Aquella importante ola de series sobre estafadores de 2022 (‘The dropout’, ‘WeCrashed’, ‘¿Quién es Anna?’) tiene continuación tardía en ‘Vinagre de manzana’ (Netflix, jueves, día 6), relato del meteórico auge y la caída en desgracia de Belle Gibson, madre soltera australiana que, a mediados de los 2010, construyó un imperio del ‘wellness’ a partir de una gran mentira: haber superado un cáncer cerebral gracias a un perfecto estilo de vida, a insuperables recetas y medicinas alternativas. Fue una estrella del primer Instagram, un ejemplo pionero del ‘influencer’ de redes sociales; o, para ser precisos, de la variante más peligrosa de estos últimos, los que proponen soluciones mágicas a problemas de salud y por el camino tratan de desprestigiar a la medicina y los médicos.
Su historia ha sido convertida en serie por Samantha Strauss, antes una guionista de ‘Nueve perfectos desconocidos’, en la que también se exponía el peligro de las terapias ‘new age’. En realidad no es solo su historia, sino también la de otros tres personajes femeninos, todos ellos con alguna base en la realidad. Alycia Debnam-Carey (Alicia Clark de ‘Fear the walking dead’) encarna a Milla Blake, inspiración y al final enemiga de la Belle de ficción, una ‘wellness warrior’ (al estilo de la entrenadora de salud holística Jessica Ainscough) que se abraza a la idea de poder superar su verdadero cáncer a base de zumos y enemas de café. Aisha Dee (‘The wrong type’) es la mejor amiga de esta última, que se convierte en mánager de Belle antes de acercarse a la prensa a desvelar sus mentiras. El periodista de investigación Justin (Mark Coles Smith), trasunto del verdadero Richard Guilliatt de ‘The Australian’, la escucha con atención porque su esposa Lucy (Tilda Cobham-Hervey), enferma de cáncer, figura entre los seguidores entregados de los engañosos mantras de Belle.
Todas las caras de Kaitlyn
En su corta pero fértil carrera, la joven actriz Kaitlyn Dever ha demostrado maestría en múltiples terrenos. Sacó sonrisas con su descaro en ‘Súper empollonas’. Por otro lado, conmovió en ‘Creedme’ y ‘Dopesick: Historia de una ambición’ como las víctimas de, respectivamente, una violación no tomada en serio por la policía y una adicción propiciada por los comportamientos criminales de las grandes farmacéuticas. En ‘Vinagre de manzana’ tiene la oportunidad de mostrar sus múltiples caras en cada capítulo: cálida y divertida en escenas de apariciones públicas, más dramática cuando no hay cámaras (de televisión o, sobre todo, de móviles) a la vista.
Como la falsa afectada por los atentados del Bataclan de ‘La confidente’, Gibson es un personaje complejo, poliédrico, contradictorio; despreciable por sus estrategias claramente amorales, su vida parasitaria, pero conmovedor por su clara necesidad de la atención de los otros. Su victimismo es a veces impostado, como cuando ante sus espectadores de la red cuenta: «Yo era una niña tímida. Creía que no encajaba. Pero, al pasar por lo que tengo, he aprendido a buscar y valorar lo que es auténtico y honesto». Otras veces, se adivina ahí detrás a una verdadera víctima, a una mujer dañada por la inatención y los desprecios de la madre (Essie Davis, memorable protagonista de ‘Babadook’) a la que sobrevivió en un suburbio costero, o atenazada por problemas de salud mental mal tratados. Nada de esto justificaría lo que hizo, pero sí que contribuiría a explicarlo.
Estética vibrante
Sin que eso signifique relativizar las graves consecuencias de las acciones de Gibson, ‘Vinagre de manzana’ es un relato lúdico en el fondo y en la forma. «La serie muestra qué significa ser una mujer joven enfrentada a los asuntos más pesados –la vida y la muerte–, y también la importancia de estar abierta al humor en los momentos más duros», señaló su creadora a ‘The Hollywood Reporter’ el pasado noviembre.
Por su parte, el director Jeffrey Walker (‘La puerta mágica’, ‘The artful dodger’) encuentra formas ingeniosas y estéticas de integrar la vida ‘online’ en la pantalla. Fuentes idílicas, lluvias de corazones y ‘likes’ y el frenesí del ‘scroll’ infinito marcan una estética vibrante con ‘hits’ pop de la época como recurrente acompañamiento. Esas selecciones musicales contrastan con la banda sonora de Cornel Wilczek, cercana por momentos a las notas paranoicas del trabajo de Trent Reznor y Atticus Ross en ‘La red social’: el sonido de Internet erosionando, poco a poco, nuestra vida personal y la verdad colectiva.