, indica una profecía
que ha sido ampliamente analizada por los padres de la Iglesia y que
también comenta el Papa Benedicto XVI. Me refiero al texto en el que
se dice «Mirarán al que atravesaron». ¿Qué se quiere indicar?
¿Por qué hoy seguir mirando al Crucificado? ¿Por qué hoy sacar a
nuestras calles y plazas las cruces que representan el patíbulo de
un hombre, el horror de una muerte, el fracaso de una vida, el dolor
más inhumano? ¿Por qué la Cruz sigue siendo la señal de los
cristianos? Varios aspectos nos pueden ayudar a dar respuesta a estos
interrogantes.

El
texto del Evangelio indica que un soldado abrió el costado de Jesús
con la lanza. No sé si sabéis que, para ello, emplea la misma
palabra que se utiliza en el Antiguo Testamento cuando se narra la
creación de Eva del costado de Adán dormido. Si miramos al que
atravesaron, es porque en el costado de Cristo hay un nuevo
nacimiento, una nueva creación. La entrega de Jesús, su oblación
hasta el final, trae una nueva fecundidad que se encarna en Cristo,
el nuevo Adán
. Él es el hombre verdadero. Él es el ser para los
demás. Él es la medida de todo ser humano hacia el que confluye
toda persona para llegar a su propia autenticidad y plenitud. Él es
el hombre abierto al Padre y hacia los hombres.

Por
eso, al mirar al que atravesaron, nos está indicando el misterio de
la humanidad y el camino que ha de recorrer todo cristiano. Serlo de
verdad significa hacerse hombre, es decir, llegar a la humanidad
verdadera, ser para los demás y ser a partir de Dios. Además, del
costado traspasado de Cristo nos dice la Escritura que emanó sangre
y agua.
Este dato, según interpretación de los padres, representa
los dos sacramentos fundamentales que constituyen el contenido
auténtico del ser Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía. Por eso se
puede decir que del costado de Cristo nace la Iglesia, la nueva Eva.
En su costado abierto nace la Iglesia, una comunidad llamada a ser
signo de esperanza, a trabajar por la justicia, a cuidar de los más
vulnerables.

El
Bautismo nos une a Cristo, nos hace hermanos y hermanas, nos llama a
construir una comunidad inclusiva donde nadie se sienta al margen. La
Eucaristía nos alimenta con el pan de la solidaridad, nos fortalece
para amar y servir, nos impulsa a compartir nuestros bienes con los
necesitados
. A través de estos dos sacramentos, los creyentes somos
incorporados vitalmente a la entrega de Cristo al Padre para bien de
la humanidad.

Mirar
al que traspasaron hoy nos señala, por tanto, el camino del hombre y
el camino que tiene que recorrer la Iglesia, su lugar más propio.
Somos los hijos de la Cruz. La Iglesia nace y solo se puede mantener
con autenticidad si permanece al pie de la Cruz,
entre los
crucificados de la historia, en las periferias de la humanidad, junto
a María, puestos los ojos en el Crucificado que nos salva.

Por
eso tiene sentido seguir mirando hoy a la Cruz, levantarla y ofrecer
la Cruz a nuestra humanidad como signo de esperanza y luz en las
tinieblas. Te invito hoy a contemplar el Crucificado, a coger una
Cruz entre tus manos y a agradecerle su amor, empaparte de su
entrega. Siente en esa Cruz que Dios acoge tu dolor, tu sufrimiento y
el de la entera humanidad.
Él ha cambiado el sentido del dolor y del
sufrimiento humano. La Cruz se convierte en la proclamación de que
la victoria final no pertenece a aquellos que superan a los demás,
sino a aquellos que se superan a sí mismos, no a quienes hacen
sufrir, sino a quienes sufren. Por eso, que al mirarla se alumbre
también tu esperanza, tu llamada a entregarte, que su victoria y su
fuerza fortalezcan tu camino de fe.

¡Feliz
Viernes Santo!

Fuente