Tres meses atrás, un temporal histórico y sin precedentes llegaba a la provincia de Valencia para cambiar la vida de miles de valencianos que vieron cómo en cuestión de horas nada de lo que habían visto, ni los lugares que habían transitado, ni tampoco las calles que los vieron crecer volverían a ser lo que fueron. 

La DANA que el 29 de octubre de 2024 azotó a un total de 87 municipios ha supuesto un antes y un después en la vida de las personas afectadas, no solo por el grave calado de la cuestión sino también y especialmente por el impacto psicológico que ha significado en miles de personas. Entre ellas y de las más afectadas, los menores, aquellos niños y niñas que fueron testigo de la tragedia y que con escasos años de vida tuvieron que asimilar una realidad para la que nadie les había preparado antes. 

Muchos de ellos obligados a vivir en otros lugares porque las condiciones en las que se encontraban sus hogares impedían darles refugio, también hicieron frente a una forzada interrupción de las clases ante la imposibilidad de poder asistir a unos centros que se llenaron de barro y donde solo cabían los desperfectos. Otros tuvieron que aceptar la pérdida para siempre de seres queridos que, a consecuencia de las riadas, marcharon sin despedirse. 

Por todo ello, tres meses después de la catástrofe, la organización Save The Children ha lanzado un comunicado advirtiendo de los tres principales “desafíos” a los que los menores deberán hacer frente: salud mental, crecer en una vivienda que pueda ser insalubre y una educación interrumpida. Todo ello se plantea como retos a futuro, pero lo cierto es que estos niños y niñas llevan sufriendo las secuelas post-traumáticas prácticamente desde el día después de la DANA, manifestando problemas como incapacidad para dormir, pesadillas recurrentes, mutismo, miedo a fenómenos atmosféricos o tristeza prolongada. 

Ante este escenario, desde la organización hacen un llamamiento a un aumento de los esfuerzos institucionales para dar cobertura a la salud mental de los más pequeños. “Es imprescindible que desde las administraciones se refuercen los servicios de salud mental infantojuvenil. Estos niños y niñas y sus familias necesitan sobre todo atención psicológica, porque el impacto en su salud mental ha sido enorme. Es muy importante que la tratemos ahora para evitar problemas mayores en el futuro”, comenta Rodrigo Hernández, director de Save the Children en la Comunidad Valenciana.

Trastornos de ansiedad y conducta, a la cabeza

Unos problemas que no solo se reflejan en el comunicado de la organización, sino que, además, están reforzados por las realidades que ofrecen diferentes padres afectados. Así, Sandra, una madre de Sedaví con tres hijos de tres, siete y once años, comenta que sus hijos “la tarde que  pasó todo no paraban de llorar al ver la situación y al mayor hasta le dio un ataque de pánico y se desmayó. A día de hoy está siendo medicado porque está sufriendo mucho: no duerme bien, tiene pesadillas, se encuentra mal muchos días, me llaman del colegio para que lo recoja; a mi otro hijo, el mediano, le han diagnosticado una hiperactividad por ansiedad. Tiene demasiada energía y muchos nervios, lo que hace que no le vea el peligro a nada y tengamos accidentes domésticos a menudo”.

A todo ello se le suman las condiciones de insalubridad con las que tienen que vivir muchas familias al no haber podido reconstruir todavía su casa de manera total, lo que, según subraya la ONG, “tiene efectos sobre la salud, seguridad y bienestar de las personas y afecta especialmente al crecimiento, desarrollo y oportunidades de niños, niñas y adolescentes”.

Nicoletta, vecina de Alfafar, vive en un bajo con su marido y sus dos hijos, uno de 15 años y otro de 7. «Mi casa fue totalmente devastada, solo se salvó un cuadro y el aire acondicionado. Hemos perdido los muebles, los recuerdos, la vida entera… absolutamente todo. Tengo humedades y he pintado las paredes, pero vuelven a salir, la pintura salta. Me faltan todavía puertas por poner, una balconera, la puerta de la cocina, alisar paredes que los muebles destrozaron…», relata a Save The Children.

Por ello mismo, insisten también en la necesidad de «aumentar las ayudas para la renovación, y rehabilitación de viviendas que hayan sido afectadas por la DANA, ya que ahora mismo se está permitiendo que miles de niños y niñas vivan en estas condiciones, algo que como sociedad no podemos tolerar. Además de seguir reforzando alternativas habitacionales para familias con hijos e hijas a cargo”.

Necesidades educativas especiales sin cubrir 

Al margen de ello, otro de los retos que deberán afrontar estos menores serán los efectos que dejó en ellos la interrupción de las clases, algo acentuado en los casos del alumnado con necesidades educativas especiales.

En el caso de Nicoletta, explica que ahora mismo afrontan una delicada situación. “Mi hijo pequeño, que tiene TEA (Trastorno del Espectro Autista) lleva tres meses sin poder ir al logopeda, algo fundamental para él. Ha empeorado muchísimo desde que no va, pero es que hay muchos niños y niñas afectados que necesitan recursos, y no hay suficientes”. 

Por este motivo, desde la ONG consideran “imprescindible” realizar un seguimiento del alumnado reubicado en otros centros educativos, además de la planificación de programas de apoyo y refuerzo a medio y largo plazo para que se pueda recuperar el contenido que no se haya podido impartir. También es necesario “flexibilizar los criterios de evaluación y que la repetición de curso no sea una opción, por ser una medida socialmente injusta”.

Los centros escolares piden ayuda ante las «condiciones precarias»

Relacionado con este ámbito, el informe «Análisis de necesidades en el sector de la educación y protección de la infancia tras la DANA» publicado por Educo, Entreculturas, Plan International y Save the Children con el apoyo de la Red Interagencial para la Educación en situaciones de Emergencia, señalan que a consecuencia de esta interrupción de la enseñanza, unos 40.000 menores se vieron afectados por ella y más de 24.000 fueron realojados en otros centros. 

En este sentido, advierten de que esto conlleva sobrecarga educativa, desajustes curriculares y desafíos emocionales ante el trauma y los cambios. «Seguimos en nuestro centro, pero en condiciones precarias, con la mitad de la planta baja inutilizada. Ocho aulas y talleres permanecen fuera de uso, afectando gravemente a nuestras actividades educativas», señala la dirección de una de las escuelas participantes en el proyecto.

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