Los incendios forestales, la mayoría provocados, están destrozando la Amazonia. Las llamas devoran la vegetación, pero un enemigo más silencioso e igual de letal persiste bajo las cenizas cuando desaparece el fuego: la combustión latente de madera muerta. Esta forma de quema, caracterizada por brasas humeantes y sin llamas, es responsable de la mayoría de las emisiones de monóxido de carbono (CO) y partículas finas (PM2,5) durante los incendios en biomas tropicales.
Un estudio, liderado por la Universidad Tecnológica de Dresde (TUD) y publicado en ‘Nature Geoscience’, ha confirmado este extremo: la quema lenta de troncos y ramas caídas en la Amazonia y El Cerrado brasileño es la principal fuente de emisiones tóxicas durante los incendios forestales.
Los residuos leñosos, estos de árboles talados o caídos que arden sin llama en un proceso conocido como ‘combustión latente’, generan hasta un 75% de los contaminantes liberados: 40 millones de toneladas de monóxido de carbono solo en el año 2020. Y no solo prolongan la duración de los incendios, sino que multiplican su toxicidad.
El hallazgo, liderado por el proyecto internacional ‘Sense4Fire’, redefine la comprensión científica sobre el impacto ambiental de los incendios y sus implicaciones para la salud global. «La quema de madera muerta en bosques tropicales produce significativamente más monóxido de carbono que los incendios en sabanas», explica Matthias Forkel, autor principal del trabajo.
Árbol quemado tras un incendio forestal en Iranduba, región metropolitana de Manaos (Brasil), la mayor ciudad de la Amazonía brasileña. / EFE / Raphael Alves
Los datos, respaldados por observaciones satelitales de la misión Copernicus Sentinel-5P, desarrollada por la Agencia Especial Europea, subrayan un problema creciente: la deforestación y las sequías extremas están convirtiendo a la Amazonia en un polvorín de combustión lenta.
Una bomba de tiempo
La combustión latente ocurre cuando materiales como troncos, ramas y hojarasca arden a bajas temperaturas, liberando humo de forma prolongada –a veces durante días o semanas–. A diferencia de las llamas, que consumen rápidamente la vegetación viva, este proceso afecta principalmente a biomasa muerta acumulada en el suelo forestal.
El estudio analizó la temporada de incendios de 2020 en la Amazonia y El Cerrado, donde se quemaron aproximadamente 372 millones de toneladas de biomasa seca. Mediante modelos computacionales y datos satelitales de alta resolución, los investigadores descubrieron que los restos leñosos representaron hasta el 75% de la masa total quemada.
«Estos residuos son como una bomba de tiempo: almacenan carbono durante décadas y, al arder, lo liberan junto a contaminantes peligrosos«, detalla Forkel. El proyecto ‘Sense4Fire’ combinó tres enfoques innovadores:
- Datos satelitales: la misión Sentinel-5P de la Agencia Espacial Europea (ESA) midió concentraciones de CO en la atmósfera.
- Modelos de incendios: simulaciones computacionales evaluaron cómo el tipo de combustible (vegetación viva contra muerta) influye en las emisiones.
- Inventarios de biomasa: mapas detallados de la cantidad y distribución de madera muerta en los biomas.

Trabajadores de PrevFogo trabajan para contener un incendio en una zona verde de la BR 319, en el municipio de Careiro, Amazonas (Brasil). / EFE / Raphael Alves
«Integrar estas herramientas nos permitió reducir incertidumbres en los cálculos de emisiones», afirma Stephen Plummer, científico de la ESA. Los resultados mostraron que en 2020 los incendios en la Amazonia emitieron 40 millones de toneladas de CO, equivalente al 10% de las emisiones anuales de Estados Unidos.
El monóxido de carbono no solo agrava el calentamiento global al prolongar la vida del metano en la atmósfera, también reduce la calidad del aire. En ciudades como Manaos o Cuiabá, ubicadas cerca de áreas incendiadas, las PM2,5 y el CO pueden causar enfermedades respiratorias y cardiovasculares. «Estamos ante un problema de salud pública vinculado a la degradación ambiental», advierte Plummer.
Quema de biomasa muerta
Hay más: la quema de biomasa muerta libera carbono almacenado durante siglos, alterando los ciclos naturales. «Cada árbol caído que se quema es carbono que no volverá a ser absorbido, un paso más hacia un punto de no retorno», destaca Forkel.
La Amazonia, un ecosistema tradicionalmente húmedo y resistente al fuego, se ha vuelto más inflamable debido a la intervención humana. La tala ilegal, la agricultura extensiva y las sequías prolongadas –asociadas al cambio climático– han creado condiciones ideales para incendios más frecuentes e intensos.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE), en 2020 se registró un aumento del 30% en focos de incendio respecto al año anterior, coincidiendo con tasas récord de deforestación. «Donde antes había árboles vivos reteniendo humedad, ahora hay troncos secos que alimentan las brasas», explica un informe complementario del Real Instituto Meteorológico de los Países Bajos (KNMI), colaborador del estudio.
Los hallazgos exigen una revisión de las estrategias para combatir incendios forestales. Actualmente, los esfuerzos se centran en apagar llamas visibles, pero la combustión latente requiere enfoques distintos:
- Monitoreo continuo: usar satélites para detectar puntos calientes de humo, incluso sin llamas.
- Manejo de biomasa: retirar residuos leñosos en áreas de alto riesgo para reducir combustible.
- Reforestación urgente: restaurar bosques degradados para recuperar humedad y frenar la propagación de incendios.
«Sin acciones concretas, la Amazonia podría convertirse en una fuente neta de carbono en lugar de un sumidero«, alerta Forkel. Los autores destacan que los datos satelitales y modelos mejorados ayudarán a predecir emisiones con mayor precisión y evaluar el impacto real de políticas de conservación. De todo ello depende el futuro no solo de la Amazonia, sino de todo el planeta: «La calidad del aire que respiramos depende de cómo protejamos los bosques que aún quedan», concluye Plummer.