Tadej Pogacar tiene un don especial y es el que le permite hacer historia en cada carrera en la que participa. Sin él, en acción, la competición es diferente. Gane, casi siempre, como este domingo en Flandes, o pierda, difícilmente, como el mes pasado en la Milán-San Remo, él es el que ataca, el que pone todos los condimentos, el que crea espectáculo y acaba reventando al resto de los rivales como un Mathieu van der Poel que parecía intratable en su terreno (tercero), a un Mads Pedersen, cada vez más corredor (segundo) o a un resurgido Wout van Aert (cuarto).
Cada carrera de Pogacar es histórica porque cada vez se parece más a Eddy Merckx. Ni siquiera Bernard Hinault ha alcanzado el dominio que el prodigio esloveno hace en cada prueba, calcado al del ‘Caníbal’ hace 50 años. Ya lleva ocho victorias en los ‘monumentos’ clásicos (una más que Van der Poel) y va camino de llegar a las 100 victorias en total antes de cumplir los 27 años. Por medio quedan retos como la París-Roubaix, el domingo que viene, y, por supuesto, el Tour dentro de tres meses, cada vez más distante de un Jonas Vingegaard castigado por las caídas.
Pogacar reventó el Tour de Flandes. Puso a todos de patitas en la calle. Sólo Van der Poel se atrevió a correr impulsado por la misma fuerza abismal hasta que se le acabó el gas en el tercer paso, el definitivo, por el muro de Kwaremont, el más difícil en esencia, donde la gente come y bebe antes, durante y después del paso de los corredores. Pogacar tenía previsto destrozar Flandes en ese punto, tal como hizo hace dos años en la primera victoria lograda en territorio flamenco.
Concierto en solitario
A 18 kilómetros de la meta Flandes se convirtió en un concierto en solitario de Pogacar y con los perseguidores estudiándose para conseguir el segundo puesto de la prueba. Tan grande volvió a ser la actuación del fenómeno esloveno que hasta batió el récord de velocidad de la clásica belga. Corrió a 45 kilómetros por hora. ¡Una bestialidad! 269 kilómetros en menos de 6 horas… y en bicicleta.
Porque para vencer en Flandes no sólo basta la fuerza en las piernas. Hay que tener técnica y habilidad sobre la bici, porque en los muros que van franqueando hay adoquines en el centro y tierra en los laterales. Y, mientras tanto, hay que ir subiendo con la bicicleta y hasta si se tiene ese don especial por el que Pogacar está poseído marcar las diferencias y a la vez sacrificar a todos los rivales, aunque tengan equipos más potentes como el Lidl que arropó a Pedersen o el Visma que lideró Van Aert. Con Pogacar en acción hay que seguir las clásicas a 100 kilómetros de la llegada y no conformarse sólo con ver el esprint final.
Pogacar, en acción, con el jersey de campeón del mundo / UAE EMIRATES TEAM
Es verdad que Van der Poel se vio envuelto en una caída a 126 kilómetros de la meta. Pero enlazó con inteligencia, sin desgastarse demasiado. “En la parte final fui a contrapié. No sé si fue por la caída, aunque está claro que no me benefició”, reconoció el corredor neerlandés en la señal internacional de televisión. Pero también ocurrió que Pogacar vio que por culpa de las caídas naufragaban compañeros como el ecuatoriano Jhonatan Narváez. Pero es que Flandes no perdona a nadie salvo que se llame Pogacar, el que corrió en solitario los últimos kilómetros sin importarle, siquiera, que tuviera al viento, que soplaba de cara, como un rival extra que se le presentó de forma inesperada.
Hasta disfrutó de los últimos 300 metros. Miró hacia atrás y vio que los cuatro que lo perseguían ya estaban a una distancia considerable. “Estoy muy feliz por ganar esta carrera con el jersey de campeón del mundo. Salió el plan perfecto (era atacar en el tercer paso por el Kwaremont, aunque de hecho ya había puesto la carrera patas arriba en el segundo) pese a los problemas del equipo con las caídas. Ahora llegará Roubaix y supondrá un nuevo reto para mí”, afirmó Pogacar en la televisión al finalizar la carrera. Destacable también la novena plaza conseguida por Iván García Cortina.