Tras la vuelta de Donald Trump a la presidencia de los EEUU, es previsible que, como ya hizo en su anterior mandato de 2016-2020, intente imprimir su peculiar visión a las relaciones internacionales, no sólo políticas, sino también comerciales. De hecho, como señala Federico Steinberg, el retorno de Trump a la Casa Blanca va a suponer «el mayor órdago al sistema multilateral de comercio desde su creación tras la II Guerra Mundial», dada su abierta postura proteccionista y contraria a la actual gobernanza de la globalización que rige las relaciones comerciales internacionales.
El trumpismo económico, como señala Richard Baldwin en su libro The Great Convergence, coincide con el proceso de grandes transformaciones ocurridas en la última década en la geografía, la gobernanza del comercio y de las inversiones internacionales que, como consecuencia de la globalización y el cambio tecnológico, han creado nuevas cadenas de suministro y así, las multinacionales ubican sus procesos productivos, en distintos países, se deslocalizan, para aprovechar las ventajas de los bajos costes que ofrecen las nuevas economías emergentes.
Como consecuencia de lo anterior, la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha quedado relegada a un segundo plano dado que esos países emergentes bajan sus aranceles, se abren a inversiones externas a las que ofrecen seguridad jurídica y reglas claras y predecibles sobre su política económica. Por ello, la regulación del desarrollo de las cadenas de suministro globales se está haciendo de espaldas a la OMC, básicamente a través de acuerdos comerciales regionales o bilaterales, por lo que asistimos al auge de estos acuerdos preferenciales de amplio espectro, como el reciente (y polémico) firmado recientemente entre la Unión Europea (UE) y Mercosur.
Además, en los últimos años se ha ido produciendo un creciente rechazo al libre comercio en los países desarrollados, y prueba de ello han sido las victorias del Brexit en el Reino Unido y la de Trump en los EEUU, así como el auge de los partidos antiestablishment en Europa, un fenómeno que, según Baldwin, «refleja con claridad ese sentimiento de rechazo a la apertura del comercio, la inversión y la inmigración de amplias capas de la ciudadanía, que buscan recuperar la soberanía económica y comercial perdida levantando nuevas fronteras», todo lo cual enlaza plenamente con la política comercial trumpista, basada en cuatro principios esenciales:
1.- El sistema comercial multilateral de corte liberal de la OMC ha servido para que el resto del mundo «abuse» de los EEUU y, por ello, debe ser modificado.
2.- Los déficits comerciales son perjudiciales y, para eliminarlos, hay que subir los aranceles.
3.- EEUU debe utilizar su fuerza para negociar acuerdos comerciales bilaterales más favorables, especialmente con aquellos países con los que tiene déficits abultados.
4.- Las medidas proteccionistas deben servir para reindustrializar los EEUU y crear empleo.
Los planteamientos trumpistas en materia de comercio internacional suponen una opción anclada en el viejo mercantilismo previo al liberalismo de Adam Smith del S. XVIII, un mercantilismo que siempre se basó en la idea de que las exportaciones son buenas y las importaciones son siempre malas para la economía nacional, y de ahí la importancia que concede a imponer elevadas tasas arancelarias. Por todo lo dicho, Trump, pretenderá llegar a acuerdos bilaterales con diversos países, también con Alemania, a pesar de que ello no es posible dado que el país germano tiene cedida su política comercial a las instituciones comunitarias de Bruselas, idea tras la cual subyace la obsesión del dirigente de la Casa Blanca con destruir (comercialmente) a la UE dado que tanto él como Elon Musk, el influyente magnate que estará al frente del Departamento de Eficiencia del Gobierno en la nueva Administración trumpista, consideran a dicha institución europea y a su política económica y comercial como un «monstruo regulador».
La otra obsesión de Trump será, sin duda, el enfrentamiento comercial con China, a la cual ya amenazó con elevar los aranceles hasta el 45%. No obstante, una escalada arancelaria entre ambas potencias, de producirse, generaría una muy importante caída de comercio mundial, ya que ambos son partes fundamentales de las cadenas de suministros globales.
El tiempo dirá cuáles serán los efectos del Trumpismo económico, que pueden ser muy negativos para muchos países, incluida la UE.
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